Konstantin Nikolaievich Leontiev
El filósofo y diplomático Konstantin Leontyev (Kudinov, 25 enero 1831 + Monasterio de la Trinidad de San Sergio, 24 noviembre 1891) aporta un valioso
testimonio historiográfico sobre la génesis y las controversias acerca del papel histórico de Rusia, en su caso en el siglo XIX, época de eclosión de las tesis
étnicas sobre el eslavismo (eslavófilas o paneslavistas)
como fundamento del Imperio ruso.
En este contexto histórico, Leontyev reivindicaba, tras una larga conversión, lo asiático, lo bizantino, lo oriental como consustancial de la identidad espiritual rusa, más allá de nacionalismo étnico nunca construido (a diferencia del paradigma europeo de la Modernidad, ilustrado por el debate entre Renan y Strauss) y de un racionalismo liberal ajeno a toda idiosincrasia cultural eslava. Lo liberal, lo europeo debían ser desterrados del “alma rusa”, buscando las fuentes originarias de esa civilización euroasiática original y propia, fruto del aislamiento medieval y la ocupación mongola-tártara, de la herencia bizantina y la expansión siberiana, de su alejamiento de la ética renacentista y del renacimiento ilustrado, de su inmensidad territorial y su tradición eslavo-ortodoxa.
En este contexto histórico, Leontyev reivindicaba, tras una larga conversión, lo asiático, lo bizantino, lo oriental como consustancial de la identidad espiritual rusa, más allá de nacionalismo étnico nunca construido (a diferencia del paradigma europeo de la Modernidad, ilustrado por el debate entre Renan y Strauss) y de un racionalismo liberal ajeno a toda idiosincrasia cultural eslava. Lo liberal, lo europeo debían ser desterrados del “alma rusa”, buscando las fuentes originarias de esa civilización euroasiática original y propia, fruto del aislamiento medieval y la ocupación mongola-tártara, de la herencia bizantina y la expansión siberiana, de su alejamiento de la ética renacentista y del renacimiento ilustrado, de su inmensidad territorial y su tradición eslavo-ortodoxa.
Una
tesis minoritaria en su momento, como lo fueron las primeras
doctrinas euroasiáticas a principios del siglo XX tras la Revolución
bolchevique; y una conversión vital contradictoria, propia del contexto
romanticista de su momento histórico. Pero ambas
dimensiones de Leontyev, de su búsqueda, nos aportan algunas de las
claves para comprender la realidad y el mito contenido en este regreso a
lo oriental y en esta reacción ante lo occidental,
presente en el debate académico y mediático de la identidad euroasiática
rusa, entre el Estado-nación proclamado como "soberano" y el
Imperio-global considerado como "inevitable" (Fernández Riquelme,
2015).
1. Biografía: la
búsqueda vital en lo Oriental.
El filósofo
Konstantin Nikolayevich Leontyev (Константи́н Никола́евич Лео́нтьев) nació en la aldea de Kudinovo (región de Kaluga), siendo el menor de los siete hijos del militar Nikolai Leontyev,
del linaje nobiliario Карабановы. Tras recibir la educación secundaria en Smolensk, entró como cadete en el regimiento imperial (Дворянский полк).
Despuésde ser licenciado
del mismo en 1844 por enfermedad, inició su formación sanitaria,
primero en el Liceo (Yaroslavl) y después en la Facultad de Medicina de
la Universidad imperial de Moscú.
Como
hijo de
su tiempo, su primera búsqueda juvenil se ligó a mundo literario
romanticista y liberal. Más interesado en la prosa que en las ciencias
sanitarias, y tomando el estilo del afamado Turgunev, en 1851
escribió su primera obra, la comedia teatral Matrimonio por amor, sin publicar por causa de la censura que cuestionaba su liberalismo ateo. Leontyev fue en estos años de juventud un
“peregrino” romántico y viajero, en busca y captura del amor y la verdad, “de su profesión y de su vocación”
para Berdaiev (Malishev, 2002). Por ello, ya graduado sirvió como
sanitario
voluntario durante la Guerra de Crimea. En 1857 se retiró del servicio
militar y regresó a Moscú, ejerciendo como médico en la provincia de
Nizhniy Novgorod, y en 1860 marchó a San Petersburgo con su
hermano Vladimir. Pero en 1861 regresó a la península de Crimea, y en
Feodosiya tomó nupcias con Isabel Politovoya (hija de un comerciante
griego) a la que abandonó pronto tras caer ésta en la
locura. A su vuelta a San Petersburgo publicó sus primeras novelas de
cierta relevancia, Villa Poplidki (1861) y En el borde (1864), obra donde ya reflejaba su búsqueda vital, angustiosa y contradictoria, y que comenzaba así:
“¡Qué
clase de
gente no puede soportar el sufrimiento, Oh Dios!. ¡Lo que él no puede en
la vida- la enfermedad, el resentimiento, la necesidad, los engaños!.
