La historia está basada en un suceso de la vida real sufrido por Burguess. Cuando el autor volvió de Malasia a Londres, en 1944, su esposa, quien estaba embarazada, fue violada por cuatro soldados norteamericanos y, debido a la paliza, la mujer perdió al bebé. Esta tragedia en la vida de Burguess lo inspiró para escribir su obra maestra, y más en específico a recrear la escena de la violación de una mujer a manos de una pandilla.
La pregunta que plantea este libro, una de las obras fundamentales en
la literatura del siglo XX, no debería ser la más obvia, la que aparece
en la superficie del texto: "¿Es el hombre un ser violento?", sino:
"¿Es la sociedad violenta con sus miembros?".
Porque La naranja mecánica trata principalmente de la
libertad del individuo contrapuesta al bien del colectivo, o más bien se
plantea hasta qué punto es legítimo que el colectivo, a través de sus
representantes (¿o son los representantes los que deciden en última
instancia por el colectivo?), destruya al individuo en función del
interés general.
Aquí podríamos insertar el comentario de que el libro no ha
perdido interés y que explora un tema de rabiosa actualidad. Eso es
innecesario y superfluo: se trata de un tema universal; como tal, La naranja mecánica se puede calificar como obra imperecedera.
¿Quién hay que no conozca el argumento de la obra del músico y
escritor Anthony Burgess, a través de la mítica película de Stanley
Kubrick? Parece ser que el que suscribe estas líneas y pocos más. Esto
permite abordar el argumento distanciándose de la violencia explícita de
las imágenes y centrándose en el transfondo de la novela.
¿Por qué, a pesar de ser pieza fundamental, no es la violencia de Alex, el nadsat
protagonista (no de Álex, el crítico ya no tan adolescente), tan
atractiva y tan repulsiva a los ojos occidentales, el eje central de la
narración? Porque Burgess (y así lo aclara en el prólogo de esta
edición, el author's cut que proclamaría la moda fatua de
reeditar grandes éxitos del séptimo arte, pero tan necesaria en este
caso) pone en manos (y boca) del adolescente y su panda de drugos
una forma de entender la diversión que no está viciada por el moralismo
monoteísta. La crueldad, tan común en el ser humano desde sus primeros
estadios, aparece como una fórmula más a escoger para su esparcimiento;
una opción válida según los cánones aprehendidos del entorno
hiperindividualista y desestructurado en el que viven, donde otras
preocupaciones (vivienda, trabajo, dinero) priman sobre una familia y
una educación decadentes o inexistentes, incapaz de atajar los instintos
agresivos en sus primeras manifestaciones.
Juventud y violencia: rasgos reconocibles, lugares comunes muy
visitados en nuestra sociedad. Como ven, la realidad no anda demasiado
lejos.
Burgess habla en su prólogo de elección moral, de esa libertad
primigenia del ser humano que lo distingue de las bestias: la capacidad
de percibir, razonar y decidir sobre sí mismo, sus acciones y su futuro.
Alex es eminentemente un ser libre y como tal se expresa, rasreceando
lo que hay a su alrededor en el puro ejercicio de su libre albedrío.
Destrucción, pero también creación: los más débiles deben sucumbir para
que los más fuertes vivan; o Alex es capaz de violar a dos niñas tontas
que no entienden lo sublime de la música de Beethoven (¡por el gran
Bogo!, que diría Alex).
Cuando Alex comete un crimen (es decir, cuando el Estado tutelar
establece que ha rebasado el límite impuesto por el colectivo al que
representa) su libertad se ve brutalmente amputada. No sólo eso, sino
también su identidad (ahora será el recluso 6655321, un golpe de efecto
algo burdo pero efectivo por parte del autor) y, posteriormente, su
capacidad de decidir: es condicionado para rechazar cualquier forma de
violencia, una suerte de “naranja mecánica” incapaz de manifestar su
condición humana. Ya no puede escoger entre el bien y el mal, algo que
Bogo (o Dios) reprobaría ("Quizás el hombre que elige el mal es en
cierto modo mejor que aquél a quien se le impone el bien", según el
capellán de la prisión en que es internado Alex).
Así volvemos a la pregunta planteada al principio: ¿es la
sociedad violenta con sus miembros? ¿Justifica el bien de la sociedad la
violencia de Estado? En palabras del responsable de la técnica empleada
sobre el nadsat: "No nos interesan los motivos, la ética
superior. Sólo queremos eliminar el delito...". La observación del
Ministro del Interior es harto indicativa: "Y aliviar la espantosa
congestión de las prisiones". Lo que conduce, inevitablemente, a la
legitimidad del Estado como representante del colectivo. Aunque este
punto no centra el interés del autor, sobre el que pasa de puntillas.
La necesidad de recuperar su humanidad, y a partir de ahí ser
libre para escoger libremente, serán las bases del desenlace, en el que
un Alex abocado a la madurez contempla su pasado con una mirada crítica y
sabia. Llega la hora de decidir, y de decidir correctamente. El camino
es lo de menos, lo importante es que uno mismo conduzca sus pasos por el
camino que quiere la voluntad.
Esta obra, que en manos de un autor con menos talento hubiese
dado lugar a un texto zafio cuyos objetivos hubieran quedado diluidos
por los golpes de efecto, la narra hábilmente un Alex vital y desmedido,
imprimiendo a La naranja mecánica cotas de verosimilitud raramente leídas en primera persona. Por otra parte, el uso de la jerga nadsat, creada por Burgess mezclando el habla coloquial de los jóvenes rusos con el dialecto cockney
londinense, es un hallazgo usado con inteligencia y mesura, que otorga
la identificación de Alex a un grupo del que nos excluye, habladores del
lenguaje estándar, no nadsat. Descubrimos que su voz es la
adecuada como canal de expresión de las inquietudes de Burgess, pues nos
hace saltar al otro lado, al lado del que sufre en sus carnes el Estado
todopoderoso, en el que su estructura sirve para aplastar al que no
encaja en él. Aunque sea porque es un criminal.
Un libro realmente joroschó, que no pueden dejar de leer.
Álex Vidal