Si tú y yo firmamos un acuerdo tácito, realmente no firmamos nada. La firma es aquello por lo cual un acuerdo, un contrato, deviene estrictamente público. La firma es el signo que hace que, en última instancia, ese acuerdo tenga un valor objetivo para terceros y que, llegado el caso, pueda ser discutido o valorado. Pero cuando es tácito, sólo tú y yo sabemos que lo hemos firmado, y es así de manera consciente. La RAE recoge el adverbio “tácitamente” con la siguiente definición: “Secretamente, con silencio y sin ruido. II 2. Sin expresión o declaración formal”. En este caso, la historia de las palabras hace que este adjetivo (o adverbio) le deba su pleno significado al nombre del que procede, casi 2000 años atrás.
Cornelio Tácito (55-120) fue un senador, gobernador y cónsul del Imperio Romano. Pero si pasó a la historia, y a la de las palabras, no fue tanto por sus ocupaciones imperiales sino por lo que contó de ellas en sus escritos. Tácito tomó la decisión de escribir la historia de su tiempo y legarlo inmortalmente a la posteridad, permitiéndonos así conocer, de primera mano, parte de los sucesos acaecidos en una época especialmente relevante por lo que se refiere a nuestra propia historia.
Poco sabemos de su biografía, pero sí podemos señalar que los años que vivió le permitieron ver el paso de un régimen autoritario y con un final especialmente sangriento, de la mano de Domiciano, último emperador de la dinastía Flavia, a un modo de gobierno que logró equilibrar el principado y la libertad (aunque lentamente): el Imperio de Nerva y Trajano (Antonianos).
Su primer escrito, Vida de Agrícola, se enmarca, precisamente, en esta transición (finales del siglo I). Bajo un título que presenta una biografía, la del general Agrícola, su suegro, Tácito hace honor a su nombre pues, en ese pequeño escrito se esconde algo más que una mera biografía. A lo largo de sus 46 capítulos el lector va descubriendo de qué manera la palabra, al servicio de la pluma de Tácito, se expande en todas sus posibilidades. Realmente, poco aprende uno de la vida del general Agrícola. Unos pocos datos biográficos, en los primeros capítulos, nos sirven de entrada al grueso de la obra: la conquista de Britania por parte del Imperio Romano. Aprendemos acerca de la geografía de las islas y del carácter de sus bárbaros habitantes que tantos quebraderos de cabeza dieron a los romanos hasta la llegada de las campañas de Agrícola. Aprendemos de qué modo, dado su carácter virtuoso e implacable, Agrícola consigue poner bajo el mando del imperio a los pueblos de Britania, llegando hasta donde nadie antes que él pudo llegar: Caledonia, norte de la isla, a partir del cual solo el mar ejerce su hegemonía. En una cruenta batalla, entre bárbaros que huyen y “armas y cuerpos y miembros amputados y tierra ensangrentada” (cap. 37) el general concluye la dominación de las islas y su entrega absoluta al imperio.
Pero parece que estas victorias no jugarán tanto a su favor y a su gloria. Domiciano,atravesado por la envidia y el temor a que un mero general pudiera darle una dignidad a Roma que él mismo no supo gestionar (sus fracasos en las germanías y su falsificación de presos de guerra dan buen ejemplo de sus incapacidades) hizo del final de la vida de Agrícola el triste final de una muerte en la jubilación y la enfermedad. Sabemos, en efecto, que Agrícola muere, pero Tácito no nos deja claro cómo. Él no puede aseverarlo, y así lo subraya en su escrito (cap. 43), pero quizás fue envenenado por el emperador, corriendo la misma suerte que aquellos que sufrieron la muerte o el exilio durante su gobierno tiránico.
Así, las páginas del Agrícola nos han dado mucho más que una biografía. Y es que, como en Tácito nada es lo que parece, más que la vida y milagros de un general romano, a lo que hemos asistido ha sido al desglose de una serie de tipos que se enmarcan dentro de un concepto casi moral de la escritura.