¡Y si esto era en beneficio de los demás. Pero no: otro
sufre, y un tercero!” (Леонтьев, 1864:2-5).
Su
búsqueda
romántica le llevó por el Mediterráneo como diplomático. En 1863 ingresó
en el Ministerio ruso de relaciones exteriores, ejerciendo como agente
consular en varias ciudades del Imperio otomano como
Adrianópolis (Turquía), Heraklion (Creta) o Tulcea (Rumania), viviendo,
como recordaba, la vida libertina de un cónsul en tierras exóticas,
mediterráneas. En plena época creativa, hacia 1868 publicó
con autorización del embajador en Constantinopla (Ignatiev) su obra La alfabetización y la nacionalidad, y preparó una serie de novelas parcialmente desaparecidas (El rio de los
tiempos).
Pero
en 1871
todo comenzó a cambiar. Las aventuras dieron paso a la reflexión. El
mundo bizantino dejó de ser el escenario de un espíritu románticamente
lúdico, para ser la raíz de un espíritu trascendental. Tras
superar una grave enfermedad de cólera en Tesalónica (cuando fue
nombrado cónsul en la ciudad albanesa de Yanina) con la ayuda de los
monjes ortodoxos, Leontyev prometió tomar los votos
monásticos:
"Madre
de Dios! Es temprano para mí el morir! Todavía no he conseguido nada
digno de mi talento, y he
llevado una muy absolutamente promiscua vida pecaminosa. Me levantas de
la cama de la muerte. Voy a ir a Athos, me postraré delante de los
ancianos y rogaré para que me conviertan en un simple y
genuino Cristiano Ortodoxo, que cree en los miércoles y
viernes, [Intelectuales comúnmente despreciados, la observancia del
ayuno los miércoles y viernes] y en los milagros; incluso me voy
a convertir en un monje" (Orthodox America, 2012).
Una
conversión
que marcaría su vida y su obra. Así marchó, como prometió, al Monte
Athos (Grecia), donde permaneció hasta 1872: allí quiso convertirse en
monje como prometió, pero los responsables ortodoxos le
disuadieron del paso, ante su incapacidad para someterse a los rigores
de la disciplina monástica(Леонтьев,
2013a). Posteriormente, hasta 1874 residió en la Constantinopla turca,
donde comenzó su labor como publicista, desarrollando la teoría
sobre el eslavismo de raigambre bizantina con los textos El paneslavismo y los griegos, El paneslavismo en el monte Athos, y Bizantinismo y eslavismo. Según cita Solovyev, en estos años
se produjo la conversión de un liberal anticlerical, naturalista y admirador del mundo turco, "altamente inmoral (por su propios comentarios), sensual, pagano, diabólico", al "más extremo y sincero partidario de un ideal religioso bizantino y ascético" (Соловьев,
2002). Sobre el Monte escribió que:
“Athos
tiene en la actualidad un doble valor para nosotros. Un valor puramente
ligado a la iglesia ortodoxa, que es considerado por no tener ningún
tipo de relación a la nacionalidad de
los monjes que lo habitan (…) y para los rusos como uno de los
principales puntos de soporte de la política ortodoxa en el Oriente” (Леонтьев, 1996c).
Meses
después regresó a su aldea natal, Kudinovo. El impacto que le
produjo la vuelta a su tierra, desolada, despoblada y arruinada en su
opinión, fue, como recordaba, decisivo. Así decidió acercarse aún más a
la Ortodoxia, visitando tanto el Monasterio de
Óptina Pústyn (en la misma región de Kaluga), donde entró en contacto con los hieromonjes Ambrosio (Амвро́сий
О́птинский) y Clemente (Климент),
como el Monasterio de Nikolo Ugreshki (a las afueras de Moscú).
