Notre-Dame de la Garde en Marsella
Hay lugares que se deben conocer una vez en la vida, como la basílica de Notre-Dame de la Garde en Marsella, según el autor, quien al dejar la ciudad portuaria prometió volver algún día
Mi viaje por el sur de Francia estuvo hecho de amistad y buena compañía. Retorné a Suecia con una montaña de impresiones y sensaciones fabulosas, como quien come y bebe demasiado, y demasiado tiempo necesita para digerir todo lo visto, oído y hablado.
Quizás por eso, recién ahora, con la serenidad que devuelve el tiempo y la objetividad que requiere el caso, me propuse rememorar algunos de los instantes que mejor se grabaron en el crisol de mi memoria.
Memorias de los Andes
El viaje en auto desde el aeropuerto de Marsella hasta los Altos Alpes de Gap, fundada por los galos y establecida el año 14 a. C. por el emperador romano Augusto, fue una forma de retornar al altiplano boliviano. Su caprichosa topografía, con sus ríos, quebradas y montañas, me recordaron a Llallagua, esa población minera enclavada en la cordillera de los Andes.
Mayor fue mi sorpresa al saber que la Association Kausasun, compuesta por un grupo de franceses querendones de la música y cultura bolivianas, me cursó la invitación para hablar sobre mi literatura en el marco de las actividades culturales que venía promoviendo desde hace varios años bajo el lema "Bolivie indomptable” (Bolivia indomable), que, aparte de diversas charlas, incluía una exposición de fotografías que podía apreciarse en el pabellón de un hospital, donde se dieron cita los interesados en el pasado, presente y futuro de los pueblos originarios.
Desde el hotel pude movilizarme de un lado a otro, en mi afán de conocer la ciudad, que presentaba un aspecto limpio y sereno, y se respiraba un aire fresco de primavera. Desde sus calles pude divisar los cerros cuyas cumbres estaban todavía cubiertas por un manto de nieve. Era cuestión de suspirar y repetir: "¡Qué lindo lugar! ¡Aquí cualquiera quisiera vivir!”.
No era para menos, en una de las callecitas del casco antiguo de la ciudad se estableció Manuel, el hijo andariego del escritor Francisco Coloane, quien, con amabilidad y ganas de conversar, nos invitó a pasar a su casa, cuya planta baja fue otrora una librería de antigüedades.
Ahora está retirado a una vida sosegada después de sus periplos por África, Europa y Asia. Ahí nomás, cuando le comenté que en alguna ocasión escribí un artículo sobre su padre, comentando su novela El último grumete de la Baquedano, me miró con ojos inquietos y reveló: "Mi padre se inspiró en mí, cuando yo era niño, para caracterizar al personaje principal de esa novela”.
Los amigos de la Association Kausasun se portaron de maravilla. Tenían interés por conocer todo lo concerniente a la cultura boliviana y a los cambios que se están sucitando tras la llegada al poder de un gobierno que, después de más de 500 años de expoliación y coloniaje, representa a una nación pluricultural y mutilingüe.
La segunda y tercera noche de mi permanencia en Gap asistí a dos conferencias que tuvieron lugar en el salón mayor de uno de los hoteles de la ciudad, donde primero hablé sobre los alcances de mi obra en el contexto de la literatura boliviana contemporánea y luego leí algunos de los cuentos de mi libro Anthologie Minime (Antología Mínima), que acababa de ser publicado en versión bilingüe en Francia por Arcoiris Ediciones. Este libro reúne los cuentos breves de tres de mis libros: Cuentos violentos (1991), Cuentos de la mina (2000) y Cuentos en el exilio (2008).
Al día siguiente, sin dejar de contemplar los picos nevados de las montañas, tomamos el camino de Montpellier por una carretera llena de ríos y pueblitos pintorescos, dejando atrás, pero muy atrás, una ciudad capaz de atrapar, con sus secretos y encantos, al visitante fugaz.
La actividad literaria programada en Montpellier estuvo a cargo de un grupo de escritores que desde hace años tiene el impulso entusiasta de la poeta panameña Olga Pinilla, quien se dedica a promover el patrimonio de un continente en el que todas las manifestaciones del arte se amalgaman en un mosaico rico en matices culturales.
