NOTA DEL COORDINADOR: Esto se acerca al final y el traidor de Alexis Ravelo cumple con su amenaza y se cambia de bando. Allá él. Todavía no ha cobrado, así que ya veremos qué pasa. Ya saben que pueden leer todas las entregas aquí y la información sobre la fiesta de lo criminal en la sección de Cultura de EL PAÍS. Lean y disfruten.
POR ALEXIS RAVELO
Mi querido jefe y sin embargo amigo:
Como ya supondrá después de nuestra charla de ayer, puede considerar este informe de hoy como una carta de dimisión.
Ya sé que usted piensa que dimito porque el enemigo paga mejor —lo cual no sería difícil—, porque sus cámaras fotográficas son mejores, o porque soy un traidor ambicioso y quiero que la gente haga colas inmensas para solicitar mi autógrafo, como pasó ayer con Sue Grafton, o que me traduzcan a once idiomas, como ocurre con mi admirada Alicia Giménez Bartlett —ayer conversaron con el Comisario Camarasa cuatro de sus editores—, o para que las mujeres me adoren, como a Philip Kerr.
Pero lo cierto es que uno tiene también su corazoncito y, a ratos, algo de cabeza para pensar. Y entre la calidez de gente como Montse Clavé —que es la Librera pero también algo así como una hermana mayor, siempre pendiente de que uno esté feliz—, Anna María Villalonga —cuya sonrisa está siempre ahí, apareciendo y desapareciendo como la del Gato de Chesire— o de Maurizio Pisu —ese hombre que lo ha leído todo y que es mucho más sensible que irónico— acaba uno entendiendo que está en casa cuando está entre ellos. Y cito solo a estos tres porque usted me tiene dicho que el espacio es limitado, como limitada es la moral de un empresario del petróleo.
En fin, jefe, que lo ganan a uno por el cariño. Pero también por las meninges. Y es que, jefe, admitámoslo, con toda la mierda que nos está cayendo encima desde que las cosas andan mal —y no me refiero a la crisis, sino al sistema mismo, y al patriarcado, y al fanatismo y a la madre que parió a la opresión—, no podemos decir aquello de que leemos solo para evadirnos. No podemos seguir jugando a aquello de los géneros de evasión; tenemos que cultivar géneros de invasión, de esos que hacen al lector removerse por dentro y preguntarse dónde coño está, quién es, adónde va, de dónde viene y por qué.
Esto lo entendí bien tras hablar con Víctor del Árbol y Eugenio Fuentes, recordando algo que le dije en mi primer informe: las palabras son armas y todo libro ha de ser un trinchera o no será. Así que, le devuelvo mi placa y mi pistola de juguete, la grabadora en cassette y la cámara de usar y tirar y le ruego me incluya en su lista de sospechosos y me considere enemigo —más allá de lo personal, por supuesto, donde siempre tendrá en mí, como dice el vasco-argentino Íñigo Amonárriz remedando a José Luis López Vázquez, un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo—, para bien y para mal y para el resto de la existencia, que yo llenaré de buenas ficciones negrocriminales, de esas que dan más gozo que placer, para ver si me ayudan a entender de una buena vez de qué coño va esto, más allá de lo que nos cuentan los periódicos y los discursos oficiales.
Dentro de un rato me iré a Negra y Criminal, donde habrá firma de ejemplares y me reuniré con los míos, escritores y lectores. Y puede que mañana le envíe un último informe, pero este ya no para traicionarlos, sino para darle a usted envidia. Hasta entonces, que Dios guarde a usted muchos años y póngame a los pies de su señora.
En Barcelona, Año 15 de BCNegra, día 8