Los primeros años tras la llegada de los bolcheviques al poder en 1917 fueron turbulentos en todos los aspectos y el panorama cultural cambió de manera muy activa en Rusia. Salieron a primera plana nuevas fuerzas sociales, liberadas tras el derrocamiento de la autocracia y surgieron múltiples grupos literarios opositores. Estos años fueron, en el sentido literal de la palabra, el único periodo verdaderamente revolucionario en el desarrollo del arte de la Unión Soviética. La lucha principalmente se desplegó entre los que pertenecían a la tradición literaria clásica del realismo del siglo XIX y los que promulgaban una nueva cultura proletaria.
Literatura revolucionaria
Se dio una calurosa bienvenida al espíritu innovador en la poesía, una tradicional anunciadora de la revolución. La poesía futurista de Vladímir Mayakovski (1893-1930) y de sus seguidores, cuya inspiración provenía del “encargo social”, representaba una ruptura total con la tradición. Algunos escritores adaptaban a los nuevos temas los medios antiguos de expresión; así, por ejemplo, Serguéi Yesenin (1895-1925) elogiaba con el estilo lírico tradicional la nueva vida que se esperaba en los pueblos con la llegada del poder soviético.
Algunas obras de la literatura posrevolucionaria se crearon en el espíritu del realismo del siglo XIX. El tema principal de este periodo fue la sangrienta y fratricida guerra civil de 1918 a 1920, que causó un fenómeno extendido en todo el país en el que los miembros de una misma familia se colocaban en los lados opuestos de las barricadas.
En la prosa temprana de los “compañeros de viaje de la revolución”, según una expresión de Lev Trotski,el tema predominante era la lucha trágica entre la atracción por lo nuevo y el apego a lo antiguo, la consecuencia continua de la guerra civil. El vínculo con los escritores del pasado de manera especial se siente en la trilogía monumental de Alexéi Tolstói, Peregrinación por los caminos del dolor (1922–1941), que ilustra la Rusia prerrevolucionaria, revolucionaria y posrevolucionaria.
En condiciones de ausencia de censura política durante los primeros años del poder soviético, los escritores satíricos tenían gran libertad. Se burlaban del nuevo régimen en todos los tonos, como por ejemplo, Yuri Olesha en su refinada novela satírica La envidia (1927), o Valentín Katáyev en la novela Desfalcadores (1926), un excelente retrato de la estafa de dos burócratas soviéticos. También cabe destacar a otro gran satírico de la época soviética, Mijaíl Zóschenko, autor de numerosos relatos mordaces y tristes.
Primeras injerencias políticas en la literatura
Con el comienzo del primer plan quinquenal (1928–1932) el Partido Comunista inició la reglamentación oficial de la literatura. La Asociación Rusa de Escritores Proletarios (RAPP) contribuyó intensamente a este proceso, lo que llevó a la aparición de una cantidad ingente de literatura, prosa y dramaturgia de estilo industrial, que casi nunca se elevaba por encima del nivel de la propaganda y monótonos reportajes. Hazañas laborales o construcciones gigantescas se convertían en el tema principal de las obras literarias. De la gran cantidad de novelas sobre la colectivización se encuentra muy lejos la obra Campos roturados (1932) de Mijaíl Shólojov, probablemente porque su protagonista, Davýdov, presenta una imagen muy profunda, dotada de gran encanto personal, que no tiene nada que ver con las imágenes esquemáticas de la prosa industrial.
En 1932, el Comité Central del Partido Comunista ordenó la disolución de todas las asociaciones literarias y la institución de la Unión de Escritores Soviéticos, única para todo el país, que dos años más tarde sería establecida en el Primer Congreso Nacional de Escritores Soviéticos.
