En la isla de Saint Léger, cerca de Guadalupe, un niño crecía de cara
al mar, trasportado cada mañana a las mil aventuras que acunan las
olas, con sus hondas y seculares cadencias. Quizá en la playa, frente a
las caracolas que aprisionan voces misteriosas, aprendiera a interpretar
el lenguaje alucinante del océano y la plañidera cadencia de las
sirenas.
Alexis Saint Léger volvía cada día al caserón de sus padres con una
experiencia nueva. En la biblioteca paterna, aislado entonces de los
estímulos ancestrales, leía, juzgaba y analizaba. En torno del niño se
extendían las vastas propiedades de sus antepasados, dueños y señores de
la comarca; el clima que lo rodeaba era un clima casi feudal, con las
concepciones, los prejuicios, las virtudes y los defectos inherentes a
un estado de cosas muy anticuado y en desaparición. Los Léger eran amos,
pensaban y actuaban como tales y no permitían desviaciones a la rigidez
de sus principios.
Una niñera hindú introdujo a Alexis en el mundo dulce y fatalista del
pensamiento oriental; sus historias no solamente lo conmovieron, sino
que, sustrayéndolo a la influencia del pensamiento europeo, tornaran su
espíritu en sonoro receptáculo de exotismos.
No obstante, de acuerdo con la tradición de los Léger, viajó a
Francia con el fin de continuar sus estudios tal como correspondía a su
linaje. Once años tenía cuando vio por vez primera el Arco del Triunfo.
Estudió leyes, se destacó por sus dotes y en 1910 publicó su primer
libro firmando con el seudónimo de Saint-John Perse, nombre con el que
posteriormente adquiriría fama mundial.
En 1914 entró en la carrera diplomática. Antes de que finalizara la
Primera Guerra Mundial, en 1917, lo destinaron a Pekín. De nuevo el
pensamiento oriental cobro actualidad en su mente, llena de sonoridades
excepcionales. Durante cuatro años permaneció en Pekín, vinculado a los
círculos intelectuales, aprendiendo cada día una nueva lección.
En 1921 tuvo que concurrir a la Conferencia del Desarme. Europa
empezaba a curar sus hondas heridas y Francia participaba entonces de
los arduos problemas cuya solución no evitó que nuevas nubes se
cerniesen sobre el horizonte. En 1933 fue nombrado secretario del
Ministerio de Negocios Extranjeros, desarrollando en este cargo gran
actividad.
En 1940, Francia capituló ante el avance de los alemanes. Léger no se
resignó a vivir esclavo: su canto no podía ceñirse a la dialéctica de
los conquistadores, porque estaba hecho para un mundo de paz, de amor,
de esperanza. Marchó, pues, hacia América. Allí tuvo la quietud, toda la
quietud necesaria, pudo seguir construyendo esa obra lírica que, en
1960, le valía la recompensa del Premio Nobel de Literatura.
Estilo
Francia tiene en Saint-John Perse, un brillante poeta, producto del
refinamiento social más acabado. Saint-John Perse es un lírico en toda
la extensión del vocablo, un formidable hacedor de mundos nuevos,
extensos, pródigos en imágenes. Recorrerlos no resulta sencillo, porque
sus laberintos, aún iluminados por la metáfora oportuna, son a veces un
tanto oscuros. Por ellos transitan gran parte de las experiencias de un
noble señor, que conoció los halagos de la abundancia, la tentadora
magnificencia de los salones elegantes, el mecanismo siempre difícil,
complicado y febril de la diplomacia, el dolor del exilio, la angustia
del patriota que se enfrenta con el desastre de su país ocupado por los
invasores.
De todo hay en la obra del gran vate: sus ya lejanas vivencias del
Guadalupe nativo, las extrañas historias de sus antepasados, el recuerdo
nostálgico de las canciones de cuna que oía de labios de una niñera
hindú, la azarosa búsqueda de una paz que nunca llegó para Europa, dan a
sus cantos una cadencia exótica, un tono personal, íntimo, sentido y
cálido por sobre toda otra circunstancia.
