¿Y qué es un clásico?

“Fuera de los clásicos no hay salvación”, decía don Tomás Carrasquilla. Y es cierto. No es necesario tener un olfato muy fino para descubrir detrás de un escritor su contacto y su experiencia con la literatura clásica. Una experiencia que es básica, ineludible. Pero que no debe ser una disciplina impuesta, académica, sino una necesidad interior, espontánea, natural. No se es escritor por el simple hecho de haber leído los clásicos, pero cuando alguien siente la vocación de escritor, esa ebullición interior que lo lanza a crear literariamente, tarde o temprano tiene que sumergirse en la lectura y estudio de los escritores clásicos. No para aprender, no para usufructuar, sino como vivencia espiritual, estética. Como fuente de inspiración.
Hay que volver a los clásicos. Y el quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, que se celebra el próximo 28 de marzo, nos proporciona la ocasión para leer o releer sus obras. Hay un inmenso placer en la relectura. Es una pausa enriquecedora en la que logra uno liberarse del dominio esclavizante de los libros nuevos, que no dan tiempo ni espacio para leer los viejos. Es una lectura sin presiones publicitarias ni de otra índole, un simple y espontáneo movimiento del alma. El regreso a un paisaje interior. Con ese dejo de inmortalidad que tiene la melancolía.
Pero, ¿qué es un clásico? Ortega y Gasset decía que “clásico es cualquier pretérito tan bravo que, como el Cid, después de muerto, nos presente batallas, nos plantee problemas, discuta y se defienda de nosotros”. Definición que, sea dicho de paso, se acopla perfectamente a la santa carmelita española.
Lo clásico no es una simple categoría temporal. Es una permanencia pugnaz, inquietante. Eso es lo que le da su redondez, su perfección. Lo que parece desmañado, adquiere fuerza por la intensidad creadora que lo originó. Clásica, insistimos, es Teresa de Jesús, pero su estilo es desbordado, desaliñado, coloquial, espontáneo, incorrecto en algún momento. Escritor clásico no es el que se somete a la gramática, a la retórica, sino el que la crea, la hace, la impone por su fuerza interior. Volver a los clásico, entonces, no es de ninguna manera imitar a los clásicos.
A este respecto comenta Azorín: “Imitad a los clásicos -Se dice a los jóvenes-. No intentéis innovar. Y esto es contradictorio. La buena imitación de los clásicos consiste en apartar los ojos de sus obras y ponerlos en el porvenir, ellos lo hicieron así. No imitaban a sus antecesores, innovaban. De los que fueron fieles a la tradición, ¿quién se acuerda? Su obra es vulgar y anodina; es una repetición del arquetipo ya creado”.
Los quinientos años del nacimiento de santa Teresa, escritora clásica española por antonomasia, nos da pie para esta invitación de volver a los clásicos. Y no hay sino un camino: leer (o releer) sus obras.

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