«El dinero y el poder son las quincallas del hombre. La madre del cordero es nuestra formación»
El arqueólogo y antropólogo abulense
Emilio Rodríguez Almeida se cuenta entre los pocos españoles que se
atreven a rebatir a los grandes expertos internacionales en el mundo
clásico. Miembro de la Academia Pontificia de Arqueología de Roma y del
Instituto Arqueológico Alemán de Berlín, este humanista sabio alcanzó
notoriedad hace años gracias a su investigación del Monte Testaccio, en
Roma, una colina artificial que oculta 50 millones de ánforas de aceite
procedentes, en su mayoría, de Andalucía. Premio Castilla y León de
Humanidades, Rodríguez Almeida encuentra en la cultura latina no solo
las fuentes del conocimiento de lo que somos, sino un acicate para
afrontar la vida con una exigencia personal al margen de modas.
-Usted es un entusiasta defensor de
la cultura clásica. No sé si esta frase de Horacio, el autor de las
'Odas', es aplicable a los tiempos de crisis que vivimos: «Lo que hace
falta es someter las circunstancias, no someterse a ellas».
-Tengo por Horacio adoración. Es el más grande poeta
latino, no hay duda ninguna. El más cercano a los hombres, y el que
mejor los entendía. Está muy por delante de Virgilio, con toda la
grandeza de Virgilio y la amistad que había entre ellos.
En general todos dependemos mucho más de las circunstancias
que de la sustancia. Dependemos de la televisión, el whatsapp, o los
teléfonos móviles. La gente está loca por las comunicaciones, que, al
fin y al cabo, son sólo circunstancias, aunque puedan ser más o menos
necesarias. Pero la sustancia es otra: la propia formación, el propio
modo de ver el mundo, el modo de ver a la persona humana a nuestro
alrededor. La política y la economía son también circunstancias que nos
envuelven y nos enredan.
-Esta otra cita, también del poeta
de Venosa, quizás diga algo de cómo hemos llegado hasta aquí: «El tiempo
saca a la luz todo lo que está oculto, y encubre y esconde lo que ahora
brilla con el más grande esplendor».
-Eso es verdad. Ha sido siempre así, y ya lo era en el
mundo romano. La gloria del imperio era el esplendor. Por debajo, en
cambio, está el hombre, y la grandeza del hombre no es ese esplendor
puramente externo.
-Otros pensadores clásicos,
como Séneca, nos aportan otras claves para el presente, desde sus 2.000
años de distancia: «No nos atrevemos a muchas cosas porque son
difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas».
-Vivimos todos muy acomodados, muy envueltos en las cosas y
vamos muy poco a la sustancia. El ritmo de vida que llevamos no deja
tiempo para calar al interior de nuestras almas. ¿Cuándo piensa hoy el
hombre en su alma? Prácticamente nunca.
Solo alguna vez, si es un hombre
que tenga alguna fe, se acuerda de que debe cultivar su propia alma,
que existe.
-¿Y cuántos de los problemas
sociales que acumulamos en la administración, la justicia, la educación,
y tantos otros responden a esta pereza a afrontar los desafíos
complicados?
-Casi todos. Si no fuera así, no tendríamos la crisis
espantosa que tenemos hoy en día. Que no es una crisis solamente de tipo
material, de tipo económico; sino que es una crisis de valores. En el
caso de la política se ve claro. No piensa nunca en valores, sino en
votos; piensa en el modo como puede seguir gobernando.
-¿En qué medida una sociedad que debilita su preocupación humanística debilita su capacidad para afrontar estos retos?
-Hoy día ya sabe que en las cuestiones de formación del
pensamiento lo que más vale es lo que tiene que ver con intereses de
tipo material. Hoy día se cuida mucho más la técnica, la física, los
artilugios del mundo en que vivimos.
-«La adversidad no es una desgracia,
antes bien, el sufrirla con grandeza de ánimo es una dicha», afirmaba
Marco Aurelio. Si algún líder, político o social, se atreviera a
proferir esta frase en público muchos la interpretarían como una
provocación.
-Seguramente, porque ahora nos es tan extraña este tipo de
cultura profundísima que ya no la podemos entender y parece una
provocación. Ya no sentimos la cultura clásica como nuestra. Se dice que
el griego y el latín son lenguas muertas. ¡Pero si tenemos toda nuestra
cultura hecha sobre ellas! ¡Cómo van a ser lenguas muertas! Y, sin
embargo, actuamos como si lo fueran. Para nosotros la cultura clásica
está prácticamente muerta. Persiste todavía en ciertos márgenes de
nuestra vida cultural, en las universidades por ejemplo, donde se la
aprecia. Pero lo que no se hace es apostolado en su favor. Existe una
distancia con respecto a la cultura clásica que es muy lamentable.
-Habrá quien piense que se trata de una distancia irremediable. Que somos distintos de aquellos hombres.
