Schopenhauer : El pensador pesimista

 

Schopenhauer 

Hace tres años, Fernando Savater publicó en Anagrama El traspié. Una tarde con Schopenhauer, una muy entretenida e instructiva obra de teatro ideal para conocer las ideas del filósofo alemán. Y también al personaje, que Savater pinta según era: arisco, feo, gruñón, vehemente, pícaro, pesimista, misántropo y misógino.


Schopenhauer no se casó ni tuvo hijos y vivió casi la mitad de su vida recluido en su casa de Fráncfort, sin apenas salir salvo para pasear y hacer alguna comida, en la sola compañía de su ama de llaves y -gran amante de los animales- de su perro, al que apreciaba más que a las personas, si bien, en los últimos años, gustaba de recibir visitas de admiradores y, a ser posible, admiradoras.

Una de esas admiradoras fue la jovencísima escultora alemana Elisabet Ney -co-protagonista de la pieza de Savater-, que acudió a su domicilio para hacer su retrato en mármol.

Elisabet Ney es uno de los muchos personajes que aparece en Conversaciones con Schopenhauer (Acantilado), libro que recopila una amplísima selección de charlas, testimonios y recuerdos de primera mano sobre el pensador, que ha corrido a cargo de Luis Fernando Moreno Claros, autor de la única biografía sobre Schopenhauer escrita en España (y publicada por Trotta). El extenso prólogo de Moreno Claros es otro excelente instrumento para ponerse al tanto sin esfuerzo de la vida y la obra de El Buda de Fráncfort.

Así titula Moreno Claros su introducción -en conexión con la imagen de portada del libro-, aludiendo tanto a la influencia que el budismo y otras filosofías y místicas orientales tuvieron sobre el filósofo como a la figurita de Buda -también recogida por Savater- que Schopenhauer, ateo convencido, tenía en su casa.

Formado sobre todo por Platón y Kant -más no poco de Spinoza y de los utilitaristas ingleses-, Schopenhauer se interesó muy pronto, con la mediación del orientalista Friedrich Majer, por el hinduismo y por todo el conjunto de pensamientos y religiones orientales. Eso determinó algunos puntos cruciales de su filosofía, como la conveniencia de anular la individualidad y el yo, que son la fuente de todos los dolores y males humanos por ser una máquina de fabricación de deseos -mediante una voluntad ciega- cuya satisfacción nos angustia y no nos colma, de manera que la muerte -a la que no deberíamos temer- es el radical mecanismo a nuestra disposición para poner fin al sufrimiento que los deseos insatisfechos nos provocan.

Hay más procedimientos, según Schopenhauer, para embridar a ese individuo agitado y ansioso que nos trastorna. Uno es de orden estético y el otro, de orden ético. El estético es la contemplación del arte, la contemplación artística, que clausura nuestro yo y nos pone en contacto con lo universal.

Para Schopenhauer, devoto de Rossini y Mozart, el arte superior a todos y el más benéfico para nosotros es la música, por sus cualidades abstractas. Esta idea influyó mucho en Richard Wagner, con quien mantuvo relación.

El procedimiento ético para mantener a raya al yo no es otro que la compasión, abdicar del egoísmo con ayuda del ascetismo para sufrir con los otros, para entregarnos al bien de los demás y a la justicia.
Por cierto, viendo la preciosa e inesperada pieza de José Luis Alonso de SantosEn el oscuro corazón del bosque, donde se habla con profusión de las Meditaciones de Marco Aurelio (¡y de Mozart!), se percibe la conexión entre los estoicos, los orientales y Schopenhauer.

Arthur Schopenhauer nació en Danzig (hoy Polonia) en 1788, 16 años antes de la muerte de Kant. Su padre -que se suicidó en 1805- era un rico comerciante, que le sufragó viajes por Italia, Francia e Inglaterra, aunque pretendió que Arthur se dedicara al comercio, cosa que hizo por breve tiempo.

Su madre, con la que se llevó fatal, era Johanna Trosenier, una mujer culta y mundana que llegó a ser muy conocida como novelista y que, sobre todo en Weimar, donde vivió con ella y accedió al salón artístico que ella lideraba, le facilitó el contacto con personalidades de la cultura, Goethe entre ellos.

Schopenhauer estudió -y no sólo filosofía, sino otras humanidades y también medicina y ciencias- en las universidades de Gotinga y Berlín, donde asistió defraudado a las clases de Fichte y donde le cogió de por vida una manía espantosa a Hegel, "ese charlatán", más que nada porque, una vez profesor, el aula del idealista estaba llena de alumnos y la suya, casi vacía. Abandonó, picadísimo, la enseñanza y Berlín, poco antes de que a Hegel le pillara el cólera y palmara.

El caso es que el brillante pensador y magnífico prosista saldó, de momento, con sendos fracasos sus dos primeros libros, que siguen siendo las piedras angulares de su filosofía: su tesis doctoral, Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente (1813), y el fundamental, El mundo como voluntad y representación(1819).

Tenemos en castellano (Alianza, Trotta, Sequitur...) la práctica totalidad de la obra de Schopenhauer, y también Parerga y Paralipómena -¡qué titulito!-, el libro que, por fin, en 1851, le daría la celebridad, una obra miscelánea sobre esto y aquello, en dos tomos, que contiene -¿de ahí el éxito de público?- abundantes aforismos.

Pío Baroja, como buen pesimista, fue admirador y ávido lector de Schopenhauer, a quien cita en abundancia. Otro español, y nada optimista, que leyó con interés a Schopenhauer fue Miguel de Unamuno: las ideas agónicas y las serias dudas sobre el sentido de la vida nos van llevando a los ecos de Schopenhauer en el no menos aforístico y pesimista Emil Cioran, maestro de Savater, y en los existencialistas.

Schopenhauer, que dominaba también el inglés, el italiano, el francés, el griego y el latín, aprendió español y tradujo al alemán el Oráculo manual y arte de la prudencia, de Baltasar Gracián. Era un entusiasta del Siglo de Oro español y, en especial, de Calderón.

Arthur Schopenhauer murió el 21 de setiembre de 1860 de una parada cardíaca. Su sirvienta lo encontró como dormido en su butacón. Sonriente.