La
incapacidad manifiesta para adoptar la vida monacal debida, a su
temperamento aventurero, como reconoció, le hizo emprender el camino, de
nuevo, a la vida secular en Moscú. Más tarde, en 1879 Leontyev se
trasladó a Varsovia, trabajando como periodista y
colaborador del príncipe Nicolás Golitsyna en el Diario de Varsovia (Varshavsky
dnevnik) sobre temas de política pública. Un año después ingresó en el Comité de censura (цензурный),
gracias a su amigo el contralor
nacional Terti Filippov, donde ejerció como censor durante seis
años; en este periodo escribió sus primeras obras sobre temática
religiosa-espiritual (Sobre la organización mundial del
amor o El Temor de dios y el amor a la humanidad) y su obra capital Oriente, Rusia y los Eslavos
(colección de artículos redactados entre 1885 y 1886), gracias a la
influencia
del ese momento conocido poeta y filósofo Vladimir Solovyev, donde
concretaba la misión del mesianismo ruso en el mundo eslavo-griego.
Y Leontyev volvió a sus orígenes; a la tierra de sus antepasados y a la
espiritualidad de su patria. En el otoño de 1887 se trasladó definitivamente al Monasterio de Óptina, donde escribió La Nota del ermitaño y La política nacional como un instrumento de la
revolución mundial. Asimismo, como refleja su epistolario al Padre Fudel (Письмо к свящ. Иосифу Фуделю)
y a su amigo Filippov (Письмо к Т.И. Филиппову, 1890), participó en el
debate filosófico-teológico en boga en la ortodoxia: la dogmática, y la
relación entre Iglesia y pueblo (a raíz de las polémicas en torno a la
difusión de las tesis heterodoxas de Solovyev). En esta última señalaba
que:
“Yo
creo, por supuesto, en los
milagros, pero no creo que en nuestro tiempo puedan pasar. Creo que la
base moral y mental de nuestro pueblo es, en general, mal preparada para
su percepción, y puede ser que, puesto que el fin del
mundo se acerca y se acerca, el Señor mismo no quiere detectarse a si
mismo demasiado. Y siempre recuerdo las palabras de San Nifont: qué en
los últimos siglos las señales no serán tantas como ahora
(es decir, en su tiempo), pero la gente que se sirve en su vida íntima
al Señor subirá con los Padres a lo más alto de los Cielos” (Леонтьев, 1912).
Tomó
en secreto los hábitos de monje, con el nombre de Clemente, pero
incapaz de adaptarse otra vez más a la vida ascética del lugar, el
anciano Ambrosio le invitó a trasladarse al Monasterio de la Trinidad y
San Sergio (zona de Sergueiv Posad) donde acabó sus días el
12 de noviembre de 1891. En su despedida le dijo a su maestro Ambrosio,
quién conoció de primera mano sus permanentes dudas, sus graves pecados,
sus aspiraciones religiosas y sus vanos intentos con
paciencia: “Ya nos veremos el uno al otro" (Orthodox America, 2012).
2. La
doctrina: la búsqueda intelectual de lo ruso.
Diplomático y médico
liberal, filósofo y hombre de letras, incluso monje tardío, en busca de esa alma rusa,
bien en el mundo bizantino, bien en la ortodoxia rusa. Leontyev
recorrió el antiguo mundo de
Constantinopla en busca del camino espiritual y doctrinal que diera
sentido a su interpretación del eslavismo ruso. Liberal y conservador,
romántico e inquisidor, rebelde y defensor del “culto a
la fuerza”. Dialécticas siempre en conflicto de un “complejo pensador” para Malishev, de un “romántico de la idea conservadora” para Berdiaev, y "un original y talentoso predicador extremadamente
conservador en su mirada" para Solovyev (Соловьев, 2002), que fue mal entendido porque
no hablaba de la “humanidad sufriente” sino de la “humanidad poética” (Malishev, 2002, p. 63).
Los
años setenta del
siglo XIX serán el momento de eclosión de su doctrina eslavista. A
diferencia de los eslavófilos o paneslavistas de su generación, Leontyev
buscó en la ética y estética bizantina la clave de la
misma, siempre a golpe de poesía, de duda, de emoción. Solo en lo más
profundo del alma, superando temporales filiaciones a grupos étnicos o
zonas territoriales, se podía encontrar la esencia de la
identidad rusa, de su lugar y misión en la humanidad, ante el terror a
perderlas por la muerte personal (el ateísmo liberal), ante la muerte
nacional (la colonización occidental). De 1871, en el día
y la hora de su conversión casi mística, siempre incompleta (Леонтьев, 2013b, pp. 78-80), recordaba:
"El
inesperado momento finalmente llegó, cuando yo, hasta entonces bastante
audaz, sentí un terror
desconocido, no simplemente el miedo. Este terror era al mismo tiempo el
terror de los pecados y el terror de la muerte. Nunca antes había
experimentado eso....Empecé a temer a Dios y a la Iglesia.