El lector avisado se habrá dado cuenta de que más arriba hemos escrito conocer en cursiva. Realmente Tácito no parece darnos a conocer una realidad de un modo objetivo o neutro, tal y como entendemos la historia actualmente (y que, dicho sea de paso, no es). Perteneciente a la tradición de los grandes oradores romanos, padres de las artes del discurso y la retórica, su manejo de la palabra le permite instigar al lector a que siga los cauces que él mismo le depara. Cuando uno termina la lectura del Agrícola, de primeras siente una profunda aversión por Domiciano, que representa todos los vicios y pecados condenables en el imperio. Domiciano es el malo de la película. También se siente una profunda admiración por el general Agrícola, que gracias a su conducta impecable domina sin error y sin mácula a un pueblo que hasta el momento se había reservado la victoria ante Roma, además de mostrar su carácter siempre perfectamente ajustado allí donde no es campo de batalla. Tenemos así al bueno y a los tontos de la película. Tácito logra de este modo llevarnos de la mano al cine y servirnos un relato emocionante en el que, en última instancia, lo que nos queda claro es que en el mundo hay bueno y malos y tontos. Pero un poco de investigación arroja algo de luz sobre esta película. El trabajo sobre los datos de la época nos permite observar que las campañas de Agrícola no fueron tan milagrosas como nos cuenta Tácito. Y que Domiciano, ese malo malísimo que es mejor no tener cerca, tuvo mucho que ver, precisamente, en la noble y gloriosa carrera que llevó a Tácito a sus grandes logros en el Imperio.
¿Qué nos ha querido contar realmente Tácito? ¿Un episodio de la historia del Imperio Romano? ¿Un panfleto ideológico anti Domiciano? ¿Las aventuras de su suegro? ¿La debilidad de los bárbaros frente a la gloria de Roma? ¿Sus opiniones personales?… Y es que la respuesta aún se hace escabrosa.
Acusar a Tácito de vender propaganda puede ser ajustado, pero no del todo. Como hemos visto, su manejo del lenguaje y la retórica le permite moverse en muchas aguas, muy distintas, generando así un juego laberíntico en el que incluso él mismo es inserto, evitando así cualquier inculpación sobre su persona o, al menos, generando espacios de ruptura en el texto que hacen que nunca puedas tener claro qué es lo que ha sucedido. Uno de esos momentos es cuando, al final del capítulo 2, y refiriéndose a las víctimas del régimen y a la connivencia con el mismo, dice: “Hasta la memoria hubiésemos perdido, además de la voz, de haber tenido para olvidar la misma capacidad que tuvimos para callar”. En esta frase melancólica parece que Tácito reconoce que fue uno más de aquellos que por callar permitió que campara a sus anchas la injusticia, y que ojalá que con la misma facilidad que uno calla y mira hacia otro lado, también pudiera olvidar que lo ha hecho. O quizás, lo que reconoce es que la mala conciencia es un fastidio y que si no existiera algo así como esa voz que nos recuerda lo que hicimos mal, la vida sería mucho más placentera. Y esta frase liga con otra en el capítulo 3: “Sólo unos pocos hemos sobrevivido y, por así decirlo, no a los demás, sino a nosotros mismos”.
Tácito nos mira directamente a la cara, y en medio de la supuesta biografía de un general, nos ha señalado y nos ha acercado a lo más íntimo y oscuro que habita en nosotros mismos y que, a veces, nos lleva a comportarnos de un modo que nos hace vernos como a personas de las que es difícil sobrevivir. En unas pocas líneas, Tácito traza la exterioridad de una relación con los otros, bajo un régimen en el que el observar y el ser observados, en el que la vigilancia y la vigilia son la clave del éxito o el fracaso, y traza la interioridad de una relación con nosotros mismos y hasta qué punto podemos llegar en la carrera por el interés y el poder. Queríamos leer una biografía y al final hemos visto una película de acción y, poco después, nos estamos mirando a nosotros mismos y preguntando acerca de nuestra propia constitución como sujetos y por el extraño que nos habita y que no sabemos hasta qué punto podemos (o queremos) dominar. En una pocas páginas este autor ha conseguido que nos preguntemos entonces por Roma, por el Imperio, por la guerra, por la política, por su propia figura, y por nosotros mismos. Y todo en un relato que, al lego en cuestiones filológicas y filosóficas, le permite disfrutarlo y participar de todas y cada una de estas preguntas. Si uno se para a pensar en los quebraderos de cabeza que un autor como Tácito puede generar en los expertos investigadores, no puede evitar la mueca de una cierta risa nerviosa.