Cada vez más difícil se hacía la situación de los escritores que criticaban el régimen o de alguna manera se oponían a él. Sin embargo, al considerar las necesidades de la campaña de propaganda internacional que el régimen estaba llevando a cabo en los años treinta, se mostró cierta tolerancia respecto a los escritores más famosos. Pero como modelo se consideraba precisamente la literatura reglada desde el punto de vista político. Así, por ejemplo, la obra que correspondía de manera más precisa a las indicaciones oficiales, fue la novela autobiográfica de Nikolái Ostrovski, Así se templó el acero (1934), que tuvo un éxito aplastante. Su protagonista, Pável Korchaguin, se convirtió en ejemplo de “protagonista positivo”, o “nuevo hombre soviético”, pero su carácter carece de credibilidad, porque el mundo donde vive y lucha, tiene un tinte artificial en blanco y negro.
Durante este período Mijaíl Shólojov (galardonado con el premio Nobel en 1965) concluye su novela más famosa El Don apacible (1928–1940), considerada una obra clásica de la literatura soviética. La novela representa un amplio panorama épico de los acontecimientos de la guerra civil, la Revolución y las discordias fratricidas, que culminan con la conquista de los cosacos por el Ejército Rojo.
El realismo socialista y la amenaza de la represión
Los realistas socialistas produjeron una gran cantidad de obras teatrales privadas de dramatismo, que contaban las realidades soviéticas contemporáneas. Entre los ejemplos más destacados está la obra Los aristócratas (1934), de Nikolái Pogodin, que trata de la construcción del canal del mar Blanco al mar Báltico por mano de obra presidiaria, y otras dos obras del mismo autor sobre Lenin, El hombre del fusil (1938), y Las campanas del Kremlin (1941).
En la poesía se observaba el mismo proceso de separación entre los autores “del régimen” y los que escribían “para sí mismos” (o sea, a los que ya no se publicaba). Durante la represión de la segunda mitad de la década de 1930 muchos escritores fueron detenidos, algunos luego fusilados y otros enviados a pasar largos años en campos de trabajo. Después de la muerte de Stalin algunas víctimas de la represión fueron rehabilitadas a título póstumo, como en el caso de Ósip Mandelshtam, y a otras, excomulgadas de la literatura como, por ejemplo, Anna Ajmátova, les permitieron volver a publicar.
Muchos escritores de la época de Stalin, tratando de evitar el peligro de la temática contemporánea, comenzaron a componer novelas y obras teatrales históricas. El recurso de la historia de repente se popularizó en el trasfondo de una oleada de sentimiento patriótico, al que el Partido Comunista exhortaba ante la creciente amenaza de guerra. Los momentos clave del glorioso pasado militar de Rusia a menudo atraían la atención de los escritores. La mejor novela histórica de aquel tiempo fue Pedro I (1929–1945) de Alexéi Tolstói.
Inmediatamente después de la invasión alemana en 1941, la literatura se movilizó para el apoyo del país en guerra, y hasta 1945 casi cada palabra publicada de una u otra manera contribuía a la defensa de la patria.
La producción creativa de aquellos años en su mayor parte no fue de mucho valor. Sin embargo, algunas obras de escritores talentosos poseían gran mérito artístico. Borís Pasternak, Konstantín Símonov y Olga Bergolts crearon bellos ejemplos de lírica. Publicaron varios poemas impresionantes de carácter narrativo sobre la guerra, entre ellos El meridiano de Púlkovo (1943), de Vera Ínber, y Vasili Tiorkin (1941–1945), de Alexandr Tvardovski, que muestran la imagen del soldado ruso que se convierte en personaje legendario. Las obras más notables de la prosa de ficción de los tiempos de la guerra son Los días y las noches (1944), de Konstantín Símonov; Hijo del regimiento (1945), de Valentín Katáyev; y La guardia joven (1945), de Alexandr Fadéyev. Entre las piezas de mayor éxito de los tiempos de guerra se encuentran Frente (1942), de Alexandr Korneichuk, en la que denuncia la incompetencia de los generales soviéticos de la antigua escuela; Personas rusas (1943), de Símonov, una ilustración del sacrificio de soldados soviéticos y ciudadanos sencillos antes de morir; y las piezas de Leónov sobre la lucha encarnizada del pueblo ruso durante la ocupación alemana.