En el tiempo de la física el miedo desapareció, mientras que el en
espiritual, el miedo se mantuvo y se mantiene en aumento"
(Orthodox America, 2009).
El
miedo a la nada,
al olvido, a la pérdida. Una doctrina nacida ante el terror a la
soledad, al pecado, a la muerte. Personal y colectivamente, de su
identidad y la de su pueblo ruso. Grandes naciones fueron barridas
del tiempo y del espacio, grandes hombres cayeron en el error. Leontyev
buscaba la seguridad de la belleza y la fuerza, de esa alma recordada en
la tierra y en el cielo, salvada entre los pecados de
la vida y la santidad del convento. Para Kontzevitch, Leontiev fue "un hombre de un único, profundo y brillante intelecto", y en él "había una inusual independencia de la mente, siendo uno
de los más independientes pensadores de Rusia, que no estaba atado a nada" (Orthodox America, 2009).
Desde
esta posición
ontológica, Leontyev quiso dar entidad histórica, política y filosófica a
esa alma rusa, ortodoxa en lo divino y bizantina en lo estético, ante
el terror de un mundo occidental, de un siglo
contemporáneo que le hacía transgredir los valores heredados, igualando a
todos y a todo. En Bizantinismo y eslavismo (1875) señalaba el por qué de ese espíritu civilizatorio ruso:
- La civilización era el
complejo sistema cultural de ideas (religiosas,
gubernamentales, personales, morales, filosóficas y artísticas), que se producían en toda la vida de las naciones.
- El
bizantinismo nacía como reivindicación de una civilización oriental que
unía
a distintos pueblos en función de esas ideas religiosas, estatales,
morales, filosóficas y artísticas, a partir de la llegada al poder en el
Imperio romano de Constantino.
- La Edad Media fue configurando una cultura oriental diferenciada de la
occidental, en especial tras el Impacto del Renacimiento y la Reforma.
- Tras
la desaparición del viejo Imperio romano de oriente, la cultura
bizantina
se fue asimilando a la eslava, en especial gracias a la labor de la
Iglesia Ortodoxa rusa, que alejada de las costas mediterráneas “se encontró con el pueblo sencillo, fresco, que no había visto
casi nada, ingenuo, directo en sus creencias” (Леонтьев, 2009).
Pero
la lucha
espiritual de Leontyev no era simplemente contra las ideas liberales,
occidentales, que le hicieron en su juventud perder el camino, como al
de gran parte de su generación. Era, especialmente, contra
“las pasiones, los sentimientos, los hábitos, la ira, la grosería, la
malicia, la envidia, la gula, la embriaguez, la depravación, la pereza,
etc.” que lo occidental instruía en el alma
eslava, en su propia alma, presa de un orgullo y una soberbia que le
impedía comprender realmente la fe de sus padres (Malishev, 2002, p.
62-63). Una lucha entre lo occidental y lo ruso, entre el
mundo y sí mismo, entre el alma mundana y el alma rusa, tan presente en
maestros como Gogol o Dostoievski, entre "la larga antipatía filosófica por las formas y el espíritu de la nueva vida
europea, por un lado, y por otro, la estética infantil y de ordenación de la atracción de la forma exterior de la Ortodoxia" (Леонтьев, 2009).
De estas
contradicciones, de esta búsqueda surgió su doctrina del “alma rusa”.
Doctrina que vinculaba el desarrollo social y cultural de Rusia hacia
el Oriente bizantino; espacio histórico que reunía
los mismos valores tradicionales que los propios de la Ortodoxia rusa,
frente al liberalismo social e igualitario occidental. Más allá de las
tesis etnicistas o imperialistas del movimiento de la
eslavofilia (Kireyevski, Danilevski y el mismo Dostoyevksi), Leontyev
sintetizó su doctrina en el conjunto de ensayos recogidos en su gran
obra, la citada Oriente, Rusia y los eslavos
(1885-86).
