Voltaire estudió en los
jesuitas del colegio Louis-le-Grand de París (1704-1711). Su padrino, el
abate de Châteauneuf, le introdujo en la sociedad libertina del Temple.
Estuvo en La Haya (1713) como secretario de embajada, pero un idilio
con la hija de un refugiado hugonote le obligó a regresar a París.
Inició la tragedia Edipo (1718), y escribió unos versos
irrespetuosos, dirigidos contra el regente, que le valieron la reclusión
en la Bastilla (1717). Una vez liberado, fue desterrado a Châtenay,
donde adoptó el seudónimo de Voltaire, anagrama de Árouet le Jeune» o del lugar de origen de su padre, Air-vault.
Un
altercado con el caballero de Rohan, en el que fue apaleado por los
lacayos de éste (1726), condujo a Voltaire de nuevo a la Bastilla; al
cabo de cinco meses, fue liberado y exiliado a Gran Bretaña (1726-1729).
En la corte de Londres y en los medios literarios y comerciales
británicos fue acogido calurosamente; la influencia británica empezó a
orientar su pensamiento. Publicó Henriade (1728) y obtuvo un gran éxito teatral con Bruto (1730); en la Historia de Carlos XII (1731), Voltaire llevó a cabo una dura crítica de la guerra, y la sátira El templo del gusto (1733) le atrajo la animadversión de los ambientes literarios parisienses.
Pero su obra más escandalosa fue Cartas filosóficas o Cartas inglesas
(1734), en las que Voltaire convierte un brillante reportaje sobre Gran
Bretaña en una acerba crítica del régimen francés. Se le dictó orden de
arresto, pero logró escapar, refugiándose en Cirey, en la Lorena, donde
gracias a la marquesa de Châtelet pudo llevar una vida acorde con sus
gustos de trabajo y de trato social (1734-1749).
El éxito de su tragedia Zaïre (1734) movió a Voltaire a intentar rejuvenecer el género; escribió Adélaïde du Guesclin (1734), La muerte de César (1735), Alzire o los americanos (1736), Mahoma o el fanatismo (1741). Menos afortunadas son sus comedias El hijo pródigo (1736) y Nanine o el prejuicio vencido (1749). En esta época divulgó los Elementos de la filosofía de Newton (1738).
Ciertas composiciones, como el Poema de Fontenoy
(1745), le acabaron de introducir en la corte, para la que realizó
misiones diplomáticas ante Federico II. Luis XV le nombró historiógrafo
real, e ingresó en la Academia Francesa (1746). Pero no logró atraerse a
Mme. de Pompadour, quien protegía a Crébillon; su rivalidad con este
dramaturgo le llevó a intentar desacreditarle, tratando los mismos temas
que él: Semíramis (1748), Orestes (1750), etc.
Su
pérdida de prestigio en la corte y la muerte de Mme. du Châtelet (1749)
movieron a Voltaire a aceptar la invitación de Federico II. Durante su
estancia en Potsdam (1750-1753) escribió El siglo de Luis XIV (1751) y continuó, con Micromégas (1752), la serie de sus cuentos iniciada con Zadig (1748).
Después de una violenta ruptura con Federico II,
Voltaire se instaló cerca de Ginebra, en la propiedad de «Les Délices»
(1755). En Ginebra chocó con la rígida mentalidad calvinista: sus
aficiones teatrales y el capítulo dedicado a Servet en su Ensayo sobre las costumbres
(1756) escandalizaron a los ginebrinos, mientras se enajenaba la
amistad de Rousseau. Su irrespetuoso poema sobre Juana de Arco, La doncella (1755), y su colaboración en la Enciclopedia chocaron con el partido «devoto» de los católicos. Frutos de su crisis de pesimismo fueron el Poema sobre el desastre de Lisboa (1756) y la novela corta Candide
(1759), una de sus obras maestras. Se instaló en la propiedad de
Ferney, donde Voltaire vivió durante dieciocho años, convertido en el
patriarca europeo de las letras y del nuevo espíritu crítico; allí
recibió a la elite de los principales países de Europa, representó sus
tragedias (Tancrède, 1760), mantuvo una copiosa correspondencia y
multiplicó los escritos polémicos y subversivos, con el objetivo de
«aplastar al infame», es decir, el fanatismo clerical.
Sus obras mayores de este período son el Tratado de la tolerancia (1763) y el Diccionario filosófico
(1764). Denunció con vehemencia los fallos y las injusticias de las
sentencias judiciales (casos de Calas, Sirven, La Barre, etc.). Liberó
de la gabela a sus vasallos, que, gracias a Voltaire, pudieron dedicarse
a la agricultura y la relojería. Poco antes de morir (1778), se le hizo
un recibimiento triunfal en París. En 1791, sus restos fueron
trasladados al Panteón.