Miguel Fernández: Itinerario poético
Misterio, oscuridad, hermetismo, sentido críptico, barroquismo,
universo iniciático: he aquí algunos de los términos que frecuentemente
ha venido utilizando la crítica al referirse a la obra poética de Miguel
Fernández (Melilla, 1931).
Este hecho, puesto de manifiesto
sucesivamente por sus comentaristas y estudiosos, nos ha propiciado la
imagen de un poeta extraño, rodeado de un cierto halo de turbadora
dificultad, que contagiaba, no obstante, con sus signos e inquietaba
poderosamente con su mensaje. Es quizá
ésta una visión algo distorsionada del escritor, pero no falsa del todo
(1). En las palabras que el propio poeta emplea para hablar de sus
versos flota ese aire siempre
mistérico y, sobre todo, esa convicción enérgica que entiende el hecho
creador como algo que linda con lo mágico, lo espiritual, lo
inexplicable. De la experiencia humana, de la experiencia del vivir, de
lo cotidiano y de los sueños extrae Miguel Fernández las consecuencias
poéticas que su obra propone y las canaliza esencialmente a través de
dos discursos diferenciados: uno de ellos tiende al verso largo en el
que anida mejor lo narrativo, la evocación de los mundos perdidos y la
celebración solemne. Es más visible en las primeras entregas del poeta y
se tiñe a veces de cierto eco existencial y desencantado. El segundo
propende hacia lo esencial, hacia lo metafísico y se caracteriza por la
contención expresiva, el gusto por la abstracción y la tendencia
consiguiente al verso y al poema más breves. Ese afán de depuración ha
venido jalonando la evolución del poeta de forma más evidente a partir
de
Alentado celeste (2). Dos discursos, pues, que se alternan en una obra ya extensa recogida en su mayor parte en el volumen
Poesía completa (1958-1980) (3), que apareció precedido de
un prólogo de Guillermo Díaz-Plaja. Diez títulos poéticos a los que
hay que sumar otros cinco —uno de ellos en prosa— publicados a lo largo
de estos últimos años.
OBRA REUNIDA |
La amplitud de una propuesta lo suficientemente matizada en
todo este tiempo y la originalidad de la misma le han valido no sólo
reconocimientos importantes como el Premio Adonais (1966), el Premio
Nacional de Literatura (1977), el Premio Internacional Ciudad de Melilla
(1982) y más recientemente el San Juan de la Cruz (1991) entre otros,
sino un puesto indiscutible dentro de esa nómina de autores que forman
la promoción de los sesenta, a la que ha contribuido con su universo
propio. Ciertamente en su obra se cumplen las características globales
que diferencian a estos poetas de otras promociones precedentes:
alejamiento del prosaísmo en el que se había sumido la poesía social;
preocupación por el hombre en los términos que exponía Aleixandre en su
Discurso de apertura del curso 1955 en el Instituto de España (4);
práctica de la llamada
poética de la experiencia; evocación nostálgica y crítica de la
infancia difícil y, sobre todo, la búsqueda de un nuevo lenguaje que
había de servir como instrumento para conocer el mundo…(5). Pero es
importante destacar una circunstancia que concurre en Miguel Fernández y
es el hecho de su condición de poeta aislado, de autor que escribe
desde otro continente y en medio de una encrucijada de culturas que ha
dejado huella evidente en su obra. Acaso desde aquí aporta su
singularidad el escritor: la que incorpora las claves contemporáneas de
una situación fronteriza.
Su autodidactismo, por otra parte, le ha facilitado no sólo
ejercer de manera natural las constantes que se señalaban como
generacionales, sino afrontar de forma casi monográfica en muchos de sus
libros una serie de claves temáticas precisas: me refiero al
tratamiento en profundidad de algunos universales del pensamiento y del
sentimiento tales como el amor, la muerte, la soledad, la lucha del
artista contra el poder, el suicidio, lo sagrado, las creencias, la
reflexión metapoética, etc., núcleos significativos a los que ha
consagrado el autor títulos completos. Tal vez por eso se produce esa
sensación de asistir a una serie de ciclos cerrados, de mundos
organizados y presididos por una obsesión dominante, por un eje rector
que da unidad a cada una de sus entregas. A esto contribuye también, qué
duda cabe, el especial proceso de gestación de sus libros, que se
producen en raptos de intensa creatividad a lo largo de pocas semanas,
lo que confiere una atmósfera simbólica que conexiona sus componentes y
evidencia, por tanto, la riqueza o la versatilidad de las variantes.
