Diego de Saavedra Fajardo
Escritor, político y diplomático español nacido en Algezares (Murcia) el 6 de mayo de 1584 y fallecido en Madrid el 24 de agosto de 1648. A lo largo de su vida estuvo al servicio de la monarquía española, concretamente de los reyes Felipe III y Felipe IV. Descendía de una familia gallega de muy antigua estirpe, y era el último de cinco hermanos. Su padre fue don Pedro de Saavedra y Avellaneda, y su madre Fabiana Fajardo Brian.
Su documento de bautismo fue registrado en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Loreto del Lugar de Algezares. Su familia estaba emparentada con los marqueses de Vélez.
Estudió Derecho y cánones en la Universidad de Salamanca entre 1600 y 1608. En 1607 se le concedió un hábito de la Orden de Santiago; en 1610 fue a Roma, allí comenzó su carrera diplomática cuando fue nombrado, en 1612, secretario de cifra del cardenal Gaspar de Borja o Borgia, embajador español en Roma. También viajó a Nápoles y a Sicilia como encargado de negocios, e incluso en algún periodo trabajó como Secretario de Estado y Guerra de Nápoles. Aunque no llegó a recibir órdenes mayores, se le nombró canónigo de Santiago en 1617, lo que le valió las importunaciones del cabildo, ya que nunca asistió a su cargo; sí lo hizo por el contrario a los cónclaves que eligieron a los papas Gregorio XV (1621) y Urbano VIII (1623).
En 1623 pasó a formar parte del Consejo de Estado, el cual abandonó en 1633 para viajar como embajador a Alemania y a los cantones suizos.
Desde esta fecha su actividad diplomática no conoció descanso, pues se había ganado la confianza de Felipe IV y se encargó de gestionar una parte muy importante de sus relaciones políticas y diplomáticas durante treinta y cinco años en Italia, Alemania y Suiza, en plena decadencia del dominio político de los Habsburgo. Fue embajador en Roma (1631) y marchó a Baviera en 1633, territorio este en el centro y eje de las luchas más encarnizadas de las ocurridas en la Guerra de los Treinta Años y por donde corretea de un lado a otro el pícaro Estebanillo González, con el cargo de embajador residente en la corte de Maximiliano de Baviera, líder de la llamada Liga Santa, unión de las fuerzas favorables al Emperador alemán Fernando II y al catolicismo. En este año, al haber fallecido el antagonista de éste, el rey Gustavo II Adolfo de Suecia, en la batalla de Lützen, se estableció una tensa calma sólo interrumpida por el asesinato del mariscal Wallenstein, jefe de los ejércitos del Emperador Fernando II, al descubrirse su traición a favor de Suecia.
En 1634 tiene lugar la batalla de Nördlingen entre los ejércitos suecos y los del imperio alemán apoyados por tercios españoles, que concluye con la victoria de estos. En 1636 fallece el emperador Fernando II, y tiene lugar la Dieta de Ratisbona para la elección de su sucesor, donde Saavedra acude como representante de España.
La actividad diplomática de Saavedra se intensifica en lo que es la parte más dura de su carrera con la declaración de guerra de la Francia gobernada por Richelieu a la corona española en 1635 y las sucesivas derrotas de las tropas españolas a manos de los franceses. Entre 1635 y 1648 se suceden los periodos de guerra con varios intentos de solución por medio de tratados, en gran parte de los cuales intervino Saavedra procurando defender los intereses de España como ministro plenipotenciario en el congreso de paz de Westfalia, participando activamente en las sesiones que tuvieron lugar en la ciudad de Muñiste —sede de las negociaciones que afectaban a príncipes católicos— donde se firma la independencia de los Países Bajos. Aunque abandonó el congreso antes de la conclusión de la paz, es innegable que le tocó a Diego de Saavedra lidiar con uno de los periodos más amargos de la historia de España, el de la pérdida no solo de posesiones territoriales, sino de la hegemonía del Imperio Español en Europa, de lo que era muy consciente y de lo que fue protagonista directo. Testimonio de esos años son algunos opúsculos satírico-políticos como Locuras de Europa y otros.
Su obra principal fue la de un pensador político. En este terreno su obra mayor es la Idea de un príncipe político cristiano, representada en cien empresas (1640), una obra muy erudita que se sirve del género literario del emblema, puesto de moda por Andrea Alciato con sus Emblemata traducidos en 1549 y que tiene un carácter principalmente moral y filosófico; la obra de Saavedra se inspira más bien en otra compilación de emblemas, la compuesta por Jacobo Bruck Angermunt, Emblemata política (1618).