El exotismo, particularmente, marca una faceta muy atractiva en el
lirismo de Saint-John Perse: sus planos tienen algo misterioso,
indescifrable, un toque casi mágico, hechizado, que nos alienta a buscar
las raíces de pasión, siempre inasibles, siempre presentes. Ellas
existen, están allí, pero descubrirlas no es tarea sencilla, aunque sí
placentera; descubrirlas, significa internarnos en estrofas majestuosas,
estructuradas con esmero, con prolijidad y con paciencia ejemplares.
De esta cadencia, plañidera por momentos, descarada, llena de
resonancias que proceden de lo ignoto, Léger extrae, como del sombrero
de un mago, su mensaje sorprendente, deslumbrante y desconcertante. No
escala las alturas trepando, sino que las alcanza con un vigor y una
decisión que tienen mucho de vuelo de águila.
Su valor le permite conciliar lo etéreo con lo humano, lo sencillo con lo complejo, lo cotidiano con lo enigmático e insólito.
Obras
Eloges (Elogios) (1911)Anabase (Anábasis) (1924)
Exil (Exilio) (1944)
Amers (Amargos) (1957)
Chronique (Crónica) (1960)
Poésie (Poesía) (1961)
Oiseaux (Pájaros) (1963)
Vents (Vientos) (1964)
Estilo
Francia tiene en Saint-John Perse, un brillante poeta, producto del refinamiento social más acabado. Saint-John Perse es un lírico en toda la extensión del vocablo, un formidable hacedor de mundos nuevos, extensos, pródigos en imágenes. Recorrerlos no resulta sencillo, porque sus laberintos, aún iluminados por la metáfora oportuna, son a veces un tanto oscuros. Por ellos transitan gran parte de las experiencias de un noble señor, que conoció los halagos de la abundancia, la tentadora magnificencia de los salones elegantes, el mecanismo siempre difícil, complicado y febril de la diplomacia, el dolor del exilio, la angustia del patriota que se enfrenta con el desastre de su país ocupado por los invasores.
De todo hay en la obra del gran vate: sus ya lejanas vivencias del Guadalupe nativo, las extrañas historias de sus antepasados, el recuerdo nostálgico de las canciones de cuna que oía de labios de una niñera hindú, la azarosa búsqueda de una paz que nunca llegó para Europa, dan a sus cantos una cadencia exótica, un tono personal, íntimo, sentido y cálido por sobre toda otra circunstancia.
El exotismo, particularmente, marca una faceta muy atractiva en el lirismo de Saint-John Perse: sus planos tienen algo misterioso, indescifrable, un toque casi mágico, hechizado, que nos alienta a buscar las raíces de pasión, siempre inasibles, siempre presentes. Ellas existen, están allí, pero descubrirlas no es tarea sencilla, aunque sí placentera; descubrirlas, significa internarnos en estrofas majestuosas, estructuradas con esmero, con prolijidad y con paciencia ejemplares.
De esta cadencia, plañidera por momentos, descarada, llena de resonancias que proceden de lo ignoto, Léger extrae, como del sombrero de un mago, su mensaje sorprendente, deslumbrante y desconcertante. No escala las alturas trepando, sino que las alcanza con un vigor y una decisión que tienen mucho de vuelo de águila.
Su valor le permite conciliar lo etéreo con lo humano, lo sencillo con lo complejo, lo cotidiano con lo enigmático e insólito.
Textos
Anábasis
Recitación en elogio de una Reina“Alto asilo de grasas hacia el que marchan los deseos
de un pueblo de guerreros mudos tragadores de saliva,
¡oh Reina! ¡rompe la concha de tus ojos, anuncia
en tu hombro que ella vive!
¡Oh Reina, rompe la concha de tus ojos, sé propicia a
nosotros, acoge
el atrevido deseo, oh Reina, como un buen rato bajo el
aceite, de bañarnos desnudos ante Ti,
los muchachos!”
(Fragmento. © de la traducción, José Luis Rivas, 2009)