De la meditación existencial al humanismo culturalista
REVISTA ALCÁNDARA |
Sobre lo que podríamos llamar la primera etapa de Miguel
Fernández me ha ocupado más por extenso en otro lugar (6). Comprendería
ésta, por un lado, el período inicial de su creación que habría que
enmarcar en la década de los cincuenta, en la que el poeta compuso
algunos poemarios que no vieron la luz como tales libros (Vigilia, Canción de lo inasible, Balada del sencillo amor),
pero sí muestras espigadas de los mismos en diversas publicaciones de
la época. También es este el tiempo en el que funda y dirige la revista
Alcándara, corta pero intensa experiencia que fue abortada por la
censura al ser tachada de “tendenciosa y procomunista”. Y por otro lado,
su verdadera irrupción como autor, desde 1958 a 1969, años en los que
se dan a la imprenta los tres primeros títulos de su obra:
Credo de libertad (7), Sagrada materia (8), que obtuvo el Premio Adonais y que supuso su lanzamiento más en firme y
Juicio final (9).
CREDO DE LIBERTAD |
He comentado en otros trabajos sobre el poeta la impresión que me produjo la lectura de su primer libro
Credo de libertad, uno de los títulos más definitorios de
aquella época que conserva, aún hoy en día, su poderosa novedad y
aquella gravedad lujosa y sugeridora. He defendido que hay que entender
esta obra como paradigma de esa nueva poética que pugnaba por romper con
los moldes del realismo social y sus fórmulas estancas. Recordemos que
en ese mismo año de 1958 en el que moría en su exilio Juan Ramón
Jiménez, publicaban también Alfonso Sastre su manifiesto
El social-realismo, un arte de urgencia y Claudio Rodríguez sus
Conjuros. Con Credo de libertad ofrecía Miguel Fernández no
sólo otro estilo que conectaba mejor con la nueva sensibilidad, sino
otro mundo temático en el que se apreciaba la desazón del individuo en
lucha contra el sistema, el rechazo de la mentira, el ansia, en
definitiva, de libertad; una libertad que, por cierto, también fue
mutilada en la cita previa de Paul Eluard que aparecía al frente de los
versos. La sed como n metáfora global impregnaba esa nueva moral, esa
nueva manera de meditar sobre la condición humana, en la que puede
seguirse la auténtica contestación del autor a un estado de cosas que la
adversa realidad imponía. Libro desolador éste, que dejaba abierto el
camino para otras introspecciones de tintes existenciales; libro brutal
por lo descarnado de confesiones y la carga de angustia que destila ante
la lejanía o la evanescencia de las divinidades confidentes:
Estamos siempre solos
bajo estas guerras suspendidas por el norte y el este,
por el sur y el cautiverio,
por el oeste de afiladas montañas
y a Ti llegamos, como
esos ciervos perdidos en un bosque inconcreto
sin poder gritar, porque las lianas
se enredan a la voz del que pide el camino. (10)
bajo estas guerras suspendidas por el norte y el este,
por el sur y el cautiverio,
por el oeste de afiladas montañas
y a Ti llegamos, como
esos ciervos perdidos en un bosque inconcreto
sin poder gritar, porque las lianas
se enredan a la voz del que pide el camino. (10)
SAGRADA MATERIA |
Ocho años más tarde y ampliando la órbita de su libro anterior se publicaba
Sagrada materia, obra que a partir de la evocación de la
infancia real incidía en el territorio de la denuncia y en el exorcismo
de un conflicto bélico vivido como incomprensible. Muertes, represiones,
disparos, sombras de tortura, recuerdos oscuros de la guerra
contrastaban en la parte primera con la inocencia y la
JUICIO FINAL |
simplicidad del mundo de la infancia. Otro elemento, además, iba tomando
cuerpo junto a lo testimonial y era ese específico lenguaje ritual que
se recreaba en la dicotomía de lo sagrado y de lo profano, tan presente
en esta primera etapa que se cierra con
Juicio final. En efecto, este volumen ahonda en esos dos
ejes contrapuestos y aporta, además, un curioso juego trastocador de
espacios y de tiempos que desemboca en una nueva dicción culturalista en
donde se funden clasicidad grecolatina, edad media, romanticismo y
mundo actual para volver tras dicho recorrido a la desesperanza, a
cierto fatalismo en el que razas, pueblos y seres no esconden su congoja
mientras el Dios bíblico «piensa en sus hondas parcelas».
