Isabel de Portugal, retratada por Tiziano
Almudena de Arteaga publica «Por amor al emperador», una novela sobre las damas que marcaron la vida del hombre más poderoso de su tiempo
Hablan las mujeres que quisieron a Carlos V.
Las que le amaron con pasión, las que le fueron leales hasta sus
últimos días y también aquéllas que marcaron fugazmente su vida. Almudena de Arteaga (1967) da voz a diecisiete de ellas en su nueva novela histórica, «Por amor al emperador» (La Esfera de los Libros, 2016). Un libro que arranca con la voz femenina más importante en la vida del emperador, su tía Margarita de Austria.
«Ninguna influyó tanto en la vida del futuro Carlos V como Margarita.
Fue una mujer admirable que supo educar perfectamente a todos los hijos
que estuvieron a su cargo».
La
hermana de Felipe I de Castilla se encargó de la educación de Carlos y
de sus hermanas en su pequeña corte de Malinas, debido a la larga
ausencia de los padres. En sus ansias por hacerse con la Corona de
Castilla, Felipe el Hermoso y su esposa, Juana, dejaron
atrás a sus cuatro hijos de corta edad y viajaron a la península a
reclamar la herencia de la fallecida Reina Isabel. La prematura muerte
de Felipe y la locura de Juana dejaron la tutela de los niños en manos
de su tía hasta que llegaron a la adolescencia.
Una madre ausente
De
Carlos se han gastado litros y litros de tinta en contar cada aspecto
de su vida, pero rara vez se les ha permitido tomar la palabra a ellas,
incluida a la denostada Juana. ¿Por qué actuó así con sus hijos?
Almudena de Arteaga dedica uno de los capítulos del libro a la ausente madre de Carlos.
Pese a que llevaba años sin verla, cuando el joven viajó a España a
reclamar el trono de Castilla y Aragón se limitó a visitarla de forma
esporádica en su reclusión de Tordesillas. La «tortuosa» relación entre madre e hijo estuvo
marcada –en opinión de Almudena de Arteaga– por el miedo a gobernar
mostrado por Juana, y no tanto por su salud mental. «Se habla
tradicionalmente de ella como La Loca, pero hay que hablar del miedo
pavoroso que tenía a asumir responsabilidades en la Corona de Castilla.
Ese comportamiento no lo entendió Carlos», señala. De forma consciente o
inconsciente, Carlos nunca perdonó esa manera de actuar, sobre todo él,
que estaba acostumbrado a mujeres rocosas como su tía Margarita o sus
hermanas.
Pese a su delicado aspecto físico, su esposa, Isabel, también era de una enorme fortaleza. Blanca, delgada, frágil y sensual,
la portuguesa fue la responsable última de hispanizar a Carlos y quien
ejerció como regente durante los prolongados viajes de su marido. «Eran
ausencias muy largas. De los trece años que estuvieron casados solo
convivieron seis, porque los viajes además eran muy pesados», explica la
autora del libro, que, sin embargo, remarca el hecho excepcional en ese
periodo de que Carlos siempre le fuera fiel.
Al menos, cuatro amantes
Las infidelidades estaban a la orden del día entre aquellos monarcas itinerantes. Y a decir verdad, las amantes de Carlos fueron numerosas, aunque se sucedieron o bien antes de estar casado o bien después. «El amor con Isabel fue muy fuerte. Creo que realmente aguantó siéndole fiel», considera Almudena de Arteaga.
Antes de su matrimonio la autora enumera al menos cuatro amantes, entre ellas Germana de Foix, viuda de Fernando El Católico.
El viejo Rey pidió a su nieto que cuidara de su esposa, «pues no le
queda, después de Dios, otro remedio sino sólo vos...». Y Carlos se tomó
al pie de la letra estas instrucciones. «No sé si hubo amor entre
ambos, sí mucha pasión. Él era inexperto y joven, aunque alguna amante
había tenido en Flandes, y ella le enseñó varios secretos apasionados»,
relata la autora de «Por amor al emperador» sobre una relación que dejó
una posible hija extramatrimonial, Isabel.
Pero si hay que hablar de hijos ilegítimos es imprescindible citar al que el emperador engendró con Bárbara Blomberg, Don Juan de Austria, el héroe de la batalla de Lepanto. La hermosa alemana fue su última pasión.
A lo largo de su vida, el emperador estuvo rodeado de más mujeres que hombres en
su entorno familiar y las empleó para ocupar cargos que se suponían
propios de varones en esos tiempos.
«Aprendió de niño gracias a su tía
que confiar tareas de gobierno a las mujeres era una buena decisión. Lo
hizo con su esposa, con sus hermanas y más tarde con sus hijas», apunta
Almudena de Arteaga, miembro de la Real Academia Hispano Americana. Les
dio tanto como les exigió.
«El amor hacia el Imperio de estas mujeres queda fuera de toda duda. Eso, a pesar de que él les pidió grandes sacrificios», subraya la novelista. El día que Carlos V decidió retirarse, con solo 55 años, dos de sus hermanas, Leonor y María,
siguieron sus pasos y le acompañaron a la Península Ibérica. Los tres
hermanos morirían en el transcurso de un mismo año, 1558.
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