Pío Baroja : El árbol de la ciencia


Pío Baroja : El árbol de la ciencia

Pío Baroja consideraba “El árbol de la ciencia” como el libro mas acabado y completo de todos los suyos. Sin que logre desbancar en mi corazón a “La busca“, la relectura de esta obra me ha descubierto en efecto un libro que resume de manera perfecta no sólo el estilo de Baroja, sino sobre todo su pensamiento, su postura ante la vida, su compromiso con la realidad social que le toco vivir. Un compromiso que, lamentablemente, se echa mucho de menos en nuestros escritores contemporáneos.

“El árbol de la ciencia” narra la vida del joven Andrés Hurtado, desde que comienza sus estudios de medicina, hasta el final de los mismos, su primer trabajo como médico rural en un pueblo manchego, su vuelta a Madrid y el desempeño de su oficio como médico de un seguro para gente humilde o como médico de Higiene.

Hurtado es un joven sensible, reflexivo, al que la observación de lo que acontece a su alrededor va volviendo antisocial. Durante sus estudios, comprende el atraso científico en que vive inmersa España. La idea de este atraso se desarrolla a lo largo del libro, achacándola a la falta de interés de los catedráticos que preparan a las nuevas generaciones, que se sirven de materiales de estudio obsoletos y oscurantistas, así como a la imposibilidad de desarrollar ninguna investigación en un país donde el progreso está mal visto por atentar contra la moral imperante y donde el capital no se invierte jamás en nada experimental, pues se busca la ganancia segura.

La experiencia como médico rural contribuye a agudizar el desencanto de Hurtado. La vida asfixiante de un pueblo manchego donde la probidad o la honradez no son valores, donde sólo se respeta el dinero, donde los ricos oprimen a los pobres sin que estos exhalen una queja, solivianta el espíritu de justicia que caracteriza al protagonista.

El regreso a Madrid, donde ejerce como médico de Higiene dando el certificado de salud a prostitutas, y como médico de un seguro para gente humilde, le pone en contacto con lo más bajo de la sociedad. La miseria física y moral en la que viven sus pacientes enerva a Hurtado, que les acusa de tener espíritu de esclavos. A pesar de vivir en la más absoluta indigencia, no hay en ellos el más mínimo espíritu de rebelión. Aceptan la iniquidad de la sociedad que los pisotea como algo inmutable que aceptan no con resignación, sino como algo que no les concierne.

Si en la trilogía de “La lucha por la vida” Baroja retrataba el ideal del hombre de acción, que con su iniciativa modifica su entorno, en “El árbol de la ciencia” defiende al hombre que se desprende de todo para llegar a vivir con la máxima independencia y llegar mediante su esfuerzo al más absoluto equilibrio intelectual, a la ataraxia.

Sorprende al leer esta novela el comprender que la sociedad española no ha avanzado nada, más de un siglo después desde la época que la obra describe: el mismo desprecio por la educación y por la investigación científica, la misma pleitesía al dinero, el mismo culto a las apariencias, el mismo espíritu de sumisión que agacha la cabeza en vez de erguirse ante la injusticia social.

Se echa en falta en nuestros días un escritor que se comprometa con su época y describa la realidad de nuestra sociedad como lo hizo Pío Baroja con las suyas.

Por Sra. Castro

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Andrés Hurtado, un estudiante animoso y ferviente partidario del racionalismo, comprueba a su ingreso en la Facultad de Medicina que la desgana se ha instalado en sus profesores. El desencanto por la teoría cultivada en la academia se transformará en derrotismo ante la práctica cuando Andrés, ya licenciado, constate impotente que ni su vieja fe en la ciencia ni su nueva profesión de médico le sirven para salvar de la muerte a sus seres queridos: primero su hermano, y después, su mujer y su hijo recién nacido.


En esta magistral novela de 1911, Pío Baroja (1872-1956) creó a un inolvidable personaje de carácter pesimista y destino trágico. El desolado periplo vital de su protagonista sirvió al novelista donostiarra -autor de obras como Zalacaín el aventurero o La busca- como vehículo para desplegar una escritura directa e incisiva, sin dibujos retóricos, y mostrar toda su destreza como creador de seres de ficción al tiempo que sondeaba el alcance de la crisis cultural, científica y vital que se vivió en Europa en el tránsito entre el siglo XIX y el XX.

Jesús Ruiz Mantilla