Los escritores soviéticos esperaban que el Partido extendiera los límites de la relativa libertad creativa que les fue concedida durante la guerra. No obstante, la resolución del Comité Central del 14 de agosto de 1946 sobre cuestiones literarias acabó con estos anhelos. “El arte debe inspirarse políticamente, y el ‘partidismo’ y el realismo socialista deben ser la guía para el escritor”, afirmó el político soviético Andréi Zhdánov.
Voces de protesta y antiguas obras que ven la luz
Después de la muerte de Stalin en 1953, un creciente descontento por la estricta reglamentación se manifestó en la novela de Iliá Erenburg (1954) El deshielo, sobre la difícil situación de los artistas obligados a crear bajo la supervisión de las autoridades.
Y aunque las autoridades sometieron a una seria reprimenda a los escritores rebeldes en el Segundo Congreso de Escritores (1954), el discurso del Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista, Nikita Jruschov, originó una ola de protestas contra la injerencia en el proceso creativo. En muchas obras de poesía, prosa y drama, los escritores jóvenes no solamente denunciaban los abusos del poder del período de Stalin, sino también las repugnantes manifestaciones de la realidad contemporánea. La novela de Vladímir Dudíntsev, No solo de pan (1956), que gozó de gran éxito público con su crítica a la burocracia del Partido, fue el indicio de la nueva postura en la literatura. En 1957, cuando el espíritu rebelde empezó a molestar a los poderes, Jruschov recordó a los escritores que debían seguir la ideología comunista. La prensa del Partido condenó severamente la novela de Pasternak Doctor Zhivago, publicada en el mismo año en el extranjero (Pasternak incluso se vio obligado a rechazar el premio Nobel en 1958). El sonado escándalo que causó este libro ayudó a dominar la agitación literaria y ya en el Tercer Congreso de Escritores reinaba un ambiente de resignación.
A principios de 1960 la necesidad de una mayor libertad de expresión artística en la literatura y el arte se expresó con una nueva fuerza, especialmente por medio de los “jóvenes airados”, entre los que los poetas Yevgueni Yevtuschenko y Andréi Voznesenski fueron los más populares. La poesía de Voznesenski se distingue por los experimentos con el lenguaje, las imágenes audaces y la diversidad de temas, que ilustran de modo brillante sus mejores libros La pera triangular (1960) y Antimundos (1964).
Los años 60 del siglo XX fueron notables no solo por las nuevas obras, sino también por las antiguas, publicadas por primera vez. Así, los lectores tuvieron la posibilidad de conocer, por ejemplo, la labor creativa de Marina Tsvetáyeva (1891-1941). De nuevo en la prensa apareció el nombre de Borís Pasternak, aunque solamente publicaron sus versos; Doctor Zhivago se publicó en la Unión Soviética treinta años más tarde que en Occidente. El descubrimiento literario más importante de la década fue la obra creativa de Mijaíl Bulgákov (1891-1940), anteriormente conocido por su escenificación de Almas muertas, una novela de Gógol, y por la novela La guardia blanca (1924), en la que, a diferencia de la mayoría de las obras de la literatura soviética, los adversarios del poder soviético durante la Guerra Civil no se presentan como canallas despreciables, sino como personas desorientadas que defienden una causa perdida. Las novelas y narraciones de Bulgákov, publicadas a título póstumo, le valieron la reputación de fino satírico y, en general de ser uno de los mejores escritores rusos. Entre sus obras dadas a conocer en esos años destacan Novela teatral, publicada en 1965, una caricatura humillante del famoso director de teatro Konstantín Stanislavski; la novela El maestro y Margarita (1966-1967), que incluye una gran variedad de temas relacionados con el arte y el sentido de culpa; y Corazón de perro, publicada en el extranjero en 1969, una historia pintoresca sobre un experimento científico que convirtió un animal corriente en un ser humano despreciable que reunía las peores cualidades humanas y caninas, lo que los poderes consideraron una parodia peligrosa de la experiencia soviética de la formación de un hombre nuevo.
