Antes de convertirse en escritor y periodista, Edmundo
Valadés (1915-1994) trabajó como detective, vendedor de cremas y
lociones y maestro rural. Tras ello empezó a colaborar en México al día y el Continental; hacia 1937 quiso integrarse en la revista Hoy,
así que se presentó ante Regino Hernández Llergo, de quien recibió una
respuesta contundente: “Lo que yo necesito es un pistolero”.
Luego supo que se refería a un secretario privado. Tiempo
después se convirtió en su secretario de redacción y así empezó su
carrera hasta convertirse en el coordinador de la página cultural de Excélsior. Autor de La muerte no tiene permiso, La revolución de las letras y Por caminos de Proust, hoy es recordado en el centenario de su nacimiento.
Amigo de Juan Rulfo y promotor de la obra de Fernando del
Paso, también se dedicó a estudiar autores franceses como Marcel Proust y
André Gide. Sin embargo, el mundo intelectual recuerda su legado
edificado sobre tres pilares: su oficio como periodista, su obra
literaria y como editor de la revista El Cuento, un esfuerzo insólito en América Latina por tratarse de un refugio que albergó la máxima defensa de este género literario.
En este marco, el narrador y ensayista Ignacio Padilla y el editor y
cuentista Marcial Fernández aseveran que el legado del autor sonorense
es inobjetable y aseguran que su faceta como defensor de la narrativa
compacta es reconocida desde trincheras que han construido en su honor,
tales como el Encuentro Internacional de Cuentistas y el portal
Ficticia.
¿Qué es el cuento? Ésa es la pregunta clave, que el propio Valadés respondió al periodista Manuel Lino (Excélsior
22/08/ 1980). “Es un instante de vida. Un instante aparentemente común,
sencillo y sin mayor importancia. Pero con la penetrante mirada de
quien narra, muestra su trasfondo y el incidente dado… el cuento, por
eso, tiene su misterio y su secreto”.
Taller y santuario
La revista El Cuento nació en 1939 y desde sus primeros
números cobró fama en América Latina; se convirtió en un santuario para
lectores del género. Su primer número incluyó un cuento del noruego Cary
Kerner, pero sólo alcanzó cinco números con textos de Efrén Hernández,
Mariana Frenk y Luis Córdoba, debido a la escasez de papel y la precaria
situación financiera que provocó la Segunda Guerra Mundial.
Veinticinco años después —a principios de 1964— el editor Andrés
Zaplana le dio 20 mil pesos de su bolsillo para que retomara aquella
genial idea y así inició la segunda etapa de un esfuerzo que se prolongó
a lo largo de 164 números.
Apenas habían pasado cinco años de la segunda etapa de la publicación, cuando Valadés le dijo a la periodista Martha Anaya (Excélsior,
27/07/ 1969) que este ejercicio nació bajo una idea simple: publicar
los cuentos que le parecían bellos, sin favorecer a amigos y conocidos.
La idea era “hacer una especie de antología universal del cuento.
Pero al pasar los años empezó a ser conocida en Latinoamérica, recibí
muchas cartas y así le di un énfasis a la narrativa breve
latinoamericana. Y es algo más que no había imaginado: una especie de
taller literario que ha dado a conocer gente nueva”.
Una década después, Valadés obtuvo el Premio Nacional de Periodismo por este esfuerzo y el escritor José Agustín le dedicó un artículo (Excélsior 19/06/1981), donde reconoce que ésta “ha sido una herramienta utilísima, no sólo como medio de publicación… sino como oportunidad (para) leer una cantidad riquísima de cuentos de todas las épocas y de todos los países”.
“Es una revista muy apreciada en el extranjero, en especial en el
cono sur, y muchos latinoamericanos han encontrado en la revista la
posibilidad de ser conocidos en otras latitudes, así como los escritores
mexicanos han podido ser apreciados en otros países”, aseguró Agustín.
“Tiene permiso”
Para el editor Marcial Fernández, “la vigencia de Edmundo Valadés se puede encontrar en su cuento La muerte tiene permiso,
título que da nombre al primer libro que publicó. Ese cuento en
especial, como después se analizó el resto de los cuentos de esta obra,
tiene la vigencia como si hubiera sido escrito hoy por la mañana”.
En éste toca el tema de la autodefensa de pueblos originarios, explica, y de hacerse justicia por mano propia. Es un cuento que sigue la tradición de Poe, donde primero escribe el final y de ahí se llega o se construye un cuento para llegar a un final sorpresivo y asombroso.
Además, asegura que lo mismo sucede si se revisan sus demás cuentos, donde solía manejar este tipo de técnica. “Pero, sobre todo, se trata de textos que no pierden actualidad, porque básicamente hablan de la condición humana.
“En eso radica la vigencia de Valadés como autor, y como promotor del
cuento su vigencia está en tanto quienes recuperan su tradición, aunque
para que una tradición se mantenga viva tiene que seguir evolucionando,
y justo fue Valadés un divulgador del cuento como género literario”,
añade.
¿Qué tanto ha evolucionado el género a partir del esfuerzo hecho por
Valadés?, se le pregunta. “La evolución comercial del género ha crecido,
quizá no se nota tanto porque somos muchos los que publicamos este
género, pero sí se publica y se vende más… sin embargo, no hay una
empresa grande que lo publique con exclusividad”.
“Revista perfecta”
Por su parte, Ignacio Padilla asegura que en la tradición de la lengua española no ha habido una publicación similar a El Cuento,
“revista perfecta a la que no ceso de referirme y la que constantemente
inspira nuevos proyectos, como el Encuentro Internacional de Cuentistas
y el proyecto de las antologías Sólo Cuento, hechos por la Dirección de Literatura de la UNAM.
“Todos los años de manera casi ritual pido a esa secta de lectores y
autores de cuentos que van a Guadalajara, que se rinda un homenaje a la
revista El Cuento y desde luego a sus directores: Juan Rulfo y Edmundo Valadés”, comenta.
Sin embargo, una de las mayores satisfacciones que el narrador
mexicano guarda es que en su adolescencia publicó un cuento en dicha
revista. Se titula El espejo y lo envió al concurso de minificciones que ahora emula Alberto Chimal desde un portal cibernético.
¿Qué hay de su obra literaria? “El referente natural es La muerte tiene permiso,
no sólo el cuento, sino los textos que fueron publicados conjuntamente
bajo ese título. Aunque en términos de cuentística pienso que Valadés
era mejor lector y promotor que escritor de cuentos. ¿La razón? Su
cercanía con el gigante Juan Rulfo… pues creo que se contaminó demasiado
del espectro rulfiano”, considera.
¿Ha cambiado el panorama del cuento?, se le cuestiona. “No de manera
clara. La situación del cuento no ha variado mucho en términos del
lector y de editores. La literatura mexicana tiene espléndidos
cuentistas vivos y grandes referentes, como José Emilio Pacheco, el
último gran cuentista. Sin embargo, los autores y lectores de cuentos
aún pertenecemos a esa secta a la que Valadés supo que se estaba
dirigiendo”.