Biografía de Garcilaso de la Vega

Garcilaso de la Vega 

Garcilaso de la Vega (Toledo, entre 1498, quizá algunos años antes a partir de 1494 + Niza, Ducado de Saboya, 14 de octubre de 1536) nació en Toledo en 1501 y fue de familia noble.  Tomó parte en varias expediciones militares en la Isla de Rodas , en Grecia, contra los turcos otomanos; y en Francia (contra Francisco I de Valois  en 1522.  Estuvo en Italia, en Bolonia.  Fue herido por los turcos en Túnez (en África) en 1534 y en Provenza (Italia), se lanzó sin casco ni coraza al frente de sus soldados, fue herido en la cabeza por una piedra del enemigo, y murió pocos días después en Niza, en octubre de 1536, a los 35 años de edad. 
Garcilaso casó en 1525 con doña Elena de Zúñiga, matrimonio que no le trajo la felicidad.  Un año después conoció a doña Isabel Freyre, dama portuguesa de la emperatriz (María de Portugal [Casa de Aviz]) de quien se enamoró perdidamente y que había de tener gran influencia en su obra poética.  Es la «Elisa» de sus versos. Garcilaso de la Vega es, en lo humano, la más perfecta encarnación del ideal del cortesano renacentista, tal como lo había definido Castiglione.  Era hombre de gran atractivo personal, tanto por su aspecto físico como por su carácter, su inteligencia, y sus condiciones de hombre de mundo.  Fue la cabal fusión del hombre de armas y de letras.  Como escritor, realizó la obra poética que mayor trascendencia ha tenido en la lírica castellana.  Sabía a la perfección el griego, el latín, el italiano, y el francés.  Hombre universal, vivió en su corta vida toda una carrera de amores, de heroísmos, de creación intensa, de acción real y de platónicos idealismos. 

Sus obras  

Las obras poéticas de Garcilaso fueron publicadas por primera vez siete años después de su muerte, formando un IV libro en la edición barcelonesa del poeta Boscán de 1543.  Sólo en 1569, después de 19 ediciones de la obra conjunta de los dos introductores del italianismo (Boscán y Garcilaso), se publicó en Salamanca la primera edición aparte de la obra poética de Garcilaso.  En 1574, el famoso catedrático de Retórica de Salamanca, Francisco Sánchez («el Brocense»), publicó su primera edición anotada de las obras del toledano, convertido en un clásico indiscutible.  En 1580 publica Fernando de Herrera (otro poeta renacentista) una nueva edición comentada.  En 1622, el erudito toledano Tomás Tamayo de Vargas hace imprimir otra nueva edición comentada de Garcilaso. Finalmente, en 1765, el diplomático aragonés José Nicolás de Azara publica su edición comentada de las obras del poeta de Toledo (Garcilaso).  Tomás Navarro Tomás editó en 1911 las obras de Garcilaso basándose en la edición de Herrera de 1580.  El hispanista estadounidense Hayward Keniston publicó en 1925 la primera edicion crítica de las obras de Garcilaso.  Elias L. Rivers publicó una nueva edición crítica en 1964, en Madrid y Columbus, Ohío (en la Ohio State University).  

A pesar de su enorme importancia, la obra poética de Garcilaso es de reducida extensión.  Consta de tres églogas , dos elegías , una epístola  poética , cinco canciones (canciones italianas [canzone]), treinta y ocho sonetos , y unas pocas composiciones breves a la manera tradicional (en octosílabos). 

Escribió también tres odas en latín. 

