Karl Adolph Gjellerup
Hombre de vasta formación humanística y acusada curiosidad intelectual, desde muy joven estuvo atento al pensamiento, el arte y la ciencia de su época, como dejó bien patente ya en las primeras novelas que le dieron a conocer como escritor: Ung Dansk (Joven danés, 1879) y Germanernes Laerling (Discípulo de los teutones, 1882). Tanto en estas narraciones primerizas como en los poemas y cuentos que publicó por aquellas mismas fechas (como la colección de narraciones breves titulada Réquiem por la muerte de Charles Darwin, de 1882), el joven Karl Adolph Gjellerup volcó numerosas experiencias autobiográficas que han dejado un elocuente testimonio de las ideas centrales que, por aquel entonces, dominaban su pensamiento, claramente influido por el naturalismo literario europeo, el darwinismo científico y el determinismo crítico que había puesto recientemente en boga el crítico y escritor de Copenhague Georg Brandes, considerado como uno de los grandes impulsores de las Letras escandinavas contemporáneas.
Poco tiempo después, a raíz de un fructífero viaje por la Europa Central y Mediterránea (Alemania, Italia y Grecia), el escritor de Roholte volvió los ojos hacia el mundo clásico y, por el sendero de la escritura dramática, intentó una sugerente fusión entre la tradición germánica y el legado humanístico de Grecia y Roma. Surgieron así su célebre tragedia lírica Brynhild (Brunilda, 1884), una de las piezas dramáticas más importantes del teatro danés, a la que pronto siguieron nuevas obras teatrales que, dentro de esta preocupación humanística, fueron orientándose con decisión hacia la defensa de algunos postulados sociales de marcado sesgo revolucionario, como los dramas St. Just (1886) y Thamyris (1887). Consagrado, tras los estrenos de estas piezas, como uno de los dramaturgos de mayor éxito entre la crítica y los espectadores daneses de finales del siglo XIX, Gjellerup continuó desplegando una brillante actividad dramática que le llevó también por el cauce de la comedia, género al que aportó algunas piezas tan notables como Herman Vandel (1891) y Wuthorn (1893); y, al mismo tiempo, siguió cultivando la novela con singular acierto, ahora centrándose en algunos temas y modelos estéticos más modernos que el naturalismo y el determinismo de sus primeras narraciones, como queda patente en su novela Minna (1889).
Tras ese período de acusada inspiración neoclásica, Gjellerup se decantó finalmente por la tradición artística, literaria e intelectual germánica, en un firme proceso de asimilación de la cultura alemana que le impulsó, incluso, a abandonar su país natal para establecerse en una pequeña población cercana a Dresde, en donde residió desde 1892 hasta el final de sus días. Allí, centrado ahora casi exclusivamente en el cultivo de la narrativa, escribió otra novela de gran interés, El molino (1896), en la que ya era innegable su abandono total de las preocupaciones naturalistas que habían determinado su primera producción literaria. Escorado, ahora, hacia unas inquietudes espirituales que le hicieron reparar en el misticismo de algunas religiones orientales, publicó una espléndida novela en la que ahondaba en esta materia mística, Pilgrimen Kamanita (El peregrino kamanita, 1906), para acabar -ya casi al término de su vida- sintetizando la experiencia mística del budismo y el cristianismo en otra famosa narración extensa, titulada Las ramas de oro (1917).
J. R. Fernández de Cano
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