En Montpellier, bombardeada varias veces durante la Segunda Guerra Mundial, es más fácil notar la presencia de los inmigrantes magrebís que el terreno ondulado sobre el cual está cimentada la ciudad.
Una caminata por las avenidas y los parques principales, nada menos que bajo un sol radiante, se parece a un regalo de los dioses, porque se disfruta de los jardines en plenitud, la muchedumbre que va y viene, el ruido de los tranvías y hasta el gusto de los helados que saben a pasión y néctar.
Caminar por el centro de la ciudad es llegar, tarde o temprano, a la Plaza de la Comedie, donde está la Fuente de las Trois Grâces y el edificio de la Ópera, un sitio que no debe perderse el visitante, por mucho que la premura se resienta y la cámara fotogrráfica se resista a captar la imagen deseada
No está demás decir que en esta ciudad, cuna de celebridades como el sociólogo Auguste Comte, el poeta Francis Ponge y el filósofo Charles Bernard Renouvier, se respira la fragancia de las flores y un aire de poesía por doquier. No en vano, aprovechando el segundo festival, que corresponde al mes del llamado "Printemps de Poètes” (La Primavera de los Poetas), participé en una tertulia literaria junto a la escritora y editora Diomenia Carvajal, quien presentó la Revue de Création Littéraire Bilingue, N° 27, cuya edición especial, dedicada a las lenguas nativas de América Latina, compendia los trabajos de 51 poetas y narradores franceses e hispanoamericanos.
En esta edición antológica, de 327 páginas, se publicaron mis cuentos breves en francés, quechua y aymara. De modo que en plena tertulia, en la cual se leyeron también poesías en mapudungun y guaraní, no me quedó más remedio que leer en quechua las poesías de Juan Wallparrimachi y un par de poemas anónimos recopilados por Jesús Lara, que fueron simultáneamente traducidos al francés y español.
En esta misma tertulia, en la que cantó Recuerdos de Ipacaraí la joven soprano Alejandra, como si gorjeara una pajarita recién liberada de su jaula, conocí también al cantante y compositor argentino Yamari Cumpa, afincado en Francia desde tiempos de la dictadura militar.
Hicimos buenas migas desde un principio. Comimos tacos y bebimos tequila en un restaurante mexicano. Yo le pasé mis libros y el me pasó sus CD, los cuales escuché a mi retorno a Estocolmo, desde donde le escribí: "Apenas llegué a casa, abrí una buena botella trago y me puse a escuchar atentamente los CD, que suenan maravillosos en tu maravillosa voz. Hay canciones y letras que me gustaron un montón. Ya habrá tiempo para hacerlas escuchar a los amigos. No cabe duda de que te irán descubriendo poquito a poco. Lo demás, como bien sabes, lo dirá el tiempo, que es un genio para poner cada cosa en su lugar”.
Notre-Dame de la Garde
Aquí mismo, según cuenta la tradición, tuvo origen el himno nacional de Francia, pues durante la revolución, 500 voluntarios se sumaron a la causa libertaria emprendida en la capital en 1789. En su marcha de Marsella a París entonaron una canción marcial que, sumando voces a las voces, pasó a ser conocida como La Marsellesa, convertida tiempo después en el himno nacional de Francia.
El simple hecho de recorrer por sus calles es pasar y repasar por una infinidad de cafés, bares y hoteles; y subir por las gradas hasta la basílica de Notre-Dame de la Garde es una experiencia que se debe vivir al menos una vez en la vida, ya que desde su mirador puede contemplarse el panorama de la ciudad y, al fondo, en la bahía situada enfrente, unas pequeñas islas, entre las que se encuentra la isla de If, cuyo castillo del siglo XVI, describió brillantemente Alexandre Dumas en su novela El Conde de Montecristo.
Aunque me faltó tiempo para pasear ampliamente por esta bella ciudad del sur de Francia, me prometí a mí mismo retornar algún día, si no es para hablar sobre literatura boliviana, al menos para disfrutar de sus gentes, sus barrios, su diversidad cultural, sus castillos, catedrales y museos emblemáticos, cargados de un importante patrimonio histórico y un largo etcétera.