La historia no contada de los Primo de Rivera
(Editorial Espasa)
"Será preciso proclamar la república y elevar a su presidencia un hombre bueno, sabio, ecuánime y justiciero..."
¿Se imagina al dictador jerezano llamando falaz, cretino y corrupto al rey?
Lo hizo en un texto, hasta ahora inédito, donde pedía su destierro y la llegada de la República en 1930
Falaz, cretino y corrupto. "Un eterno obstáculo para la vida pública española". Así se despachaba el dictador Miguel Primo de Rivera contra
el rey Alfonso XIII en un explosivo documento inédito que ve la luz
ahora y que podría haber cambiado la Historia de España. Fue escrito en
la madrugada del 27 de enero de 1930, tan sólo un día antes de ser
cesado como presidente del Gobierno, el Directorio Civil que surgió del golpe de Estado que
él mismo encabezó en septiembre de 1923 y que entonces salvaguardó,
precisamente, a la monarquía. La nueva intentona golpista, dentro de la
misma dictadura, no era en esa ocasión para salvar al rey, sino para echarle de España y
proclamar la Segunda República. "Un rey sin cretinismo, ni falacias,
sin el mercantilismo hasta el grado más plebeyo, en el que ha caído
D[on]. A[lfonso]. XIII habría satisfecho los sentimientos monárquicos de
gran parte del pueblo español. Con este Rey no pudieron los antiguos
políticos ni podrían los futuros, si yo no completo mi obra despejando
de este eterno obstáculo la vida pública española".
Son once cuartillas escritas
a lápiz por el dictador dirigidas "Al Pueblo y al Ejército", según su
encabezado, y que permanecieron ocultas entre los cientos de documentos
del archivo familiar, hasta que Jorge Bonilla, que trabajó 30 años con
el nieto del general, Miguel Primo de Rivera y Urquijo, y clasificó ese
archivo, lo descubrió de forma fortuita: "Pasó
desapercibido porque se encontraba en un sobre sin fecha y con un título
que no revelaba nada de su contenido", explica a Crónica el escritor, que recoge en La historia no contada de los Primo de Rivera (Editorial Espasa) el sorprendente relato del golpe que no fue y que predijo el destino de España.
La importancia del documento inédito sobre la última maniobra del general, desconocida hasta ahora, evidencia una certeza y una premonición.
La primera, que el dictador ya no contaba con el apoyo del ejército,
razón por la cual su intento fracasó y los papeles cogieron polvo hasta
ahora. La segunda, que el rey era un cadáver político: el general no
lograría esa madrugada sublevar al ejército, pero Alfonso XIII tendría
que coger las maletas camino del exilio tan sólo catorce meses después,
el 14 de abril de 1931, cuando se proclamó, como ya pretendía Primo de
Rivera, la Segunda República.
Su desgaste como
jefe de Gobierno y las intentonas de rebelión en el seno del ejército
habían debilitado tanto su posición que el 25 de enero de 1930 decidió
enviar, sin el conocimiento de rey, una nota a los altos mandos militares
en la que se sometía a su confianza. La nota, que se hizo pública,
enfureció al rey, que le llamó a consultas al día siguiente, lo que
provocaría su dimisión, según el relato hasta ahora conocido.
Sin embargo, aunque el escrito difundido ahora por Jorge Bonilla no
tiene fecha, se deduce por su contenido que se produjo en la madrugada
del 27 de enero, justo después de la reunión explosiva en
palacio del día anterior. En él constata, en cambio, su decisión firme
de seguir en el Gobierno. Para ello, exhorta al ejército a rebelarse
contra Alfonso XIII: "Llamo a mí las misma asistencias y con igual
fervor y fe que requerí aquella fecha a los institutos armados de mar,
tierra y aire", con el objetivo de instaurar una República.
