Hernán Cortés
Piensen
en el imperio romano. ¿Qué connotación tienen esas dos
palabras? Para la mayoría de nosotros es un sinónimo de cultura y
civilización. Y, sin embargo, mirado de cerca…. ¡Cuántas salvajadas
tuvieron que hacerse para constituirlo! Julio César en
la Galia, Trajano en la Dacia… El imperio español, en cambio, tiene
muy mala prensa.
Intentemos
no caer en ese anacronismo llamado leyenda negra, sin por
ello irnos al extremo contrario, el de una leyenda rosa igualmente
simplista. Antes de emitir juicios morales, hagámonos un par de
preguntas. ¿Qué se suponía que tenía que hacer Hernán
Cortés al llegar a Tenochtitlán? ¿Iniciar el diálogo de
civilizaciones? Un historiador ha de intentar ponerse en el lugar de sus
personajes. Cortés era un guerrero con un pie en la Edad Media,
dicho sea sin propósito peyorativo. En esos momentos, ideas como los
derechos del hombre o la autodeterminación de los pueblos simplemente
no existían. Aquel era un mundo violento. Y no porque
los españoles, al llevar ocho siglos guerreando contra los
musulmanes, fueran especialmente salvajes. Vayamos a Italia: César
Borgia no era precisamente una hermanita de la caridad. Y si nos
desplazamos a Alemania un siglo después, durante la guerra de los
Treinta Años, el panorama es dantesco. Un comandante en jefe solía
despreciar a los soldados que le servían como carne de cañón.
A duras penas les consideraba humanos.
Existieron
matanzas como la de Cholula, pero me parece una perspectiva
equivocada presentar a Cortés como una especie de Hitler con
arcabuz. En las crónicas españolas hay racismo, pero también genuina
simpatía hacía los indígenas.
El
mundo de los conquistadores no era como el nuestro. Estaban en un
territorio desconocido, sin internet, ni GPS, rodeados de miles de
personas de intenciones dudosas, con los que sólo se podían comunicar en
términos muy precarios por el mutuo desconocimiento
idiomático. Sabían que se estaban metiendo en la boca del lobo
porque estaban en una situación de tremenda inferioridad numérica. Y
aquí llegamos a una cuestión decisiva: ¿cómo es posible que tan
pocos pudieran dominar a tantos y hacerlo durante tanto tiempo,
hasta la independencia de México en 1821?
Se
habla de lo injusta que fue la dominación española en América, pero…
¿cómo se supone que imponía España su autoridad? ¿Con un ejército de
ocupación inexistente? En esos momentos, transmitir una orden no era
cosa fácil por las enormes distancias. Por eso, las
autoridades virreinales acostumbraban a recurrir al “acato, pero no
cumplo”. Que no era, como a veces se cree, una forma de cinismo sino un
mecanismo de flexibilidad. El imperio reconocía a sus
funcionarios el derecho a obrar por su cuenta ya que ellos se
hallaban sobre el terreno y conocían mejor las circunstancias.
Se
han dado muchas explicaciones del triunfo de Cortés. La superioridad
armamentística, por ejemplo. Pero la eficacia de un arcabuz estaba
lejos del impacto de una ametralladora. En cuanto a los caballos, su
efecto fue más bien psicológico y en los momentos
iniciales. Además, la cuestión de la superioridad tecnológica no
explica las derrotas hispanas. En México, episodios como la Noche
Triste. En otras zonas, como la actual Chile, que se convertiría
en una especie de Vietnam español, los conquistadores también
morderían el polvo. No estaba escrito que tuvieran que ganar.
¿Cómo
explicar entonces la victoria final del extremeño?
Paradójicamente, el factor decisivo lo aportaron los propios pueblos
indígenas. En el asedio de Tenochtitlán, Cortés contaba unos pocos
cientos de compatriotas pero con miles y miles de
totonacas, tlaxcaltecas y otros aliados locales. ¿Se trataba, quizá,
de una especie de colaboracionistas? Nada de eso. Durante bastante
tiempo habían sufrido la opresión del imperio azteca, que
saqueaba sus bienes y les imponía un oneroso tributo de sangre, con
destino a los sacrificios humanos. No es extraño, pues, que apoyaran a
unos recién llegados en los que vieron una promesa de
liberación. Se limitaron a aplicar un esquema clásico: “el enemigo
de mi enemigo es mi amigo”. Por eso, tras la conquista, los tlaxcaltecas
disfrutaron de importantes privilegios. ¡Ellos también
formaban parte de los vencedores!
De
tanto que se insiste en la brutalidad hispánica, se olvida que muy
probablemente fue peor la actitud de las repúblicas independientes
latinoamericanas hacia sus indígenas. A lo largo del siglo XIX
proliferaron los proyectos para blanquear la población con
emigración europea, al partirse del supuesto de la inferioridad
india.
Utilizamos
el término “indígena” por convención, pero me produce
incomodidad. Después de cinco siglos… ¿acaso los descendientes de
los blancos no son tan indígenas como los que poseen sangre quechua o
misquita?
En
la Historia que conforma el imaginario popular, acostumbra a reinar
el maniqueísmo, en aras de un relato esquemático y fácil de
memorizar. Cortés aparece como un bruto analfabeto aunque había
estudiado leyes en Salamanca y fue capaz de escribir sus Cartas de
Relación, en las justifica su actuación de una manera análoga a
la de Julio César. Últimamente, el erudito francés Christian Duverger
sostiene que le debemos también la redacción de la
Historia verdadera de la conquista de Nueva España, de Díaz
del Castillo. Pero esta teoría no se sostiene por múltiples motivos.
¿Por qué iba Cortés a escribir dos versiones de su
misma historia, una oficial y otra clandestina? La tesis,
escandalosa, sirve para provocar ruido mediático. Suerte que también ha
iniciado un fascinante debate.
Un
historiador mexicano, Juan Miralles, sostuvo que Hernán Cortés
inventó México. No le faltaba razón. Nos equivocamos si atribuimos a
las actuales latinoamericanas algún tipo de origen precolonial: los
aztecas no eran mexicanos, de igual manera que los íberos
no fueron españoles. Pero, en el siglo XIX, las nuevas republicas
buscaron legitimarse con unas supuestas raíces indígenas. Se enaltecía
al indígena que llevaba varios siglos muerto
mientras se despreciaba al que estaba vivo, lo que nos lleva a
interrogarnos sobre la funcionalidad de la Historia. ¿Disputamos las
batallas del pasado para no tener que encararnos a las
injusticias del presente?
Francisco Martínez Hoyos
Historiador y escritor (España)http://www.revistalarazonhistorica.com