Pertenecen al llamado género epistolar, que agrupa a obras que se presentan en forma de correspondencia entre dos o más personajes literarios.
Sólo en febrero de 1789, siete años después de la muerte de Cadalso, empezaron a publicarse las Cartas marruecas en el Correo de Madrid. Cuatro años después, en la imprenta de Sancha, se hizo una nueva edición, ahora en libro. El hecho de que hoy se conozcan cuatro copias manuscritas de las «Cartas» completas, una en Nueva York y las otras tres en Madrid, es indicio de que pudo alcanzar cierta difusión en algunos círculos literarios durante los años que median entre su composición y su publicación.
La obra se nos presenta como un conjunto de noventa cartas. De las noventa cartas, más de los dos tercios son las que Gazel envía a Ben-Beley, ocho son respuestas a Gazel y tres a Nuño; mientras que Nuño envía cuatro cartas a Ben-Beley, seis a Gazel, y tres son respuesta de Gazel a Nuño. El género adoptado no es original ni ha sido tampoco elegido arbitrariamente; permite la posibilidad de ofrecer distintos y cruzados puntos de vista. Los corresponsales que intervienen son tres y actúan como remitentes y destinatarios. Dos son árabes, concretamente marroquíes; el tercero, español y cristiano. La elección de dos extranjeros no es tampoco casual: se trata precisamente de ofrecer las impresiones que, ante nuestro país, recibe quien viene con la mirada limpia y ajena a prejuicios nacionalistas.
La ficción novelesca, con su indiscutible antecedente cervantino, consiste en afirmar que «la suerte» quiso que en sus manos cayera un manuscrito por muerte de un amigo. De los dos marroquíes, el joven viajero Gazel había venido a España en la comitiva de un embajador de Marruecos. Cadalso ha procurado que el lector de la época pudiera poner en conexión su inventado viajero con un personaje histórico y reciente. Muy pocos años antes, en 1766, un embajador de Marruecos, Sidi Hamet al Ghazzali, conocido precisamente por El Gazel, había estado en España durante varios meses, despertando la natural curiosidad, todavía viva en algunos sectores.
El modelo más recordado por la crítica, ya desde el primer momento, fueron las Lettres persanes (1721), sátira de la vida en la Corte y en París, del filósofo y escritor francés barón de Montesquieu.
Las cartas se proponen tratar del «carácter nacional», esto es, el problema de España. La observación e interpretación de la vida contemporánea ocupan una gran parte de las Cartas marruecas. La época en que Cadalso vive, con sus peculiares costumbres ciudadanas, es objeto de análisis.
Las Cartas presentan distintos niveles estilísticos. Predomina ciertamente el tono expositivo propio del género epistolar. Pero hay además otras cartas, o fragmentos de cartas, en que se alcanza una dimensión narrativa.
Sebold destacaba cómo en la obra de Cadalso la crítica se integra perfectamente en la novela. Frente a quienes reconocen elementos novelísticos pero niegan el carácter de novela, Pérez Magallón expone la necesidad de tener en cuenta el concepto de la novela de la época y las especiales características de la novela epistolar.
- El tema de la decadencia de España en las Cartas:
A Cadalso, le preocupaba especialmente la cuestión de la decadencia de España, a la que comparaba con una casa grande -otrora, magnífica y sólida- que se había ido desmoronando con el paso de los años. Según opinaba este autor, entre las causas de dicha decadencia se hallaban las siguientes:
- Las largas y costosas guerras que tuvo que librar España.
- La división de España a principios del siglo XVIII con la Guerra de Sucesión (mientras Castilla apoyaba a Felipe de Anjou, la Corona de Aragón era partidaria del archiduque Carlos).
- La emigración de parte de la población española al continente americano para colonizarlo.
- El atraso de la Ciencia en nuestra nación, donde no se tomaban en consideración los avances de las matemáticas, la medicina o las restantes disciplinas científicas.
El patriotismo de Cadalso se podría calificar de "reflexivo", porque buscaba conservar aquello que España tuviera de útil y válido, desterrando todo lo que no poseyera estas dos cualidades.