Gregorio Marañón
Gregorio Marañón y Posadillo (Madrid, 19 de mayo de 1887 – ibídem, 27 de marzo de 1960). Médico y ensayista español. Estudió en la Facultad de
Medicina de Madrid, y obtuvo el grado de licenciado en 1909 y el de
doctor en 1910. De los profesores que tuvo, los que según él más le
influyeron fueron Federico Olóriz en anatomía, Santiago Ramón y Cajal en
histología, Alejandro San Martín en patología quirúrgica, y Juan
Madinaveitia y Manuel Alonso Sañudo en medicina interna.
Cajal se
convirtió, además, en una constante referencia intelectual y moral,
particularmente desde la lectura de sus Reglas y consejos. La
culminación de este proceso fue el discurso en honor de Cajal que
pronunció en 1947 con ocasión de su ingreso en la Academia de Ciencias y
que dos años más tarde amplió en forma de libro con el título Cajal, su tiempo y el nuestro.
Marañón fue iniciado en el estudio de la
endocrinología, disciplina que en España estaba entonces en sus
comienzos, por Madinaveitia y Sañudo, estudiando los síndromes tiroideos
con el primero y los pluriglandulares con el último. En 1910 hizo
investigaciones quimioterápicas en el laboratorio de Paul Ehrlich en
Frankfurt. Vuelto a España, comenzó a trabajar en el Hospital General de
Madrid en 1911. Pensó que la endocrinología había nacido como
disciplina autónoma y consideró la obra de Artur Biedl, Innere Sekretion, publicada en 1910, como la exposición paradigmática del papel de las secreciones internas en fisiología.
Este
conjunto de saberes, acumulado durante lo que denominó período de
crecimiento explosivo de la endocrinología, lo presentó al público
español en La doctrina de las secreciones internas, que fue, en
principio, un curso dado en el Ateneo de Madrid en 1915. Marañón
desarrolló su versión de la teoría endocrinológica en la siguiente
década, fundamentalmente en su libro sobre el climaterio, La edad crítica, publicado en 1919, y en su discurso de recepción en la Academia de Medicina, pronunciado en el año 1922 y titulado Problemas actuales de la doctrina de las secreciones internas.
En
este último trabajo, Marañón percibió la crisis que había en la
disciplina, ocasionada por los ataques hipercríticos a la teoría de las
secreciones internas por parte de investigadores como el francés E. Gley
y el inglés Swale Vincent, quienes intentaron una definición más
estricta de las hormonas, para excluir los estimulantes metabólicos
generales. En España, como en todas partes, la adrenalina se convirtió
en el primer campo de batalla, con Marañón y sus discípulos del
Instituto de Patología Médica, que defendían un enfoque más amplio de la
acción hormonal, y con fisiólogos como Juan Negrín y Augusto Pi Suñer,
que estaban a favor de un concepto más restringido.
Típica
del acercamiento de Marañón a la endocrinología fue su defensa
entusiástica de la organoterapia en los años veinte y su participación
en un buen número de aireados trasplantes de cápsulas suprarrenales y
gonadas, en colaboración con León Cardenal. Al igual que Cardenal, se
interesó en los métodos de rejuvenecimiento de Eugen Steinach y Serge
Voronoff. En La edad crítica y en otros escritos posteriores,
aseguró que el envejecimiento y el declive de las funciones sexuales
estaban muy ligados, y que el primero podía ser descrito perfectamente
con la terminología del último. Conservó su interés por el
envejecimiento y puede ser considerado como uno de los fundadores de la
gerontología en España.
Marañón fue un importante comentador español del
psicoanálisis y de las teorías psicosexuales de Freud. Fue el único
médico español importante que conoció personalmente a Freud y uno de los
pocos biólogos que fue considerado seriamente por los primeros
psicoanalistas. Por eso, Marie Bonaparte (en cuya casa Marañón había
conocido a Freud) escribió en De la sexualité de la femme que
Marañón era "un autor no alineado en las filas de los psicoanalistas,
pero su trabajo llamó la atención de ellos". Bonaparte citó su trabajo
de 1930, La evolución de la sexualidad y de los estados intersexuales,
en el cual Marañón defendía que cada ser humano estaba dotado con
características de ambos sexos y que éstos están más diferenciados a
medida que se avanza en la escala filogenética.
Para
Marañón, como para Freud, la libido (a la que Marañón llamaba "hambre
sexual") era un impulso primario. Pero para el endocrinólogo esta
energía específica era producida, originalmente, por un fenómeno
químico: la irrupción en la sangre de las secreciones internas de las
gónadas. (Freud lo admitió, pero puntualizó que los orígenes químicos de
la libido eran irrelevantes para su psicología).
Debido
al apoyo biológico que había ofrecido a las teorías de Freud, los
trabajos de Marañón sobre la sexualidad fueron muy populares en Italia,
donde el movimiento católico de oposición a la psicología freudiana era
muy grande. Aceptó el concepto freudiano de sexualidad infantil y creyó
que ambos sexos pasaban por etapas de intersexualidad, los hombres en la
adolescencia y las mujeres en la menopausia. A nivel filosófico, pensó
que el psicoanálisis y la endocrinología eran tareas complementarias, ya
que las dos perseguían establecer la idiosincrasia del individuo, y que
la mayor contribución de Freud a la medicina había sido restaurar una
perspectiva humanística.