En los años sesenta paulatinamente renació el teatro soviético tanto a consecuencia de la aparición del nuevo repertorio (por ejemplo, obras de Víktor Rózov y Alexéi Arbúzov), como por la reanudación de la experimentación teatral de los años 1920. Los nuevos talentos, como Bela Ajmadúlina y Novela Matvéyeva, enriquecieron la poesía. Algunos novelistas jóvenes, como Yuri Kazakov y Yuri Naguibin, buscaban usar la experiencia de maestros rusos de género de la época prerrevolucionaría como Chéjov; otros, como Vasili Axiónov, tomaban como modelo las obras de los escritores contemporáneos occidentales como J. D. Salinger.
Los años setenta y el exilio
Los acontecimientos literarios más importantes de los años sesenta fueron la publicación en 1952 de la novela de Alexandr Solzhenitsyn Un día en la vida de Iván Denísovich y el proceso judicial de los escritores Andréi Siniavski y Yuli Daniel en 1966. Las obras posteriores de Solzhenitsyn y Siniavski, dos autores de primera fila de la época postestalinista, reflejan el desarrollo de la literatura soviética durante la era de Brézhnev.
Tras la publicación de Un día en la vida de Iván Denísovich, que le granjeó fama entre todo el público, Solzhenitsyn logró publicar solamente algunos de sus relatos, el mejor de los cuales es La casa de Matriona (1963), tras el cual las puertas de las editoriales soviéticas se cerraron para él. Sus novelas El primer círculo y Pabellón del cáncer se publicaron en el extranjero en 1968, y ya en 1969 quedó excluido de la Unión de Escritores Soviéticos. En 1970 lo galardonaron con el premio Nobel de Literatura. En 1971 en Occidente publicaron la novela Agosto de 1914, la primera de una serie de novelas históricas en las que el autor trató de investigar las causas, el desarrollo y las consecuencias de la llegada de los bolcheviques al poder. La siguió en 1973 el primer tomo de la investigación monumental de carácter artístico y documental del sistema soviético de campos de trabajos forzados: Archipiélago Gulag (Solzhenitsyn expresó lo que sabía él mismo de primera mano ya que pasó como preso en los campos unos ocho años). En pleno ardor del escándalo causado por esta publicación, Solzhenitsin fue privado de su ciudadanía soviética y expulsado del país. Algún tiempo después se estableció en EE. UU., donde continuó trabajando en el ciclo de novelas históricas y publicó sus memorias durante la época de Jruschov en El roble y el ternero (1975). Hasta 1994 el escritor no pudo regresar a Rusia.
Siniavski tras cumplir casi la totalidad de su condena fue puesto en libertad y le permitieron volver a Moscú. En 1973 emigró a Francia, donde publicó sus estudios críticos sobre Pushkin y Gógol (Caminando con Pushkin y A la sombra de Gógol) y las memorias de los gulags Voces del Coro (1976). La novela autobiográfica ¡Buenas noches! se publicó en 1984.
En los tiempos de Brézhnev el control oficial sobre la literatura soviética no se debilitó y muchos autores talentosos se vieron obligados a emigrar de la Unión Soviética. Entre los emigrantes más destacados estuvieron el poeta Iósif Brodski, el satírico Víktor Voinóvich y el escritor y filósofo Alexandr Zinóviev. En 1964 Brodski fue condenado por "parasitismo social" y enviado al destierro a trabajos forzados. Alcanzó la libertad en 1965, cuando la publicación de su primer libro de versos en Occidente atrajo la atención sobre sus circunstancias pero en 1972 lo forzaron a emigrar. En 1987 se convirtió en el quinto escritor ruso laureado con el premio Nobel, y en 1991 fue honrado con el título de poeta laureado de EE. UU. Por su parte, Voinóvich emigró a Alemania occidental en 1981. Su libro más famoso, Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin (1975), se publicó en Occidente, así como la mayoría de sus obras posteriores. Al igual que Voinóvich, Zinóviev publicó su obra más famosa, una mezcla extravagante de ficción artística, filosofía y sátira social bajo el título Cumbres abismales (1976), antes de emigrar en 1978, pero también en el extranjero continuó escribiendo y publicando prolijamente.