El
ideal de Leontyev fue el bizantino, no el eslavo. El término eslavo,
a su juicio, no tenía contenido específico, más allá de similitudes
culturales; los pueblos eslavos vivían apartados, incluso enemistados, y
muchos de ellos, como los eslavos del Imperio
austro-húngaro se caracterizaban por los valores europeístas. La unión
de los eslavos a la que aspiraba el paneslavismo y la eslavofilia era,
por ello, un peligro para el país, ya que
introduciría aun más los principios democrático-liberales e igualitarios
predominantes en la mayoría de esas regiones eslavas, que
descompondrían las verdades conservadoras y bizantinas fundadoras de
la nación rusa. La raza (eslava) era un vector sin futuro; la esperanza
pasaba por el espíritu (ortodoxo) inserto en la tradición bizantina. Así
escribía: “¿La Familia?. ¿Pero es posible una
Familia sin Religión?. ¿Qué es una Familia rusa sin el Cristianismo?,
¿qué es el cristianismo en Rusia sin los fundamentos bizantinos y las
formas bizantinas?” (Леонтьев, 1996:
94-98).
Por ello la vieja Constantinopla (la nueva tsargrad),
que
Leontyev deseaba que fuera conquistada por Nicolás I en plena guerra
contra el Imperio Otomano, debía ser la capital espiritual del renacido
mundo ortodoxo, fuerte y conservador, luz cultural y
política para la aún rural Rusia (Леонтьев, 1996a, p.336). Un espíritu,
un alma que se fundaba en el poder y la belleza, en la "autoafirmación de la fuerza"
sobre la ética, capaz de hacer
sostenible la vida de una civilización; siempre desde la verdad de la
religión, en el sentido monacal de la salvación, desde la victoria
política del conservadurismo greco-ruso, y desde una estética
amante de todo lo hermoso y bello (Соловьев, 2002).
Frente al enfermo mundo occidental, infectado del consumismo ateo y el
relativismo moral (el llamado “cosmopolitismo liberal”), Rusia
aparecía como la cuna de una civilización cristiana original, marcada
por esa tradición bizantina. Para Leontyev la civilización
de Occidente se encontraba al borde de su ocaso, dentro de su teoría del
desarrollo histórico de las sociedades (claramente "organicista", al
modo de Herbert Spencer). Una evaluación
“estética” (эстетизм) de la sociedad, del estado de su
cultura y de su historia, lo demostraba. Occidente, tras pasar por la
primera etapa de crecimiento y "aumento de la
complejidad" (desde la infancia del organismo nacional), se encontraba en el inicio de la segunda fase, “la decadencia” y desmembración, antes de llegar a la etapa final, la inevitable
“muerte civilizatoria” (Леонтьев, 2013a: pp. 112-113).
El liberalismo, con su culto a la vida cotidiana y el bienestar para
todos, era una amenaza para Rusia y los países ortodoxos. En su crepúsculo, el igualitarismo social (бессословности), y la democratización política cuestionaban, irresponsablemente, los
principios necesarios de orden y estabilidad (омещаниванием), de todo organismo socio-político. Frente a la visible autodestrucción occidental, el bizantinismo (византизм)
con su defensa de la autocracia (царизм), la ortodoxia (греческое христианств), el
colectivismo (сельский поземельный мир) y el conservadurismo,
era el marco cultural y espiritual para prevenir las herramientas
sociales revolucionarias, germen de esa caída de la
sociedad occidental; siempre más allá de las tesis eslavófilas de
Danilevski o las ecuménicas de Tolstoi, a las que consideraba en cierto
punto abstractas.
De esta manera, para Leontyev el bizantinismo unía histórica y
realmente el cristianismo y Rusia a través del mundo griego, y lo
hermanaba con el resto de pueblos ortodoxos más allá de
diferencias étnicas o lingüísticas (югославяне).
Su posición antropológica partía, pues, de la crítica la
“absolutización de lo humano”, propia de la secularización contemporánea de la cultura occidental, que en Europa cuestionaba “el amor a dios y la fe en la santidad de la Iglesia y de los
sagrados derechos del estado y de la familia". El hombre-Dios,
dentro del pensamiento europeo, se había convertido en la meta del
desarrollo individualista de una sociedad “igualitaria y
feliz”, alejada de Dios y la Tradición. Frente a dicha concepción moral (эвдемонизм), Leontyev defendía la concepción de Dios-hombre, según la cual (Богочелове́к)
el ser humano debía regirse por un bien superior al bien personal,
por una moral de valores que condicionaba la moral personal. Era la
única clave para lograr objetivos superiores, sobrehumanos,
para justificar el sacrificio por la patria, el sometimiento a la fe
y el sufrimiento de la historia. Solo el temor a Dios podía dar
significado a la superación de error, a la vinculación con la
comunidad, al sacrificio por los demás, al amor en definitiva (Леонтьев, 1996).