Los caminos experimentales
MONODÍA |
Monodia (11) inaugura nuevo ciclo. Casi la
totalidad de los críticos que se ocupan de esta cuarta entrega señalan
ese «cambio de rumbo», esa ruptura con la trilogía precedente. A mi
entender es un libro en que el autor se propone
experiencias-límite con su discurso y contrasta ostensiblemente en su
diversidad y en su decantación lingüística con la celebración anterior y
la confidencialidad de los temas. Es un libro moderno que funda una
nueva retórica de la ironía y del juego en una suerte de ultraísmo
verbal en el que «la danza del intelecto entre las cosas» a la que se
refería Ezra Pound campea aquí llena de
ATENTADO CELESTE |
atrevimientos, prolongándose en sus dos entregas sucesivas. Los caminos experimentales, francos ya desde
Monodía, propiciarían la aparición casi seguida de Atentado celeste
(12), una de sus obras más unánimemente ponderadas. En ella la
meditación transforma la realidad, la reinventa, la eterniza; tal es el
punto de partida del autor, que se siente en posesión definitiva de un
lenguaje propio caracterizado por el insistente uso del infinitivo
latino, de las formas gerundivas, de las construcciones condicionales,
de la suplantación del sujeto directo y del pronombre personal por
expresiones perifrásticas de carácter atributivo, junto a la decidida
elipsis del artículo. Proceso esencializador que acentuaría el
hermetismo que algunos le censuraban. Sultana Whanón estudia
conjuntamente ambos poemarios señalando que ese posible desconcierto
crítico radica en el ocultamiento del plano real por parte del poeta,
plano que se hacía más evidente, más reconocible en textos anteriores
(13).
EROS Y ANTEROS |
Eros y anteros (14) culminará esa tríada segunda
en medio de cierta polémica servida por el propio autor que anteponía a
sus cincuenta y cinco sonetos una nota en la que hablaba de su entrega
en términos de divertimento estival, de «camino vecinal» de su poesía y
de «informalidad» por su parte. Dos premios importantes respaldaron el
libro, que afronta prioritariamente el tema del amor —desde la órbita
conyugal— como eje primordial en torno al cual giran otros motivos
secundarios que van desde la reflexión metapoética hasta la exaltación
vitalista o la sombra que proyectan la duda y el dolor. Si en la primera
fase de su obra se observan los contenidos testimoniales, el conflicto
religioso-existencial y sus conclusiones desencantadas, amén de cierto
humanismo culturalista, en esta segunda se ha perseguido básicamente la
búsqueda experimental y la ruptura a través de una consciente
persecución de nuevos caminos, fundamentada en fórmulas expresivas más
abstractas y esencializadoras.
La apertura a la diversidad
ENTRETIERRAS |
En 1978 y tras seis importantes títulos en su haber, dueño el
poeta ya de una madurez más que probada e inmerso en un proceso creador
en el que se suceden sus obras casi a razón de un libro por año,
acontece el fallecimiento de su madre. El impacto emotivo que este hecho
le produce es tal que necesita volcar tanto sus sentimientos como su
reflexión dramática en libro para objetivarlos: así surge
Entretierras (15), meditación en torno a la muerte que
ahora se canaliza a través de esas nuevas formas depuradas y
experimentadas ya con anterioridad. Hermetismo y tradición esotérica
afloran referidos al tránsito e inauguran con mejor nitidez una nueva
constante —presente antes deforma ocasional— que frecuenta las lindes
del ocultismo más riguroso. Pero esta nueva vertiente temática cobrará
cuerpo en
Las flores de Paracelso (16) que constituye, al par que un tratado de magia encubierto, un homenaje a la
Botanica oculta (17) del médico y alquimista suizo, de la
que parte como primer referente. No es, a mi entender, el encubrimiento
de una nueva reflexión sobre el hecho creador como quiere obsesivamente
Sultana Whanón (18), tanto como
LAS FLORES DE PARACELSO |
un seguimiento crédulo y un acercamiento personal al mundo
alquímico, lo que se quintaesencia en estos versos. El trasfondo
iniciático reaparecerá más adelante en otros títulos, y es aquí donde
asoma de forma natural por primera vez la sincera curiosidad del autor
por esta discutida tradición mágica del conocimiento.
