Gibbon: "Decadencia y caída del Imperio Romano"

Gibbon: "Decadencia y caída del Imperio Romano"

Hay historiadores que además de hacer Historia pareciera que han sido testigos de lo que cuentan. Quizás por ello se ha afirmado que no puede haber historiador sin imaginación. Tampoco filósofo, algo que algunos olvidan. Edward Gibbon (1737-1794) fue uno de esos historiadores que suscitan en el lector la sensación de asistir a los hechos, y sin duda fue el primero de los grandes historiadores ingleses. No fue como su maestro Hume, un hombre de ideas abstractas –aunque el filósofo y autor de Historia de Inglaterra (1778) supo también ser concreto y ameno–, pero sí un reflexivo. Decadencia y caída del Imperio Romano apareció entre 1776 y 1788 en seis volúmenes. En España se publicó, traducida por José Mor Fuentes, en 1842.


Para ser una obra que tuvo una importancia inmediata y continuada en la lengua inglesa y una repercusión notable en Europa, la traducción al español fue tardía. Salvo una edición abreviada que condensa sobre todo la primera mitad de la obra original, hasta ahora no se había vuelto a traducir. Así que esta edición de Atalanta, en dos gruesos volúmenes, a cargo de José Sánchez de León Menduiña, es un verdadero acontecimiento literario, sobre todo porque la traducción de Mor Fuentes, apegado a la lengua y la literatura de la época, es desde hace tiempo algo ilegible.

Hay algunas razones (no justificaciones) que explican el poco eco que una obra de esta importancia ha tenido entre nosotros, y quizás la mayor es que su autor, tras su joven y fugaz conversión al catolicismo, profesó un deísmo escéptico y, además, criticó duramente a la Iglesia Católica y su papel en el desenvolvimiento del Imperio Romano. La lectura que Menéndez Pelayo hizo fue un juicio, más que un razonamiento.

Sin embargo, la obra de Gibbon fue recibida por los escritores y pensadores franceses, tanto de su siglo como del XIX, con enorme fascinación y provecho. Y en los comienzos del XX fueron muchos los que la leyeron y admiraron; por ejemplo, Lytton Strachey o Gerald Brenan, que la releyó completa más de tres veces, aunque le puso algunas pegas a su estilo. En Hispanoamérica, Borges tiene algunas líneas memorables y Octavio Paz la leyó con entusiasmo, atento al periodo quizás más débil a juicio de los historiadores modernos, la caída de Bizancio.

Más terror que deseo

Los interesados en la figura de Gibbon pueden leer sus Memorias de mi vida (Alba), escritas al finalizar su gran proyecto. Gibbon fue el único superviviente de seis hermanos. Murió sin descendencia y probablemente sin haber tenido ninguna relación.Philip Guedalla afirmó que Gibbon vivió su vida sexual en las notas a pie de página. Huérfano de madre desde los diez años, no encontró en su padre el suficiente afecto ni comprensión. «Filósofo sobrio, discreto y epicúreo», como lo define Sánchez de León, pasó muchos años en Lausana, donde aprendió tan bien el francés que escribió en esta lengua su primera obra, Ensayo sobre el estudio de la literatura, y casi escribe el resto (algunos hablan de la influencia de la lengua francesa en el inglés de Gibbon).

En Lausana, se enamoró de Suzanne Curchod, la que sería la esposa del financiero Necker y madre de la escritora madame Staël. El padre de Gibbon se opuso al matrimonio y él acató como si oyera sus propios instintos; al fin y al cabo, confesó que «una alianza matrimonial siempre ha sido para mí más bien objeto de terror que de deseo». No fue un inglés excéntrico ni un defensor a ultranza de las peculiaridades inglesas, tampoco un patriota, sino que aspiró a ser un ciudadano del mundo.

Perteneció al club literario fundado por Samuel Johnson, al que asistían entre otros Edmund Burke, Richard Sheridan, Adam Smith y Boswell, que lo detestaba. En Francia alternó con D’Alembert, Diderot, Helvétius y D’Holbach, y frecuentó los salones de las señoras Geoffrin y Du Deffand. No fue un hombre sagaz en la comprensión de la política de su tiempo, pero vio con agudeza la del pasado, en el que penetró con una ironía sugerente que aún sigue siendo fructífera.

Barbarie y cristianismo

A Gibbon, escéptico, lo desveló la irracionalidad de la Historia humana, indagó en la fuerza de los prejuicios y buscó «detectar a quienes detestan en un bárbaro lo que admiran en un griego, y denominarían impía la misma Historia si la escribió un infiel y sagrada si la redactó un judío». Gibbon era realmente civilizado. Su magna obra abarca desde los días de los primeros emperadores hasta la extinción del Imperio de Occidente, pero también se ocupó del Imperio de Oriente, la llegada del mahometismo, las cruzadas y mil hechos más fronterizos con la romanización, es decir: un periodo que va del siglo I antes de Cristo al año 1500.

¿Cuáles fueron las causas de la caída del Imperio Romano? Según Gibbon, la conjunción entre barbarie y cristianismo, incidiendo en que la Iglesia se había opuesto al progreso y pervertido la virtud pública. Aunque su visión de los primeros tiempos del Imperio parece obsoleta, los historiadores del mundo romano siguen valorando, además de la obra como conjunto (novela y mito), su descripción de la transición del principado a la monarquía absoluta, además del sistema de Diocleciano y Constantino.

Sánchez de León señala que «falló al resaltar el hecho trascendental de que hasta el siglo XII el Imperio fue el baluarte de Europa contra Oriente y no apreció su importancia en conservar la herencia de la civilización griega». No vio el sincretismo del legado helénico en la doctrina cristiana y fue parcial en su descripción de las causas de la expansión del cristianismo.

Todo historiador está condenado a cometer lagunas, errores, pero algunos, como Gibbon, son rescatados incluso en sus carencias, debido a su fuerza literaria. «En el siglo II de la era cristiana, el Imperio de Roma abarca la parte más bella de la tierra y la más civilizada del género humano»: así comienza Gibbon su Historia y ustedes ahora pueden continuarla.

Juan Malpartida