Algunos de los escritores destacados que se quedaron en la Unión Soviética trataron de hacer frente a la omnipotencia oficial sobre la edición y la distribución de la literatura. Las obras que no alcanzaban el visto bueno de las autoridades, empezaron a aparecer en 1960 publicadas por vía samizdat, literalmente “autoedición”, y la circulación de las reimpresiones no censuradas aumentó de modo considerable después del proceso judicial contra Siniavski y Daniel. Otros escritores, según lo expuesto más arriba, se publicaban en tamizdat (literalmente “edición de allí”, es decir del extranjero); en particular, Gueorgui Vladímov, cuya novela Fiel Ruslán, que representaba la realidad soviética vista a través de los ojos de un perro de la ex guardia de campo, se publicó en Occidente en 1975. El ejemplo más famoso lo representa la antología Metropol, donde se reunieron las obras tanto de autores bastante conocidos como de los noveles. La censura soviética no permitió la publicación de esta colección pero se divulgó ostentosamente en Occidente. A consecuencia del escándalo surgido, Vasili Axiónov, uno de los participantes más destacados de la antología, se vio obligado a emigrar. En el extranjero publicó obras prominentes como La quema (1980) y La isla de Crimea (1981).
Aunque el período del "estancamiento" desvitalizaba la literatura, seguían publicándose en la Unión Soviética y en los tiempos de Brézhnev obras merecedoras de atención. En la literatura rusa desde 1950 cada vez fue obteniendo más peso el grupo literario de los “campesinos” (en ruso derevénshiki). En sus obras describían una vida desbordada del dolor del pueblo ruso, estaban llenos de nostalgia del pasado y se distinguían por la inclinación hacia la generación de una ficción a base de acontecimientos reales en el campesinado ruso. Los representantes principales de este grupo eran Fiódor Abrámov, Valentín Rasputin, Vasili Belov y Víktor Astáfiev. Algunos escritores se concentraron en la vida de la intelectualidad urbana. Yuri Trífonov atrajo la atención con novelas en las que investigaba el “aburguesamiento” de los intelectuales y el conjunto de los problemas morales relacionados con las represiones de Stalin y sus consecuencias, como en la novela La casa del malecón, 1976.
Al igual que Trífonov, Andréi Bítov eligió como personaje colectivo a la intelectualidad rusa. En los años setenta lo seguían publicando en la Unión Soviética pero su obra principal de aquel entonces, la novela de compleja estructura La casa de Pushkin, no se pudo publicar por completo en Rusia hasta la época de la perestroika, aunque había apareció en Occidente en 1978. El que impuso con mayor coherencia el modernismo en la literatura rusa en los años 1960-1970 fue Katáyev con sus memorias El pozo santo (1966) y La hierba del olvido (1967), comenzando así una serie de publicaciones que acuñó bajo la corriente del “movismo” (del francés mauvais), que escribió y editó hasta su muerte.
Últimos años de la Unión Soviética
Para principios de los años ochenta, la literatura rusa se había dividido en dos comunidades: emigrantes y escritores soviéticos. El panorama de la literatura legal dentro de la Unión Soviética se apagó de manera considerable cuando muchos escritores destacados como Trífonov, Katáyev y Abrámov murieron en los primeros años de la década y no apareció en la prensa ninguna evidencia de que surgieran talentos nuevos. Una excepción sustancial fue Tatiana Tolstaya, cuya primera novela corta, En el porche de oro, fue publicada por una de las revistas de Leningrado en 1983. Más tarde una colección bajo el mismo nombre se publicó en 1987. Su segunda colección, titulada Sonámbula en la niebla, se publicó en inglés en Estados Unidos en 1991.
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