En sus novelas, Vintila Horia desarrolla con coherencia una concepción específica acerca de la función cultural de la literatura, definida por Él: "valoración metafísica de la narrativa".
Para Vintila, la novela que, aplicando los cánones del romanticismo y del naturalismo, cuenta simplemente lo que acaece o lo que ha acaecido, no logra expresar adecuadamente la problemática existencial y sociopolítica de nuestros tiempos inquietos; tiempos que reclaman, en cambio, una novela gnoseológica o metafísica, como ha sido oportunamente definida por el novelista simbolista francés Raymond Abellio. Esto es: una narrativa que, utilizando la poesía y la tragedia como modalidades simbólicas del conocimiento, sepan expresar la temática de la cultura contemporánea, buscando en ella una explicación profunda y global del hombre y de la vida.
Con apreciable honestidad, Vintila Horia aclaraba que la "valoración metafísica de la narrativa" había sido ya cultivada en la época de la literatura española inaugurada por Calderón de la Barca y definida conceptista. A ese tipo de literatura, él asignaba también obras modernas como el Ulyses de Joyce, El hombre sin atributos de Robert Musil, El Castillo de Frank Kafka, El Doctor Faust de Thomas Mann.
A esta corriente literaria pertenece toda la narrativa de Vintila Horia; y de manera especial dos novelas que -retomando el hilo narrativo iniciado con Dios ha nacido en el exilio- abordan nuevamente la temática de la búsqueda de la verdad por parte del ser humano y de su relación con la sociedad y el poder político.
Se trata de La séptima carta y de ¡Perseguid a Boecio!
Según los exégetas más antiguos, Platón habría escrito varias cartas a lo largo de su vida; entre ellas, una sola sería autentica, la séptima, la más platónica, que relata los tres viajes del filósofo ateniense a Siracusa para llevar a cabo el proyecto de instaurar en aquella ciudad siciliana su república ideal, bajo el amparo de Dionisio el Joven atraído hacia la filosofía platónica por su amigo y consejero Dion, alumno de Platón.
Buscando de ser fiel a la cronología platónica, Vintila Horia -en la "nota final" del libro, confiesa que -con la excepción de algunos personaje de ficción (como la figura femenina de Briseide) -en su novela La séptima carta todo lo relatado es realidad "en la medida en que la historia es más verdadera que la literatura".
Protagonista de la novela es el mismo Platón que, en primera persona, relata los acaecimientos de su búsqueda filosófica, política y religiosa para constituir en Siracusa -entre el año 388 y el 353 a.C.- un estado inspirado en su visión filosófica. Como es sabido, el proyecto político de Platón se estropeó rotundamente. Vintila -con sapiente textura que embarga de emoción al lector- hace aflorar en el desenvolvimiento de la novela la causa profunda de ese fracaso; causa incrustada en la dicotomía entre el poder de la sabiduría y la prepotencia del poder como "locura por el mando absoluto", entre la cosmovisión sagrada de la vida y una concepción materialista de la misma.
Libro, este, impregnado de una extraordinaria y permanente actualidad, confirmada por el hecho de que una gran impresa editorial italiana (la Biblioteca Universal Rizzoli) lo haya reeditado recién, después de más de treinta y cinco años de su primera edición italiana (1965).
La novela ¡Perseguid a Boecio!, salida en primer edición en Madrid en mayo de 1983, se agotó en pocos días y hubo que editar una segunda en junio del mismo año; en ella Vintila Horia da cuenta de "la eterna persecución: el hombre solitario contra las fuerzas ciegas del peor totalitarismo".
El libro relata dos historias paralelas marcadas por el mismo dolor.
La primera historia narra la dramática vicisitud de Tomas Singurán (nombre de ficción que simboliza la dignidad del hombre síngulo), catedrático de literatura moderna en un país danubiano, dominado por un régimen totalitario de corte materialista y que, durante decenios, lo ha recluido en un gulag concentracionario.
La segunda parte del libro cuenta el drama de los últimos meses de vida de Severino Boecio, el senador romano que finalizará sus días cual víctima inocente de la locura homicida del bárbaro Teodorico, el rey ostrogodo quien, en el siglo VI° después de Cristo, se había adueñado de Italia afincando la capital de su reino en la ciudad norteña de Pavía.
En la vicisitud de Tomas Singurán, Horia delinea el problema de la dicotomía moderna entre ciencia y religión; problema formulado por aquellos que en la muerte de Dios han fundamentado la pseudo justificación de un poder totalitario y absoluto opuesto a una visión religiosa del mundo inspirada en la trascendencia y sus valores.
La solución de este drama moderno se encuentra en la clave siguiente:
"Si, por la religión, Dios es fundamento y resolución de toda vida personal y cósmica; por la ciencia nueva, en su versión gnóstica, Dios constituye el punto más encumbrado de la búsqueda científica y, por consiguiente, la ciencia profana es verdadera y auténtica en la medida en que se asoma al umbral de la ciencia sagrada".
La historia de Severino Boecio -en simbólico paralelismo con aquella de Tomas Singurán que la precede- está centrada en el esfuerzo frustrado de rescatar la vida de Boecio prisionero de Teodorico en una cueva subterránea del Palacio real de Pavía, para salvar con Él el mensaje espiritual y metafísico contenido en su obra De consolatione philosophiae, escrita en la cárcel.
Como en la realidad histórica, en la novela el drama existencial de Boecio se acaba con el asesinato del senador romano, llevado a cabo -parece -por la mano del mismo rey Teodorico, enfurecido frente a la actitud de heroica firmeza con la cual el senador romano se mantiene fiel al catolicismo romano, rechazando por enésima vez la reiterada proposición de convertirse a la versión herética del cristianismo arriano, sostenida por Teodorico.
En ¡Perseguid a Boecio!, dos vidas agarradas por el mismo destino, sellan -más allá de la barrera del tiempo- una análoga visión metapolítica: el sufrimiento purificador de Tomas Singurán y el holocausto catártico de Boecio nos enseñan que -cuando una crisis de dimensiones cósmicas involucra el destino temporal del ser humano -no hay otra opción salvífica que la extrema coherencia hacia el Absoluto, cual suprema elección de libertad.
Primo Siena