El interés clínico de Marañón no se limitaba al
campo de la sexualidad. Llevó a cabo investigaciones sobre la
pituitaria, las suprarrenales (enfermedad de Addison), las paratiroides
y, fundamentalmente, sobre el tiroides, glándula a la cual dedicó más de
cuarenta trabajos. Fue el primero en demostrar la frecuente aparición
de hipertrofia muscular en las piernas de los niños con mixedema e
inyectó, experimentalmente, adrenalina para conseguir un estado
hipermetabólico en casos de disfunción tiroidea.
En 1931, Marañón fundó el Instituto de Patología Médica y
resultó elegido diputado para las Cortes Constituyentes republicanas.
Un año después fue nombrado sin oposición catedrático de Endocrinología.
En los últimos días de 1936, a causa de la guerra civil, hubo de
abandonar España, instalándose en París hasta el año 1943, fecha en la
que regresó a Madrid. A su vuelta, su reaparición pública tuvo lugar en
el Paraninfo de la Universidad, donde pronunció una conferencia.
En
1945 se resolvió la cuestión de su reincorporación para ejercer la
docencia de la Endocrinología. En 1946 fue nombrado vocal del Pleno del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, organismo creado por
las autoridades del nuevo régimen instaurado tras finalizar la guerra,
en representación del Patronato "Santiago Ramón y Cajal". En 1948 el
Consejo creó, a petición suya, el Instituto de Endocrinología
Experimental que, posteriormente, se integró en el Centro de
Investigaciones Biológicas.
Se interesó a lo largo de su carrera por la historia y
la estructura de la ciencia. En su discurso académico de 1922, señaló
que todas las disciplinas científicas pasan por una serie de fases
obligadas: precientífica, latencia, crecimiento explosivo, aceptación
hiperbólica, movimiento de reacción y período "clásico" de madurez. En
el mismo trabajo señaló otro importante factor que afectaba a la ciencia
española: la falta de tradición científica y del número suficiente de
investigadores para suministrar un mínimo de crítica, rigurosa y
personal, al desarrollo de la teoría científica. Como historiador, su
mejor estudio fue el dedicado a las ideas biológicas de Benito Feijóo
(1934), en el cual, si bien sobrevaloró el papel de Feijóo y sus
contemporáneos como renovadores científicos, consiguió, por contra,
llamar la atención sobre la indudable vitalidad de la ciencia española
de la Ilustración.
Como escritor destacó en el campo del ensayo, la
biografía y la historiografía. Laín Entralgo, su más señalado biógrafo,
ha destacado de su figura tres facetas: la de médico, la de historiador y
la de moralista. A la suma de varias de ellas se deben obras como Las ideas biológicas del padre Feijoo (1934), Vocación y ética (1935) o El médico y su ejercicio profesional en nuestro tiempo
(1952), aunque lo principal de su obra literaria son las biografías en
las que caracteriza a diversos personajes históricos, convirtiéndolos en
emblemas de una época y en prototipos de un carácter, lo que no
significa, como por desgracia se ha entendido a veces, que esos
personajes "fueran" así, sino que Marañón deduce de su actuación
determinadas características que convierte, como ya se ha señalado, en
prototípicas del personaje o de la época.
Son obras como Enrique IV de Castilla y su tiempo (1930, reeditado en 1941 como Estudio biológico sobre Enrique IV de Castilla); Amiel. Un estudio sobre la timidez (1932); El Conde-duque de Olivares (la pasión de mandar) (1936); Tiberio. Historia de un resentimiento (1939); Luis Vives (Un español fuera de España) (1942); Antonio Pérez (El hombre, el drama, la época) (1947); Cajal: su tiempo y el nuestro (1950) y El Greco y Toledo (1956), a los que se sumó póstumamente Juan Maragall y su tiempo (1963).
A estos ensayos se suele unir, a pesar de no tratarse de un personaje histórico sino mítico, Don Juan. Ensayos sobre el origen de su leyenda
(1940), de gran interés por confluir en su valoración del mito con
visiones como las de Pérez de Ayala o Unamuno. Marañón examinó a los
personajes como si se tratase de casos clínicos, interpretó su vida
desde un punto de vista médico y destacó su condición de individuos
situados fuera de la normalidad. El ejemplo más polémico y difundido de
su singular punto de vista son sus juicios sobre el mito de don Juan, al
que consideró un personaje escasamente viril en contra de la idea
popular, que lo hizo emblema de la masculinidad.
Su estilo, base indudable de su éxito, se caracteriza
por su capacidad expositiva, que se sitúa a medio camino entre la prosa
científica y la expresión literaria. Por ello está considerado no sólo
como uno de los principales ensayistas de nuestro tiempo, sino también
como el eslabón entre el ensayo literario y el específicamente
científico.