Tácito nos mira directamente a la cara, y en medio de la supuesta biografía de un general, nos ha señalado y nos ha acercado a lo más íntimo y oscuro que habita en nosotros mismos y que, a veces, nos lleva a comportarnos de un modo que nos hace vernos como a personas de las que es difícil sobrevivir. En unas pocas líneas, Tácito traza la exterioridad de una relación con los otros, bajo un régimen en el que el observar y el ser observados, en el que la vigilancia y la vigilia son la clave del éxito o el fracaso, y traza la interioridad de una relación con nosotros mismos y hasta qué punto podemos llegar en la carrera por el interés y el poder. Queríamos leer una biografía y al final hemos visto una película de acción y, poco después, nos estamos mirando a nosotros mismos y preguntando acerca de nuestra propia constitución como sujetos y por el extraño que nos habita y que no sabemos hasta qué punto podemos (o queremos) dominar. En una pocas páginas este autor ha conseguido que nos preguntemos entonces por Roma, por el Imperio, por la guerra, por la política, por su propia figura, y por nosotros mismos. Y todo en un relato que, al lego en cuestiones filológicas y filosóficas, le permite disfrutarlo y participar de todas y cada una de estas preguntas. Si uno se para a pensar en los quebraderos de cabeza que un autor como Tácito puede generar en los expertos investigadores, no puede evitar la mueca de una cierta risa nerviosa.
Pero además, Tácito no solo nos lleva por campos de Roma y de nuestro interior, sino que señala también a nuestra más inmediata y contemporánea exterioridad. Su nombre fue el de una corriente que, durante el siglo XVII, generó un pensamiento político crucial en la península. El tacitismo pretendía ser la manera de entender la política en la que el modo de conducta presentado por Maquiavelo (otro malo malísimo de la Historia) quedara encubierto para así servir como manual al príncipe cristiano. La figura de Tácito, y sus modos y maneras, se ponen al servicio de la “Razón de Estado” o, dicho llanamente, como hacer pasar por bueno lo que en esencia es malo; cómo justificar las conductas que necesariamente exige el ámbito de la política, desde una perspectiva cristiana. Cualquiera que eche un vistazo a nuestra política actual verá que, sin la fuerte implicación religiosa, se encuentra más o menos en el mismo sitio que entonces: la ambigüedad y el soterramiento. Y de la misma manera, en un tiempo de colonialismo y refugiados, podemos hacer actuales aquellas palabras que aparecen en el Agrícola con motivo de las conquistas y los conquistados en Britania (cap. 21): “También adquirió prestigio nuestra forma de vestir y la toga se puso de moda, y poco a poco los britanos cedieron a la seducción de los vicios: tiendas y termas y fiestas elegantes. Y entre aquellos incautos se llamaba «civilización» a lo que no era sino parte de su esclavitud”. Difícil que no se le quede a uno cara de idiota al leer estas líneas.
Datos geográficos, narraciones de batallas, tipos de virtud y vicio, aforismos universales, denuncias y arrepentimientos… todo parece habitar con serenidad y tensión a partes iguales en esta pequeño escrito de un autor que, a parte de sus obras mayores como son las “Historias” y los “Annales”, nos legó también el que se ha llamado “el libro más peligroso”, a saber, su obra sobre la “Germanía”, pequeño tratado acerca de los bárbaros germanos que se encontraba en un códice que Heinrich Himmler quiso hacer suyo mandando un batallón de las SS a Italia con ese único fin. Y es que, al parecer, con la ambigüedad y virtuosidad que caracterizan a Tácito, ese librito fue una de las principales fuentes de las que bebió el pueblo alemán a la hora de construirse, a lo largo de los siglos, un relato acerca de su supuesta superioridad y derecho hegemónico sobre los demás pueblos del mundo.
Tácito, algo gratificante e incómodo queda después de su lectura. Será por eso que algunos autores escriben obras que nunca pasan de moda.
TOMÁS Z. MARTÍNEZ NEIRA
http://revistatarantula.com/
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