Tercer y último de los hijos de Sancho Ramírez y Felicia de Roucy, nada hacía prever que Ramiro llegaría a gobernar. El suyo era un destino eclesiástico. En su infancia y juventud en el monasterio benedictino de Saint Pons de Thomières (San Ponce de Tomares), donde era abad Frotardo, después al frente de la abadía de Sahagún. Acababa de ser elegido obispo de Roda cuando murió su hermano Alfonso el Batallador y se vio proclamado rey por las ciudades aragonesas.
Cuenta un romance que el Rey Monje o Rey Cogulla, como fue llamado, encontró una Corte de intrigas en la que los nobles le despreciaban: «Don Ramiro de Aragón, el Rey Monje que llamaban, caballeros de su Reino asaz lo menospreciaban, que era muy sobrado manso y no sabidor en armas: por lo que no le obedecen, por lo que le desacatan».
Los nobles «fazían guerras entre si mismos en el regno et matavan et robavan las gentes del regno», según la «Crónica de San Juan de la Peña», escrita en el s. XIV, el primer documento que recoge la leyenda de La Campana de Huesca.
Según ésta, la situación era de tal gravedad que el rey decidió actuar. Envió un mensajero al monasterio de Tomares con una carta para Fray Frotardo rogándole consejo. El abad leyó el escrito de Ramiro II e hizo que el mensajero le acompañase hasta un huerto con muchas coles. Allí cogió una hoz y cortó las coles más crecidas. Hecho esto, dijo al mensajero: «Vete a mi señor el rey y dile lo que has visto, no te doy otra respuesta».
La atroz campana
Tras escuchar a su mensajero, Ramiro II convocó a las Cortes en Huesca haciendo llegar a los nobles su deseo de contar con una gran campana cuyo sonido se escuchase por todo el reino. «Vayamos a ver aquella locura que nuestro Reye quier fazer (sic)», dice la Crónica de San Juan de la Peña que pensaron los nobles y caballeros.
A los quince más influyentes les hizo bajar a un lugar del palacio donde, uno a uno, fueron decapitados. La tradición refiere que sus cabezas fueron colgadas en semicírculo de forma que formasen una campana y después se hizo entrar al obispo Ordás de Zaragoza y se le preguntó si la obra le parecía completa. Éste, lleno de terror y temiendo la suerte que le aguardaba, respondió al monarca que ningún requisitivo faltaba, pero el Rey Monje le dijo: «Sí que le falta algo, y esto es el badajo, y para suplirlo destino tu cabeza». Así se ejecutó, según la leyenda relatada por Gregorio García-Arista y Rivera, de las Reales Academias Española y de la Historia, en ABC en 1926.
Una vez ejecutados los desleales, el monarca invitó a bajar con él al resto de los nobles para ver la gran campana de la que les había hablado. «¡Váis a ver la campana que he hecho fundir en los subterráneos para repique a mayor gloria y fortaleza de Ramiro II! Estoy cierto que su tañido os hará comedidos, solícitos y obedientes a mis mandatos», pone Concepción Masiá Vericat en boca de Ramiro II en su libro sobre «Mitos y leyendas universales» (2007).
José Casado del Alisal mostró el horror que se dibujó en los rostros de los nobles en un cuadro pintado en 1880 que se exhibe en el Ayuntamiento de Huesca y que se ha convertido en icono de la leyenda. El escritor oscense Alejandro Alagón, en su libro «Varios nombres para un cuadro» (2012) sugiere que el artista palentino retrató entre los caballeros a Gustavo Adolfo Bécquer, como homenaje en el décimo aniversario de su fallecimiento. (MÓNICA ARRIZABALAGA www.abc.es)
De Antonio Cánovas del Castillo escribe Luis Blanco Vila, catedrático de Teoría de la Literatura, de la Universidad San Pablo, CEU: "En 1852, con veinticuatro años, aparece su primera obra literaria de entidad, una novela histórica, en la línea de las mejores de su tiempo. Se trata de La campana de Huesca, una novela que será reeditada a lo largo de los años, y que aún hoy se edita, testimonio de una vocación que, seguramente, la política no permitió cuajar. Una obra, además, que documentó pacientemente durante 1851, en un tiempo vivido en Huesca, en casa de su amigo, exmiembro de La Joven Málaga, José Robles y Postigo."
"Ahí está, pues, la historia de la venganza de Ramiro I el Monje contra sus nobles aragoneses, bien novelada, bien escrita, en un texto que el propio Cánovas, con evidente modestia, califica de crónica histórica. Lo cabal es situarla junto a las novelas históricas de su tiempo, El señor de Bembibre, del berciano Enrique Gil Carrasco, Los bandos de Castilla, de Ramón López Soler, El doncel de don Enrique el Doliente, de Mariano José de Larra, Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar, de José de Espronceda, y Amaya o los vascos en el siglo VIII, de Navarro Villoslada.
La novela de Cánovas lleva un elogioso prólogo de su tío segundo El Solitario, es decir, del autor de Escenas Andaluzas, Serafín Estébanez Calderón, amigo del alma de Próspero Merimée, al que ayudó no poco en la escritura de Carmen. En el prólogo, citando al crítico francés de moda, Villemain, dice El Solitario que la novela de Cánovas c'est mieux que de l'Histoire ".
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