Obra escrita
En su juventud, y aun en su madurez, escribió poesía, como la mayoría de los españoles cultos del momento. De sus años jóvenes se conservan varios epigramas latinos, aunque más tarde se prodigó muy poco en el cultivo de su vena lírica, y siempre en castellano, ya fuese algún poema preliminar al libro de un amigo (como el que se incorpora al Desengaño de Fortuna de Gutierre Marqués de Careaga, Madrid, 1612) o una composición encomiástica a Felipe IV, al haber alanceado un toro una tarde de octubre de 1631 (este poema fue recogido por José Pellicer de Salas y Tovar en su Anfiteatro de Felipe el Grande). Por esa misma época Saavedra se dedicó a escribir un número indeterminado de panfletos satíricos, de los que se conservan los que se titulan Suspiros de Francia y el Dispertador a los trece cantones esguizaros; por otra parte, se cree que también son suyas la Indisposizione generalle della monarchia di Spagna (1630) y la Respuesta al manifiesto de Francia (1635).
En 1631 dedicó al Conde-Duque de Olivares sus Introducciones a la Política y Razón de estado del Rey Católico don Fernando, obra inconclusa que permaneció manuscrita hasta el siglo XIX. En su interior se insertaba un tratado de teoría política que corresponde a la primera parte del título, y un espejo de políticos para el que Saavedra escogió a Fernando el Católico (tenía, pues, la cabeza puesta en el mismo modelo que Maquiavelo en el pasado al escribir El Príncipe). El hecho de que este magno proyecto quedara sin acabar y, por tanto, ajeno a la imprenta puede explicarse, tal vez, porque quedó superado por completo por otro más ambicioso: su Idea de un príncipe político-cristiano. Entre medias todavía vendrían varios trabajos de importancia, ligados casi siempre a sus labores como diplomático, caso éste de su Discurso sobre el estado presente de España, de 1637. Del año siguiente es su Relación... de la jornada que por orden de Su Majestad hizo el año 1638 al condado de Borgoña.
En 1640 apareció en Múnich su Idea de un príncipe político-cristiano, representada en cien empresas, en la que nos muestra a un monarca imaginario, absolutamente idealizado, una obra muy erudita que se sirve del género literario del emblema, puesto de moda por Andrea Alciato con sus Emblemata traducidos en 1549 y que tiene un carácter principalmente moral y filosófico; la obra de Saavedra se inspira más bien en otra compilación de emblemas, la compuesta por Jacobo Bruck Angermunt, Emblemata política (1618).
En 1642, en Milán, vio la luz una segunda edición revisada en profundidad, por lo que debería hablarse en puridad de una nueva redacción. Hasta el final del siglo XVII salieron a la calle hasta quince ediciones, lo que pone de manifiesto el innegable éxito de esta obra; en ella, al igual que Quevedo en la Política de Dios, Saavedra se vale de proverbios e imágenes de la Sagrada Escritura como temas del que hemos de considerar como verdadero tratado de política, al tiempo que en el libro, que continúa por la estela de los viejos regimientos de príncipes (de hecho, su dedicatoria la dirige al príncipe Baltasar Carlos, de muerte prematura), abunda en una de las materias más exitosas en la época: la literatura de emblemas o empresas, tras el poderoso modelo de Andrea Alciato y su legión de seguidores. El estilo lacónico de Saavedra en esta magna obra casa bien con el espíritu de los regimientos (en las que sobra toda floritura literaria) y con la propia esencia de los emblemas, apoyados como están en frases con toda la enjundia posible. El libro se ofrece como la suma de las experiencias de Saavedra en su deambular por toda Europa, como la obra de alguien que ha vivido, conoce y sabe; en general, en el interior se apuesta por una novedad en la invención que responde claramente a una de las ansias del artista barroco en su tratamiento de los modelos heredados.
Bajo seudónimo, y ya póstuma, vio la luz la sátira lucianesca Juicio de artes y ciencias. Su autor, don Claudio Antonio de Cabrera (Madrid, 1655), más conocida como República literaria (título con el que correría desde la segunda edición de 1670); no obstante, no pocos estudiosos ponen en tela de juicio la autenticidad de esta obra, de la que se conocen dos versiones: la primera de hacia 1640 y otra más primitiva de hacia 1612. Las diferencias entre una y otra se detectan en supresiones y adiciones, en la sustitución de personajes y de ejemplos, en el limado de determinados conceptos o burlas y en el incremento en las citas eruditas. Saavedra arremete en esta obra contra las diferentes profesiones intelectuales: contra el humanista pagado de sí mismo, el abogado engañoso, el médico falaz y tantos otros estudiosos de distintas áreas del conocimiento.