Las tres églogas representan lo más perfecto de la poesía de Garcilaso.  Las tres fueron compuestas durante una estancia del poeta en Nápoles .  La égloga Primera, sin embargo, fue escrita en segundo lugar.  Aquí intervienen dos pastores: Salicio, quien lamenta los desdenes de Galatea; y Nemoroso, quien llora la muerte de Elisa.  El poeta se desdobla en dos personajes: en el primero, encarna el despecho del enamorado que asedia a su amada infructuosamente; en el segundo, se resume la honda ternura producida por su pérdida ya definitiva.  Mediante un proceso de idealización, el poeta ha transformado la realidad, tal como tuvo lugar, en una creación de arte que eterniza los sucesos y los salva de su destrucción.  (El crítico inglés Entwiste, en BHS 2, 1925, mantiene que Garcilaso tiene dos etapas: la primera cuando Garcilaso se alejó de Toledo, dejando allí a Isabel Freyre; la segunda, al producirse la muerte de la portuguesa).  El sentimiento se va purificando y espiritualizando progresivamente hasta culminar en la melancólica esperanza con que sueña Nemoroso el amor entre los bienaventurados.  O sea, el poeta afirma su fe en una última realidad ideal, en un cielo poético por donde ella camina y en el que él espera acompañarla en un día sin fin, a su lado, salvada para siempre de todo lo caduco.  La égloga primera, según Rafael Lapesa (La trayectoria poética de Garcilaso), marca la más alta cima de la poesía garcilasiana.  Ninguna ha llegado a tan estrecha unión del sentimiento y la forma.  Los versos fluyen sueltos, límpidos.  Al terminar la égloga, creemos volver, como los pastores, de un sueño en que la belleza y el dolor se hubieran eternizado. 

La égloga II consta de dos partes: en la primera, el pastor Albanio refiere sus amores por Camila, y en la segunda, Nemoroso hace una apología, bajo forma alegórica, de la Casa de [los Duques de] Alba.  Según los críticos Menéndez y Pelayo, Keniston, y Navarro-Tomás, Albanio representaría al Duque de Alba y la égloga referiría sus amores con su esposa, doa María Enríquez.  Lapesa rechaza esta hipótesis tradicional y duda a la vez que Albanio pueda identificarse con el poeta (desdoblado).  Aquí, según él, Albanio encarnaría la pasión desesperada, y Nemoroso la libertad conseguida tras dura lucha.  Queda la posibilidad de que Albanio sea el hermano menor del duque, don Bernardino de Toledo, muerto prematuramente, y que la obra, fundiendo lo pastoral y lo heroico, esté protagonizada por los dos varones de la Casa de Alba: el Duque, cantado como guerrero victorioso, y el joven, compadecido en sus desventuras de amor. 

La égloga III fue posiblemente la última composición escrita del poeta.  Describe un paisaje del Tajo, bellamente idealizado, al que acuden diversas ninfas que tejen en ricas telas algunas escenas mitológicas.  La égloga termina con un diálogo de los pastores Tirreno y Alcino, que cantan la belleza de Flérida y de Filis, a las que aman respectivamente.  El crítico Rafael Lapesa ha dicho que Garcilaso ha aprendido a refugiarse en el arte y que la égloga III es un camino para escapar de la realidad.  El sentimiento personal no posee ya la intensidad de la égloga I.  La emoción se expresa en forma más convencional y en los versos de los pastores no hay recuerdos doloridos sino exclusivo deleite artístico.  

Los sonetos se desenvuelven por lo común en torno al tema del amor.  Merecen destacarse los que empiezan: (X) «O dulces prendas, por mi mal halladas», «Si quejas y lamentos pudieron tanto», (XXIII) «En tanto que de rosa y azucena», (XXXII) «Estoy contino en lágrimas bañado», «Pensando quel camino iba derecho», «De aquella vista pura y excelente», «A Dafne ya los brazos le crecían».  El soneto XXV aspira a la visión perdurable de la belleza femenil glorificada. 

Entre sus 5 canciones sobresale la dirigida a «La Flor de Gnido», dama hermosísima del Barrio de Gnido, en Nápoles, de quien se había enamorado su amigo Mario Galeota; como la dama se mostrase esquiva, Garcilaso trató de interesarla en favor de su amigo.  La palabra con que termina el primer verso, «si de mi baja lira», ha dado nombre a este tipo de estrofa (la lira), utilizada entonces por primera vez en castellano. 