Para
Leontyev, sin ese miedo, sin ese temor la libertad de los hombres
derivaba bien en simple libertinaje, bien en pensamientos subversivos,
como aprendía de San Juan y comprobaba en la obra de Tolstoi. Y ambas
derivaciones eran igual de peligrosas, porque cuestionaban
sin perdón la herencia recibida, y atentaban directamente al orden
socio-político necesario para la convivencia. Esa libertad era la
esencia del decadente mundo liberal, la mayor amenaza para Rusia,
el país que debía liderar la unión del mundo ortodoxo, rescatando la
herencia bizantina, recuperando las nociones de obediencia, de castigo,
de humildad (Леонтьев, 1996). Desde esos valores, los
ortodoxos debían unirse, como sucedió con el conflicto religioso
griego-búlgaro sobre el Patriarcado ecuménico de Constantinopla (que
para Leontyev debía estar bajo control de los Fanariotas helenos
y siguiendo estrictamente el canon ortodoxo o
Кано́н).
Si bien, en un primer momento, sus tesis partían de la eslavofilia,
corriente "de ensueño y claro enseñanza", Leontyev la superaba con su ideal histórico-espiritual. Para Solovyev, Leontyev "representa un momento en la historia rusa de la conciencia",
cuyas
aspiraciones dieron lugar a una construcción conceptual e ideológico
conservadora cuyos principios fueron: 1) mística, estrictamente de la
iglesia y del cristianismo monástico bizantino y, en
parte, de tipo romano, 2) madura, centrada en la estatalidad monárquica y
3) bella, siempre en la base de la identidad nacional. Principios a
proteger del enemigo común, "el ideal igualitario y
burgués de progreso, que triunfaba en la última historia europea", pero que siguiendo su citada teoría del desarrollo civilizatorio, se encontraba al borde del abismo, como demostraba la
progresiva destrucción de las grandes naciones, de Austria a Francia, por culpa de la "infección revolucionaria liberal". A diferencia de los pensadores europeos críticos con la
"desmembración de Occidente", Leontyev considera que ésta era inevitable, natural, al contrario del esperanzador futuro de su país (Соловьев, 2002); así señalaba que "tenemos la verdad, la integridad, el amor, etc., frente al Oeste y
el racionalismo, la mentira, la lucha, etc". Pero ahora bien,
esta esperanza era solo deseable y posible en Rusia, ante las amenazas
internas y externas; posición diferente al optimismo
absoluto de los eslavofilos. Para Leontyev, la esperanza de una
Rusia triunfante solo sería viable si se difundía el ideal político y
cultural donde:
"el Estado debe
ser bello, difícil, con fuerza, sostenido con precaución, movido con severidad absoluta, a veces hasta la ferocidad; la iglesia debe ser actual, la jerarquía debe ser más audaz; la vida cotidiana debe ser diversa y auténtica, en el ámbito
nacional; las leyes, los principios, las autoridades deben ser más estrictas y la gente debe tratar de
ser personalmente más amable, equilibrándose la una a la otra; la ciencia debe desarrollarse en un
espíritu de profundo desprecio a su uso utilitario" (Соловьев, 2002).
En
la prospectiva histórica, estas tesis de Leontyev contenían,
inevitablemente, predicciones sobre el tiempo histórico venidero. En el
presente estaba el germen del futuro, y Leontyev acertó. El siglo XX
fue, como predijo décadas antes, una centuria trágica,
sangrienta, que en Rusia estaría marcada por la Revolución liderada por
un tiránico y socialista "anticristo", más poderoso que los mismos zares. A partir de la lectura de los socialistas
Proudhon y Lasalle, estaba convencido del advenimiento de una nueva esclavitud comunista terrible, que crearía el “feudalismo del futuro”, mediante "la nueva empresa de forzar el
sometimiento de las comunidades humanas" capaz de destruir ese “alma rusa” para siempre (Леонтьев, 1996b).
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