-Ahí están las 'Consolaciones', que son una maravilla. Pero
nuestros críticos de literatura las leen y dicen que Séneca manejaba
clichés, cosas de filosofía barata. Pero Séneca no era un filósofo
barato. Sus 'Consolaciones' son el reflejo de la vida humana. Todo lo
que se puede pensar, todo lo que se puede decir, todo lo que se puede
reprochar al ser humano de hoy día es exactamente lo mismo que ya
entonces los estoicos, o los mismos epicúreos, reprochaban a sus propios
contemporáneos.
-Quizás uno de los rasgos que caracterizan nuestro presente es su desinterés por esa gloria que tanto motivaba a los clásicos.
-Esa es la clave. Ahí está la raíz de muchos de nuestros
males. Cicerón explica: «Cuanto mayor es la dificultad, mayor es la
gloria», cuanto más difícil, más ilustre es el triunfo. El pequeño
enemigo no te da grandes glorias; es un gran enemigo el que te puede dar
ese resplandor del que habla la cita.
-¿Es un problema de pérdida de ambición, o de que ahora la única ambición que concebimos es la de ganar dinero?
-Dinero o poder, que al fin y al cabo son la misma cosa,
dos partes de la misma moneda. Nos interesa lo que da poder -que puede
ser el dinero, o la intriga- que permite llegar a un puesto donde se
puede imponer un juicio, una conducta, o leyes incluso.
Tengo 83 años. He tenido tiempo de desencantarme de todo lo
que pensaba que sabía cuando era joven. O de todo lo que pensaba cuando
era joven. Estoy al borde ya de mi despedida. Gracias a Dios yo he
tenido una gran riqueza personal que me han dado, que me han regalado.
Vivo de ella y sé que lo que nos cuentan los filósofos del pasado es tan
parejo con lo que nos sucede hoy que parece como si nos viéramos en un
espejo.
-A veces tenemos la tentación de
pensar que somos muy especiales. Que en nuestra época ocurren cosas que
no han sucedido nunca antes. Y probablemente no es cierto.
-Esto es algo muy de hoy día. Pero si no somos nadie, o
'naide1, como dirían en Castilla. Somos un episodio mínimo en una
historia general que toca a millones de hombres, de los cuales la
inmensa mayoría ya no existen. Pero, al menos, nos queda lo que los más
ilustres han dicho y nos han enseñado, que se calca literalmente sobre
nuestra vida. Si queremos pensarlo, claro.
-La experiencia de los clásicos
también demuestra que existe una cierta distancia en el modo de abordar
los problemas. «Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la
honestidad», afirma Séneca. No estoy muy seguro de que esto se aplique
en la España del siglo XXI.
-Es de aplicación si tenemos formación. Si no la tenemos es
imposible. Lo que podemos decir es que quien ha dicho esa frase, y
otras muchas frases maravillosas que nos enseñan tanto, era gente que
pensaba. En sí mismos, en primer lugar. Hoy día la gente no piensa mucho
en el comportamiento propio.
-Probablemente la distancia
mayor entre los pensadores clásicos y el presente está en la relación
con las pasiones. Allí donde los estoicos recomendaban contención, hoy
se predica y practica el desbordamiento. Esta frase de Seneca: «No es
pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea», por ejemplo, choca
frontalmente con el discurso de la publicidad.
-También entonces se decía aquello de que «tanto tienes,
tanto vales». A través de los tiempos ha sido siempre así. Pero no
conviene que olvidemos que, siendo una constante, es lo peor del ser
humano de aquellos tiempos y lo peor también del ser humano de nuestro
tiempo. La madre del cordero es nuestra formación. Los que tienen mucho
dinero, como los banqueros, o los que tienen mucho poder, no son los
paradigmas. Eso no es el hombre. El poder y el dinero son las quincallas
del hombre.
-Su trabajo arqueológico más destacado fue la investigación del Monte Testaccio, en Roma.
-Estaba abandonado desde hacía cien años y yo me preocupé
de ponerlo de nuevo en circulación porque me parecía que tenía un gran
interés para nosotros, porque lo que había allí eran ánforas de aceite
procedentes de España, en un momento en el que el aceite tenía un valor
muy superior al que tiene hoy. Y conviene tener en cuenta que no todas
las naciones del mundo romano tienen un monte que sea enteramente
español. Por desgracia mi trabajo no ha dado mucho fruto. Los españoles
que escucharon mi voz entonces creí que la escuchaban con la intención
de sacarle todo el jugo al proyecto, pero al final ha pasado como con
tantas cosas, que no se ha estudiado de verdad y mi investigación ha
sido masacrada y copiada en otros libros sin que se avanzara. El
Testaccio ha sido para mí una gran desilusión.
-¿Está suficientemente cuidado y atendido el legado romano de Castilla y León?
-Algo se está haciendo. No está muy profundizado, pero hay
profesores e instituciones que están trabajando en este campo. Aunque no
todo lo que tendríamos que hacer.
-¿Tenemos suficiente patrimonio romano para sacar pecho?