Es un durísimo alegato
contra el monarca, al que él mismo había socorrido con su golpe siete
años antes, cuando la escandalosa irresponsabilidad de los altos mandos
del ejército durante el Desastre de Annual (costó la vida a más de
10.000 soldados españoles en apenas una semana), salpicó también al
propio Alfonso XIII. La investigación del general Juan Picasso sobre la
humillante y trágica derrota de la Guerra del Rif, en el Protectorado de Marruecos, extendió una sombra muy larga sobre el rey como cómplice de la cadena de errores de los generales Manuel Silvestre y Dámaso Berenguer. El primero, a quien le unía una gran amistad,
desapareció la misma madrugada del desastre de Annual, el 22 de julio
de 1921. El segundo, alto comisario de España en Marruecos en esas
fechas, fue apartado del servicio por un tribunal militar en 1922.
Cuando la depuración de responsabilidades amenazaba con alcanzar al
monarca, Primo de Rivera dio el golpe de Estado del 13 de septiembre de
1923, al que le siguió un Directorio Militar que
presidió él mismo hasta el 3 de diciembre de 1925, fecha en la que, de
nuevo con la aquiescencia del rey, convirtió la dictadura militar en un
Directorio Civil bajo su presidencia, compuesto por militares y civiles.
Aunque el desgaste del dictador era evidente en enero de 1930, se resistió a abandonar sus funciones, según reconoce en el manifiesto: "El Rey ha hecho uso de su facultad de privar de su confianza al Gobierno que en representación de la Dictadura sucedió al Directorio Militar en 3 de dcbre. [diciembre] de 1925 [...] La misión de este Gobierno yo no la juzgo terminada y la de la Dictadura tampoco. Al Gobierno le falta consolidar parte de su enorme obra; a la Dictadura, preparar la implantación de un régimen constitucional en que se pueda asentar la normalidad política y jurídica de España". Además, predicaba en sus últimas horas una nueva fórmula después de que el ejército y el rey le retiraran progresivamente el apoyo: "Yo creo que la Dictadura en su forma progresivamente atenuada por algunos años; y yo mismo aun por algunos meses, tenemos que seguir gobernando [...]. Después, será preciso proclamar la república y elevar a su presidencia un hombre bueno, sabio, ecuánime y justiciero al que asistamos lealmente todos los españoles".
El voluntarismo del general envolvía otro golpe autoritario: no en
vano, confiaba en los militares para prolongar su mandato y proclamar la
República, pero Primo de Rivera había sufrido ya dos rebeliones
surgidas en los propios cuarteles: la Sanjuanada de 1926 y el golpe de
enero de 1929, perpetrado por oficiales del cuerpo de Artillería.
El
ejército estaba dividido, y si en 1923 el liderazgo y carisma del
general fue indiscutible durante la crisis de gobierno que acabó en el
golpe avalado después por el rey, como explicaron los historiadores
Javier Tusell y Gabriel Cardona, en 1930 Alfonso XIII ganaría el pulso.
Tras la renuncia forzosa de un Primo de Rivera abatido y solo, el rey
encargaría formar gobierno a otro general: Dámaso Berenguer, aquél cuya depuración durante el Desastre de Annual
amenazó con hacerle caer siete años antes. Dámaso Berenguer, que fue
apartado del ejército con pase a la reserva por aquellos sucesos, había
sido amnistiado y ascendido durante la dictadura.
Sin
embargo, la "solución Berenguer" de Alfonso XIII fue un espejismo que
apenas pudo sostener el creciente desprestigio del monarca, como tampoco
pudo su sucesor, el almirante Aznar. El tiempo
demostraría que Primo de Rivera no se equivocaba y que "el eterno
obstáculo para la vida pública española" sería eliminado. Pero no fue
por el ruido de sables sino por los líderes de los partidos políticos.
Los republicanos maniobraron abiertamente contra él y los monárquicos consintieron sin apoyarle.
Las
elecciones municipales de 1931 se convirtieron en un plebiscito:
ganaron ajustadamente los monárquicos pero en las grandes capitales lo
hicieron los republicanos. El rey entendió que no estaba respaldado y decidió exiliarse.
En su carta de despedida aseveró que el pueblo le reclamaría. Nunca lo
haría. Los militares aguardaron el desarrollo de la nueva República y no
pasaría mucho tiempo antes de que volvieran a conspirar en los cuarteles. Alfonso XIII no regresaría del exilio y su sucesor, Juan de Borbón, jamás sería rey. Una guerra y otro dictador militar, Franco, se interpondrían entre la República y la Monarquía.