La pequeña casa que Leonor Acevedo Suárez, madre de Jorge Luis Borges, mandó construir en la localidad bonaerense de Adrogué en 1944, paraíso personal donde el escritor pasó sus veranos hasta 1953 cuando perdió la vista, recibió cuatro mil visitantes a meses de haber abierto sus puertas al público como museo gratuito.
El chalet californiano que ocupa el 301 de la Diagonal Brown se ve renovado, de ladrillo rojo y paredes blanquísimas, su modesto jardín de nuevo está verde y el patio intervenido con obras de artistas locales preparado para las charlas que figuras de la cultura brindan gratis los fines de semana, justo enfrente a la plaza cuyos eucaliptos Borges (1899-1986) tanto amó.
Dentro, el comedor reciclado marca el inicio de un recorrido con fotografías, videos y fragmentos de textos que refieren a la ciudad; la habitación que ocupaba el escritor es ahora la sala audiovisual y una segunda pieza recupera su obra en una pequeña biblioteca, junto a grabados y pinturas de su hermana Norah que retratan ese idílico Adrogué.
Este pequeño periplo –abierto de lunes a viernes de 10 a 14 y de 16 a 21 los fines de semana- se completa con visitas guiadas los días de semana a las 11.30, que pueden coordinarse llamando al 5034-6282, y un ciclo de conferencias a cargo del escritor Héctor Alvarez Castillo, los sábados de febrero a las 19, anunciadas en la página de Internet casaborges.brown.gob.ar y el Facebook homónimo.
Se trata de un proyecto municipal, apoyado por la Fundación Internacional Jorge Luis Borges que dirige María Kodama, que busca “recuperar la historia, memoria e identidad del lugar, generar símbolos capaces de unir a sus habitantes y un sitio de promoción e investigación de la obra borgiana”, dijo a Télam Jorge Herrero Pons, secretario de Educación, Cultura y Derechos Humanos de Almirante Brown.
Fue una vecina, Fernanda González Latrecchiana, quien realizó el mural que enmarca la casa: Un Borges de espaldas acompañado por un tigre, animal por el que sentía especial devoción y metáfora de sus últimos días en el solar que dejó de visitar cuando perdió la vista: “Ese oro de los tigres, el amarillo de esos pelajes, fue uno de los últimos colores que dejó de percibir”, explicó el funcionario.
Del otro lado del jardín una estatua de Borges, obra de Lili Esses, anticipa el mural «Espejo reflejo» de Jorge Aranda que se mezcla con la intervención de Andrea Bravo y Elena González sobre los árboles del fondos, con espejos y tejidos realizados en los talleres de Casa local de la Cultura.
La relación de Borges con esta ciudad parecía olvidada y recuperarla obligó una profunda investigación que incluyó extensas entrevistas con vecinos que aportaron anécdotas y fotografías, muchas expuestas en la casa y otras recuperadas en el libro ‘Borges en Almirante Brown’ que puede verse en la casa por la que ya pasaron más de cuatro mil personas”, señaló Herrero Pons.
El cuidado volumen incluye la reedición del poemario Adrogué, publicado en 1977 con ilustraciones de su hermana Norah y casi inhallable hasta que esta iniciativa cobró forma, así como la conferencia que el escritor ofreció el 19 de marzo de ese mismo año en “Cerca del sol”, un salón de fiestas situado en la vecina localidad de Burzaco.
Herrero Pons destacó que “se trata de la única casa del mundo habitada por el autor de Ficciones capaz de funcionar como museo; algo impensado para el consorcio del edificio de calle Maipú o la casona del barrio porteño de Palermo, donde estaba su mítica biblioteca de infancia, hoy moderna vivienda unifamiliar cuyo frente exhibe una placa con la leyenda «Aquí vivió Jorge Luis Borges»”.
De hecho, el Consejo de Almirante Brown tuvo que declarar a esta casa Patrimonio Histórico para evitar que la demolieran y embarcarse en una extensa negociación para hacerse con ella, tras lo cual comenzó la ardua investigación para restaurarla de la manera más fiel posible a cuando se instaló en ella la familia Borges.
“La idea es que la gente se acerque a las sensaciones y espacios que a Borges le valieron tantos cuentos y personajes”, aseguró Herrero Pons: El olor de los eucaliptos o los paseos por esas diagonales para él laberínticas, que inspiraron la ciudad de La Plata, en las que contaba que “jugaba a perderse”.
Una geografía real e inventada, delimitada por el recuerdo de La Rosalinda, la quinta ya demolida de calle Macías donde vacacionaba con su padre; o el Almacén de Ramos Generales Santa Rita, hoy restorán gourmet que sirvió de escenario para el filme «De eso no se habla», inmortalizado en «El sur», según Borges su cuento más perfecto, fechado en esta ciudad en 1936, se lee al recorrer la casa museo.
El inventario cartográfico es abundante, en el Aleph, el punto que contiene todos los puntos del universo del cuento homónimo, Borges puede ver una quinta de Adrogué, «La instrusa» transcurre en la vecina de Turdera y uno de los misteriosos tomos del país imaginado en el cuento «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius» es hallado por el protagonista en el histórico Hotel La Delicia donde pasaba las vacaciones con su familia, al cual, como los habitantes de Adrogué, el escritor nombraba en plural: «Las delicias».
“Los laberintos y el eterno retorno tienen que ver con esta topografía -dijo Herrero Pons-, la quinta Triste-le-Roy de ’La muerte y la brújula’ no es otra que el hotel Las Delicias cuya sala de espejos alimentó su fascinación por el desdoblamiento y la multiplicación, y las calles en las que se extravía el detective son las diagonales por las que Borges vagaba de niño en sus veranos”.
“Aprendí a andar en bicicleta y paseé entre los árboles, los eucaliptus y las verjas. Había por ahí un banco hecho con una losa funeraria que decía Fulano de Tal, Azul, 1880 o 1870. Y dos estatuas de tan mal gusto y tan cursis que ya resultaban lindas. Recuerdo en fin la terraza y un salón arriba, un gran salón de espejos (…) Sin duda me miré en aquellos espejos infinitos”, dijo el escritor en la conferencia de 1977 organizada por su amigo Roy Bartolomew.
“Muchos otros argumentos, muchas otras escenas que he imaginado se sitúan en Adrogué. Siempre que hablo de jardines, siempre que hablo de árboles, estoy en Adrogué, he pensado en Adrogué, no es necesario que lo nombre”, resumió sobre la ciudad que junto a su natal Buenos Aires, la Ginebra que lo recibió en la Primera Guerra y la estadounidense Austin, adonde dictó literatura argentina, fue para él sinónimo de felicidad.
Escriturada 1945, la actual casa museo fue vendida en 1953 “para comprarle un departamento a Norah”, indicó Herrero Pons, y ese fue el fin de los veraneos de los Borges por esos laberintos de calles y aromas adonde al que regresó cada vez que pudo con su memoria.
Reabierta a fines de octubre último, tal como se leen en su patio los primeros versos del poema “Everness”, las paredes de este mínimo chalet parecen confirmar que "sólo una cosa no hay” y “es el olvido”, al menos en Adrogué, “el lugar donde uno puede perderse”.
De Borges: “Tengo la sensación de haber querido estar en otras partes pero de haber estado siempre aquí. Sigo entre los eucaliptus y el laberinto, el lugar en que uno puede perderse. Supongo que uno también puede perderse en el paraíso”.