-Claro que podemos sacar pecho. Lo que pasa es que tenemos
que conocerlo bien.
De las villas romanas de Castilla y León conocemos
un 10% o menos. La Olmeda, Puras, San Pedro del Arroyo… y hay muchísimas
más. Pero ¿quién se ha ocupado de hacer una catalogación con medios
aéreos? Nadie, y sin embargo desde esa perspectiva son perfectamente
visibles los restos de una villa romana. Incluso los que están bajo
tierra y que nadie aún conoce o ha excavado. Falta una catalogación
detallada de todas las villas romanas de Castilla y León. Que son
muchísimas.
-¿Se puede dar un número aproximado?
-Para mí es difícil porque no conozco el resto de las
provincias como conozco la de Ávila. Pero aquí tenemos cinco o seis.
Multiplique por nueve y verá las que salen.
Y Ávila no es la provincia
más rica. Las provincias situadas en la llanura del Duero son más
conspicuas seguramente.
-Dentro de esta crisis que tenemos en nuestra relación con el pasado, parece que el patrimonio es de lo poco que se salva.
-Sí, pero cuando oye usted hablar a los políticos lo que
dicen es que el patrimonio y la cultura no dan dinero. Esta es la
ignorancia más crasa que existe. Si no nos da dinero eso, ¿qué lo da? ¿A
qué vienen aquí, a vernos nuestra cara?
-Una peligrosa tendencia actual invita a someter la cultura y el patrimonio al turismo.
-Es una ecuación que hay que invertir: primero es la
cultura y el patrimonio, y después viene el turismo. No al revés. Por
tanto, la riqueza es el patrimonio. Por eso se llama así, patrimonio, lo
que nos legaron nuestros padres. El turismo es la consecuencia
económica derivada. Pero meterlo en la cabeza de la gente es difícil,
porque hoy día se piensa todo en términos de dinero.
En Burgo de Osma está el único manuscrito que existe en
España de la Apoloquíntesis, que es un libro que se atribuye
erróneamente a Séneca, pero que no por ello deja de tener interés. Estoy
esperando que alguien se preocupe y que aporte algo de dinero para que
algún investigador, yo mismo u otro, pueda estar un mes estudiando a
fondo el documento.
-¿Por qué es tan difícil en España
dar a los restos arqueológicos el trato que merecen? Da la sensación de
que a menudo se consideran un patrimonio de segunda.
-Tenemos un concepto de monumentos que es falso. Es verdad
que las catedrales son monumentos, pero no sólo ellas lo son. ¿Es menos
monumento el puente romano de los Cobos en Solosancho? ¿O los doscientos
y pico puentes medievales que hay en la provincia de Ávila? No, señor.
-Me refería más bien a los restos
arqueológicos. Pareciera que su condición de testimonios fragmentarios o
incompletos les privara de valor.
-Habría que decir entonces. ¿Usted se imagina que queda
algo de verdad que conservar en Mérida? Lo que hoy pervive, algunas
columnas, algo del anfiteatro, el puente y la alcazaba, son briznas de
lo que era Mérida, una ciudad que fue la capital de la Lusitania. Pero
la cultura es así, nos impone la obligación de salvar hasta la última
piedra. Pero no es así como actuamos. Aquí, en Ávila, por ejemplo, son
innumerables los monumentos que han desaparecido. El acueducto romano,
por ejemplo, del que casi nadie sabe que existió. Todos los restos
fueron destruidos y sólo queda un cachito dentro del convento de las
madres de santa Teresa, con algunos arcos del acueducto.
Somos un pueblo sin memoria. Vamos por la calle presumiendo
de nuestra muralla, pero apenas sabemos nada de ella. Para empezar no
sabemos ni siquiera que existen restos que se remontan al siglo V, de
cuando la ciudad se defendía de los ataques de los suevos. Si tuviéramos
verdadera memoria nos preocuparíamos más por esto, o por el estado de
puentes como el de Valladolid en Arévalo, que está en gravísimo peligro y
es un puente romano maravilloso. Menos mal que se hizo la presa de las
Cogotas y ya no llegan grandes avenidas. De lo contrario, cualquier día
nos encontraríamos con que una crecida se lo lleva por delante.
-«El olvido es la muerte, por eso hay
tanto muerto deambulando por las calles», declaró en una entrevista.
¿Tan desmemoriados estamos?
-Nos hemos condenado a no tener memoria. Nada más que la
que nos interesa. Estos buscan la memoria histórica de los ejecutados
por Franco, y aquellos recuerdan a los curas que mataron los
republicanos a troche y moche en las provincias nuestras. La memoria
verdadera no es eso, no es el recuerdo sectorial o subjetivo que nos
inventamos. Y desde luego eso no es historia. Hoy se utiliza como arma
para atravesar al enemigo. Pero esa es una memoria partisana, fanática,
que más que ayudar a recordar, contribuye a que olvidemos lo que no nos
interesa.