La república literaria es una sátira lucianesca en forma de sueño sobre un imaginario estado formado por escritores y artistas de todo tipo y se conserva en dos versiones, la primera impresa tras la muerte del autor (1655) y una segunda, manuscrita, con notables divergencias textuales, que fue descubierta a fines del siglo XVIII por Pedro Estala. Aprovecha en esta obra el autor para hacer fina crítica literaria, si bien se echa de menos alguna referencia a Cervantes, La Celestina o el teatro en general; por otra parte, suministra algunas informaciones únicas sobre algunos científicos como Vesalio, Galeno, juristas, artistas, etc.
En Política y razón de estado del Rey Católico don Fernando propone, al igual que había hecho Baltasar Gracián en su tratado El político o mucho antes que ellos Nicolás Maquiavelo, al rey aragonés como modelo de todo monarca sagaz en política. El propósito del autor es componer una guía para la adecuada formación política de un príncipe cristiano.
Aun dejó otros escritos, como el diálogo lucianesco Locuras de Europa (ca. 1643-1645, aunque publicadas en 1748), obra de contenido político que refleja el modelo de Alfonso de Valdés y presenta ciertas neblinas en lo que se refiere a su autoría.
Gran aceptación tuvo también esa obra político-apologética, en que se defienden las pretensiones de España frente a otras naciones (con la enemiga Francia en mente), que tituló Corona góthica, castellana y austriaca y cuya primera parte concluyó en 1645 para darla a la imprenta al año siguiente (Münster, 1646). Con su redacción, Saavedra perseguía mostrar el papel de los godos en la historia de España y mover a una posible alianza ya que ni siquiera descartaba una posible boda entre un Felipe IV viudo y la reina Cristina.
Aparte, La Corona revela pronto su carácter de continuación respecto del proyecto que Saavedra había logrado cimentar con su Idea de un príncipe político-cristiano, con capítulos (treinta en total, en los que aborda la vida de treinta y seis reyes visigodos) que se articulan sobre observaciones iniciales de contenido moral o político. En esta obra de vejez, Saavedra llega al colmo de la erudición, al apoyar su obra en más de cuatrocientas autoridades, españolas y europeas, aun cuando las fuentes (a ojos de un lector de nuestros días) se revelen desiguales por completo, pues tienen cabida los cronistas medievales (que tanta leyenda incorporan a sus textos), los historiógrafos renacentistas y hasta los falsos cronicones. El talante de la obra es, en cualquier caso, el de una pieza literaria muy cuidada, con un estilo elaboradísimo y una calidad en lo relatado que aboca el rigor y autenticidad históricos a un segundo plano. La obra fue continuada por el cronista real Alonso Núñez de Castro (1671), quien indica que se sirvió de materiales del propio Saavedra; en la tercera parte (1677), sin embargo, nada hay al parecer perteneciente a este autor.
El último de los grandes estudios de conjunto sobre Saavedra Fajardo, al lado de los clásicos de Fraga Iribarne y Francisco Murillo Ferrol, es el del austríaco de Graz Christian Romanoski: Tacitus Emblematicus. Diego Saavedra Fajardo und seine Empresas Políticas (Wiedler Buchverlag, Berlín, 2006, 624 pp. ISBN 3-89693-460-0).
De sus obras destacamos algunas de sus ediciones
- República literaria, 1612
- Idea de un Príncipe Político Christiano representada en cien empresas. Munich, 1640
- Corona gothica castellana y austriaca políticamente ilustrada. Munich, 1646
- Iuizio de las Artes y de las Ciencias, 1655
- Obras de don Diego de Saavedra Faxardo cavallero del Orden de S. Iago, del Consejo de su magestad en el Supremo de las Indias ... Que contienen 1. Idea de un príncipe político christiano, representada en cien empresas. 2. Corona Gothica, Austriaca y Castellana dividida en dos partes, la segunda parte nunca imprimida. 3. La republica litteraria, Amberes, impresa por Juan Bautista Verdussen, 1677-1678. Reimpresa por el mismo en el mismo lugar, 1678-1687. 3 vols.
- Locuras de Europa, 1748.
- Sus pensamientos, sus poesías, sus opúsculos precedidos de un discurso preliminar crítico, biográfico y bibliográfico sobre la vida y obras del autor e ilustrados con notas, introducciones y una genealogía de la casa de Saavedra, por el Conde de Roche y D. José Pío Tejera. Madrid, Fortanet, 1884.
- Introducción a la política y razón de Estado del rey católico don Fernando, 1631
- Dispertador a los trece Cantones esguízaros (1638)
- Propuesta realizada a la Dieta de Cantones católicos en Lucerna (1639)
- Noticias del tratado de neutralidad entre el condado y ducado de Borgoña (1641).