Gregorio Morán: «El libro es duro sobre ciertos personajes, pero morbo hay poco»


Cela fue un gran escritor «si borramos esa penosa última época»
«En ocasiones los libros son como las armas de fuego: los carga el diablo. De manera sorpresiva se disparan y uno no sabe muy bien por qué, hasta que se da cuenta de que han herido supuestamente en su vanidad o en su honor (que a veces es lo mismo) a alguien que pasaba por allí». Esto sostiene Gregorio Morán (Oviedo, 1947) en El cura y los mandarinesHistoria no oficial del Bosque de los Letrados (Akal), un volumen de más de 800 páginas que presenta hoy en A Coruña, una ciudad que visitaba en sus veranos de la infancia para encontrarse con un tío suyo, militante socialista que había sido trasladado disciplinariamente de la Fábrica de Armas de Oviedo a la planta coruñesa.
-¿Por qué ha levantado tanta polvareda este libro?
-En principio no había motivo, creo que fueron una serie de casualidades: la decisión de Planeta de no publicarlo, de exigir la retirada de once páginas y eso, al calor de lo que estamos viviendo en el país, y de la idea de que el libro era muy duro respecto a ciertos personajes... Estas cosas parece que tienen morbo. El libro es duro sobre ciertos personajes, pero morbo hay muy poco.
-¿Qué cuenta entonces?
-Es un pálido reflejo de aquellos años, de 1962 a 1996, que fueron duros en el terreno de la cultura, de la sociedad, para la gente. Quizá nos hemos ablandado mucho al hacemos mayores. No entiendo cómo se puede recordar de una manera benévola años que fueron muy duros.
-¿Es aquello de «contra Franco vivíamos mejor»?
-Esa frase es un invento de Montalbán, que era amigo, pero es una tontería. Los años 60, en general, fueron muy críticos, y llenos de esperanza: pensábamos que la crisis del régimen iba a ser definitiva. La cultura del momento estaba en una postura radical. En los 70 llegó la moderación, cuando muere Franco, llegan la monarquía y la Transición. En los 80, la cultura que era crítica se volvió conservadora, se institucionalizó, la gente quería ser académica, estar en las instituciones, en las Reales Academias de las que tanto se había burlado.
-En el libro pone a Cela como paradigma de esos acomodos.

-Camilo es mucho Camilo. Pocos hombres condensan como Cela los aspectos más vulnerables, por usar una terminología benévola, pero nadie lo quiso, ni se atrevían a echarle un pulso; inspiraba respeto y miedo. Es una figura muy importante como escritor, si borramos esa penosa última época de los negros y negras, que no es el que escribe sino el que cobra. En Camilo hay un gran escritor, tenía rasgos similares con Fraga: podía ser muy tierno con el que mandaba y muy implacable con el que estaba en la cucaña disputándole el puesto. No es un hombre que visitara el Pardo; muchos de sus colegas se mataban por ir.
-En el libro habla usted mucho de la cucaña...
-La uso menos que Cela [risa]. Es una idea muy típica de posguerra y no solo es ese palo que hay que trepar, sino algo muy importante que Camilo tenía en la cabeza: en el mismo sitio de la cucaña no pueden estar dos, han de ir de uno en uno. El individualismo cucañero está muy bien definido en su obra.