Anterior en factura a Las flores de Paracelso, Del jazz y otros asedios
(19) nace de la experiencia de un viaje de Miguel Fernández a
Dinamarca. Música, color, discurso político, sexo y rebeldía en el
Wognpoerten Jazz, un local juvenil —casi tribuna con ecos del 68— al que
asiste el poeta una noche, dan pie para que se sucedan las
composiciones de esta suite, en las que se enfrentan en dramático
contraste su atavismo ritual norteafricano con esta otra explosión
vitalista y revolucionaria norteeuropea.
Tablas lunares (20), libro de cierre de su
poesía reunida, alude claramente a una realidad adversa, a una realidad
de valores que van marchitándose, contra la que el poeta «propaga sus
signos» aun a sabiendas de que no germinarán algunas semillas que en
ellos planta para revelación de compatriotas o compañeros de viaje. Su
nombre encubre mágicamente esa adversa realidad, dispersa en los títulos
de sus poemas. Tríptico vario en estilos estróficos y tratamientos del
tema central: la soledad fatal rilkeana; en su segunda parte incluye el
discurso «Lamentacion de Dionisio», poema anterior (1976) que el autor
actualiza para esta entrega. Se trata, en definitiva, de un libro mayor
que ha pasado algo desapercibido al incluirse como inédito en su
recopilación hasta 1980. Sin embargo, continúa la línea esotérica de
Entretierras y Las flores de Paracelso ahondando en
variaciones temáticas antiguas: la dicotomía libertad/condena vital; la
redención por la memoria; la contemplación de las ruinas; la salvación a
través del poema; la incomunicación; el descrédito de la vida mundana
frente al entorno natural v mítico; el legado espiritual: la herencia;
el vaho de las cosas que fueron; la sensación de culpa, etcétera.
Últimos títulos
DISCURSO SOBRE EL PÁRAMO |
Estando en proceso de publicación su Poesía completa, aparece en 1982 su entrega número once,
Discurso sobre el páramo (21), con el subtítulo de «(Suite
de La Florida)». Esta vez su propuesta se convierte en un homenaje a
Goya y a su época, que el autor toma como referentes primordiales para
derivar luego en una amplificatio de dos de sus temas habituales: la
relación traumática del artista con el poder y la reflexión sobre la
creación y su capacidad transformadora de la realidad y, en este caso,
también de la Historia y del tiempo evocados. Si bien es un texto
conectado a sus últimas entregas, abre, no obstante, un paréntesis de
silencio, roto sólo por la aparición de la poesía reunida. Hasta 1990 no
ve la luz otra obra del autor:
Historias de suicidas (22), su primer libro en prosa
concebido como un entrecruce de géneros que debe mucho a su maniera
poética de asumir la creación.
SECRETO SECRETÍSIMO |
Ese largo paréntesis al que aludíamos se cumple, por el
momento, con los volúmenes aparecidos en estos dos años pasados. A la
vista de los mismos no podemos decir que se haya producido una ruptura
significativa en la poética de Miguel Fernández y sí un mantenimiento de
sus claves expresivas y temáticas Así
Secreto secretísimo (23), texto principal de los
recientemente editados, insiste en el poema breve con tendencia a la
condensación de ideas y a la elipsis de elementos por pura decantación
esencializadora. El libro refiere experiencias vitales del poeta y
aborda, junto a otros temas reiterativos en su discurso, de nuevo el
amor y el paso del tiempo. Un
tú que recuerda algunos sonetos de Eros y Anteros
reaparece aquí junto a otras reflexiones sobre el creador y la
creación. También hay confidencias que vienen desde la propia biografía y
temores antiguos: la mudez, la ceguera, la enfermedad, el tránsito… Se
trata de un libro en donde el poeta confiesa a voces esos secretos que
el pudor de vivir pospuso antes y que ahora, transmutados en versos,
afloran envueltos en la sensorialidad de su mejor decir.
FUEGOS DE LA MEMORIA |
Fuegos de la memoria (24) es una hermosa
antología que acoge una recopilación de poemas de temática árabe. Es
libro primordial por cuanto nos descubre parte de ese material inédito
de los primeros años o de otras etapas intermedias y porque subraya en
términos de manifiesto la singularidad de su experiencia de lo árabe,
que tanto ha condicionado su obra. La mayoría de los textos que se
incluyen son inéditos y revelan la visión pasional de una cultura con la
que ha convivido el poeta y que ha sabido interpretar y transmitirnos
desde la frontera.
