Es posible proponer que el desinterés por lo novedoso condena a las editoriales a no reclutar nuevos lectores.
Algunos indicadores relativos a las condiciones de la industria y el negocio editorial en México: ¿qué dicen los autores?, ¿qué tanto producimos?, ¿qué tanto leemos? De la combinación de datos es posible tejer un panorama definitivamente trágico, que haga pensar más en la supervivencia que en el progreso.
Comencemos por lo que se produce: no es fácil establecer una cifra acerca de cuántos títulos se publican al año en México, dado que las fuentes pueden ser discordantes. Si se busca un consenso, la cifra está entre 15 mil y 20 mil títulos anuales.
El dato puro sirve de poco, y tal vez ayude compararlo con el de países europeos, que curiosamente no son los que alcanzan las cifras más altas para este indicador. España, por ejemplo, publica más de 75 mil títulos, Francia más de 65 mil, Inglaterra por arriba de 180 mil, Alemania más de 90 mil, Italia más de 60 mil, Polonia casi 13 mil y Turquía más de 40 mil.
Los números son muy superiores a los nuestros, y si buscáramos una relación entre el número de títulos y el número de habitantes la diferencia resultaría mucho mayor. Considérese entonces el número de títulos por cada millón de habitantes: España mil 620, Francia mil 50, Alemania mil 160, Inglaterra dos mil 870, Italia mil 20, Turquía 570; México ¡apenas vergonzosos 200!
Buscando una perspectiva aproximada de lo que leemos como país, revisemos los datos de la prueba PISA, que cada tres años aplica el Programa Internacional para la Evaluación de la Educación, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Las cifras son de 2012; la prueba fue aplicada a 33 mil 806 estudiantes de diversos grados. Para la subprueba de lectura, Francia ocupó el lugar 21, España el 31, Polonia un honroso 10, Inglaterra el lugar 23, Alemania el 20 y Turquía el 41. ¿México? ¡El 53º entre 65 países!
Es posible pensar entonces que nuestras empresas editoriales no le están apostando a la diversidad de títulos, que eligen siempre publicar los que les hayan dado resultados en ventas y que no le arriesgan a propuestas nuevas. Con ello, sin duda, tampoco se modificará el número de lectores, con el que, podemos suponer, parecen encontrarse satisfechos. Es posible entonces proponer que el desinterés por lo novedoso condena a las editoriales a no reclutar nuevos lectores, para quedarse con los mismos una y otra vez, en un mercado rígido que sólo ofrece cabida a lo ultraarchiprobado, e impide la identificación y el desarrollo de nuevos autores, temas y estilos. La información de la prueba PISA permite sustentar negros augurios. ¿Qué dicen los escritores?, sin que para consignarlo medie más recurso que los comentarios de café o de cantina que repiten muchos escritores, en ciernes e incluso malogrados, a pesar de la calidad de su trabajo: la primera dificultad, generalmente insalvable para quien considera que ha escrito una obra que merece publicarse, es precisamente convencer a cualquier editor para que invierta en ello.
Para los escasos manuscritos que pudieran alcanzar la consideración de editores y empresas, el destino inmediato es el de un tiraje muy escaso, acompañado de un desinterés absoluto por la promoción. Las empresas, entonces, pueden considerar a algún autor novedoso y lanzar un libro como quien lanza una moneda al aire.
No será un secreto para nadie que sin la debida promoción nadie se enterará ni entenderá del libro, condenado desde que nace a ser devuelto a los almacenes tras una breve estancia en librerías, de la que nadie se ha enterado. Quienes escriben se quejan también de que las editoriales no consideran a su trabajo como una profesión, de manera que descuidan siempre la remuneración.
El pago de regalías por derechos de autor —el sueldo del escritor— sigue siendo un trámite irresoluble. La editorial no hace los cortes con la periodicidad que los contratos señalan, los datos de dichos cortes resultan imposibles de verificar, a menudo miserables en cuanto a resultados, a pesar del esfuerzo promocional del propio autor y los pagos se retrasan meses, a veces años. En un país que produce muy poco, en su mayoría refritos, con una industria que no ofrece oportunidades, escritores de mérito suelen conformarse con la publicación, para ganarse la vida de cualquier otro modo.
El último eslabón de la cadena trágica son los tirajes que se agotan para hacernos pensar que el libro merece una reimpresión. No, resulta que la editorial pretendía la venta de un número pequeño de libros, que pague la edición y deje un poquito, porque hace mucho que el negocio está en lo mismo que lleva años vendiéndose. Y como lo ilustran las cifras, seguimos rezagándonos, dicho sea todo esto, a propósito de la Feria del Palacio de Minería.
Twitter: @obenassinif