Temática:

La obra de Garcilaso gira preferentemente en torno al amor.  La pasión inspirada por doña Isabel Freyre motivó los más bellos y sentidos versos del poeta, referidos a dos circunstancias principales: el casamiento y la muerte de Isabel.  Sentimiento también muy característico de Garcilaso, afin al amoroso, es el de la amistad.  Influencia de Petrarca: la pasión es profunda melancolía, delicada ternura, sutil análisis de los estados afectivos.  Motivos: el amor no correspondido, la muerte de la mujer amada.  Llega a la exaltación.  Su pasión fue auténtica.  Nunca antes de Garcilaso se había cantado el amor en español con tanta sinceridad, con elementos poéticos tan puros, tan equilibrados, tan perfectos y tan conmovedores.  Por detrás de sus palabras hay un desgarro de emoción, un borboteo represado que algunos piensan supera a Petrarca.  Hay una infinita nostalgia y una dulce esperanza que late en el corazón del poeta.  Garcilaso infundió en su verso un hálito de emoción, un alma.  Inaugura la nueva sensibilidad en la poesía española y europea.  Hay una melancolía que nace del conflicto entre el ideal soñado y las impurezas y sinrazones de la realidad.  En la desventura de su amor, el poeta desea libertarse de una vergonzosa esclavitud y se debate entre la rebeldía y la aceptación.  Lo que predomina en sus versos es la actitud de estoica superioridad, esa firmeza que acepta el dolor con todas sus consecuencias como fatalidad ineludible.  Es un dolor pudoroso que quiere recatarse y que en muchas ocasiones se escuda bajo la máscara pastoril.  El poeta huye de la exageración.  Quiere objetividad, medida, equilibrio, estoica serenidad frente al dolor, estoica sumisión ante lo inevitable, sentimiento contenido y profundo, expresión sobria e inmóvil.  Al lado del amor, el sentimiento de la naturaleza llena los versos de Garcilaso, sobre todo en las églogas.  Es una naturaleza «a la Sannazaro», convencional, artificiosa, poéticamente estilizada.  La naturaleza es el modelo de toda perfección.  El paisaje de España, y más concretamente el de su Toledo natal, constituye el fondo de todas sus descripciones bucólicas, y en las orillas del Tajo.  El paisaje en sí mismo es ya materia de belleza, tema esencial, protagonista en la poesía de Garcilaso. 

Estilo: 

La poesía de Garcilaso se caracteriza por su musicalidad, su elegancia, la suave cadencia de sus versos, la claridad, la selección de vocablos, la mesura y la sobriedad, lejos de toda afectación y toda retórica.  Imitación: el número de versos derivados de todas sus fuentes constituye la cuarta parte del poema.  Pero Garcilaso no copia sino que reelabora, vivifica, recrea.  Según Menéndez Pidal («El lenguaje del siglo XVI») la norma lingüística de Garcilaso consiste en emplear términos no nuevos ni desusados de la gente, pero a la vez muy cortesanos y muy admitidos de los buenos
oídos.  Es decir, naturalidad y selección: criterio bien diferente del de cultismo y afectación de Ronsard y los franceses.  Este es el estilo de «buen gusto».     

Dos rasgos que suelen destacarse en la personalidad de Garcilaso son: la ausencia de resonancias bélicas en su obra, a pesar de su carácter militar y de su intensa dedicación a la tarea de las armas; el segundo, su carácter esencialmente laico.  Según el novelista moderno «Azorín» (Los dos Luises y otros ensayos): «De todos los poetas españoles de los siglos XVI y XVII, Garcilaso es el único que no haya escrito ni un solo verso de asunto religioso.  No estaba la poesía religiosa dentro de su temperamento».     

En su tiempo, se  consideró a Garcilaso como clásico (o sea, como se consideraría a un escritor griego o latino antiguo) y tuvo sus comentaristas en «el Brocense» y Herrera.  Aun en su siglo, su poesía fue vuelta «a lo divino» por Sebastián de Córdoba en 1575, para convertir sus versos en materia cristiana y religiosa.  Se estudiaba como se estudiaban a Homero y Virgilio.  La claridad de su  poesía fue contrapuesta a la oscuridad de los poetas cultos como Luis de Góngora (en el siglo XVII).  Fue propuesto como modelo de la poesía en el siglo XVIII por Azara.  En el siglo XIX, Garcilaso influye en el poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer, y en el XX a los poetas Pedro Salinas, Rafael Alberti y José García Nieto, poetas neoclasicistas. 

A. Robert Lauer
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