Un alegato último, Laocoonte (25), culmina por hoy la obra de Miguel Fernández. Consiste en un poema único que partiendo
LAOCOONTE |
nuevamente de la pintura, en este caso de un cuadro de Francisco
Hernández, perfila la postura ético-estética del autor. El símbolo de la
serpiente encarna las atávicas maldiciones —«víbora puerca de las
soledades»— y a él se fustiga desde una concepción idealizada que
quisiera apartar para siempre el dolor y la incertidumbre. Recado
hermético y mensaje encubierto como ha venido siendo hasta aquí la mayor
parte de su producción. Una trayectoria que no se ha modificado en lo
esencial sino que se ha mantenido, ganando en riqueza y variantes,
fundamentalmente fiel a las fórmulas que desde
Atentado celeste acuñó el poeta. Su voz sigue
interrogándose por la condición humana, y el papel de la poesía y del
creador en un mundo en el que se desdibujan los valores y se olvidan
estrepitosamente los viejos rituales comunitarios.
JOSÉ LUPIÁÑEZ
Revista ÍNSULA, nº 543
Madrid, marzo 1992
_________________
NOTAS
1.- Dos libros monográficos se ocupan ampliamente de la obra poética de
Miguel Fernández y abordan la explicación de los diversos juicios
críticos que se han dedicado al poeta. El primer recuento se debe a
Francisco Rincón,
La poesía de Miguel Fernández, (Editorial Bello, Valencia 1978)
y aborda el estudio de los seis primeros títulos del autor. El segundo
se debe a Sultana Wahnón,
El irracionalismo en la poesía de Miguel Fernández (Ediciones
Antonio Ubago, Granada, 1983) y realiza un análisis de los
simbolizadotes más importantes siguiendo el método bousoñiano y afronta
una particular interpretación de los nueve textos que integran el grueso
de su poesía reunida.
2.- Fernández, M., Atentado celeste, Libros Dante, Madrid, 1975.
3.- Fernández, M., Poesía completa (1958-1980), Espasa Calpe, Madrid, 1983.
4.- Aleixandre, V., Obras completas, Aguilar, Madrid, 1968. Págs., 1412-1413.
5.- Tusón, V., La poesía española de nuestro tiempo, Anaya, Madrid, 1990. Págs., 50-53.
6.- Lupiáñez, J., «Miguel Fernández: de Credo de libertad a Juicio final (Una reflexión sobre su primera etapa poética», Revista Trivium, Jerez de la Frontera, 1988. Págs., 133-157.
7.- Fernández, M., Credo de libertad, Mirto y Laurel, Tetuán, 1958 (1ª Edic.); Rusadir, Granada, 1979 (2ª Edic.).
8.- Fernández, M., Sagrada materia, Rialp, Madrid, 1967.
9.- Fernández, M., Juicio final, Biblioteca Nueva, Madrid, 1969.
10.- Fernández, M., Poesía completa, Op. Cit., Pág., 69.
11.- Fernández, M., Monodía, Oriens, Madrid, 1974.
12.- Fernández, M., Atentado celeste, Op. Cit.
13.- Wahnón, S., Op. Cit., Págs., 145-162.
14.- Fernández, M., Eros y Anteros, Álamo, Salamanca, 1976.
15.- Fernández, M., Entretierras, Ámbito Literario, Barcelona, 1978.
16.- Fernández, M., Las flores de Paracelso, A. Ubago Editor, Granada, 1979.
17.- Paracelso, T., Botánica oculta (Las plantas mágicas), Ediciones Naturistas, México, 1978.
18.- Nos parece reiterativo el argumento de la perpetua reflexión
metapoética que apunta Sultana Whanón también en la interpretación de
este libro, olvidándose quizás de su incardinación mágica, que en este
caso no es tanto artificio de encubrimiento.
19.- Fernández, M., Del jazz y otros asedios, Ediciones Ángel Caffarena, Málaga, 1980.
20.- Fernández, M., Tablas lunares, en Poesía Completa, Op. Cit.
21.- Fernández, M., Discurso sobre el páramo, Rusadir, Málaga, 1982.
22.- Fernández, M., Historias de suicidas, Ediciones Libertarias, Madrid, 1990.
23.- Fernández, M., Secreto secretísimo, Torre Manrique Publicaciones, Madrid, 1990.
24.- Fernández, M., Fuegos de la memoria, Fondo de Cultura Andaluza, Sevilla, 1990.
25.- Fernández, M., Laocoonte, Arte y Cultura, Vélez-Málaga, 1991.
http://www.joselupianez.com