Pablo d'Ors: "El que trata al lector como un imbécil es un imbécil"


El sacerdote y escritor Pablo d’Ors (Madrid, 1963) es autor de éxito gracias a la Biografía del silencio (Siruela), una pequeña bomba sobre la necesidad del silencio que ha llegado a vender cerca de 300.000 ejemplares en las estériles librerías españolas. Ahora publica en Galaxia Gutenberg Contra la juventud, una novela sobre el desencanto de los ideales. Es un escritor a favor de la vida interior y en contra de la frivolidad, ya sea ensayo o ficción. Con Kafka muy presente en la Praga que visita el protagonista, cuela ideas envueltas en atmósfera, ideas en las imágenes.  

P. Escribir contra el ruido y contra la frivolidad. ¿Es una propuesta literaria de resistencia?

R. Puede ser. Pero no entiendo la novela como un acto de denuncia. A lo mejor puede serlo indirectamente. La novela es un acto de fidelidad a uno mismo. Si tú eres fiel a lo más radical de ti mismo irás en contra de lo políticamente correcto, lo establecido socialmente. La gente genuina y auténtica son pocos. Llegar a lo genuino y tener la valentía para afrontar el riesgo de la diferencia no es fácil.

P. Entonces, ¿qué es la novela política para Pablo d’Ors?

R. No entiendo la novela histórica, porque la historia se encarga de contar las peripecias de los protagonistas, de la gente que ha pasado a la historia porque ha tenido una relevancia especial. Sin embargo, la novela no cuenta la historia de los protagonistas, sino de la gente anónima. Esa es la misión de la novela: no contar lo que ya se sabe por la historia, sino lo que no se puede saber por ella.

P. ¿Todos los personajes novelescos tienen que ser personajes pequeños?

R. Sí, este es el verdadero desafío de la novela y por eso un escritor debe estar atento a lo pequeño. La novela debe ser una epopeya de la nimiedad. De lo grande ya se encargan otros. La poesía de lo prosaico, lo sublime de lo ridículo, esto es la tarea del escritor.

P. ¿Y la novela política?

R. Si la novela política se hace desde esta óptica yo la entiendo, pero si se hace desde una perspectiva ideológica no solamente no la entiendo, sino que la condeno. La novela que se convierta en propaganda ideológica se pervierte. Un escritor no puede escribir para defender una idea, porque entonces es un ideólogo no un artista.

P. ¿Por qué escribir novela?

R. Escribo novela porque es el género democrático por excelencia. El ensayo es necesariamente unívoco, es decir, el autor se identifica con lo que dice. Pero el novelista no se identifica con lo que dicen sus personajes y pone muchos personajes y cada uno tiene su punto de vista. Esa pluralidad es lo que hace que la novela sea el género de la modernidad porque da cobijo a todos. Eso es lo que hace de la novela el género por excelencia del humor, porque al haber tantas posiciones distintas ante la vida se muestra la ambigüedad moral de cada posición y esa distancia permite la ironía.

P. Desde la industria se ha entendido que para llegar a un número mayor de no lectores hay que frivolizar. La prueba es el calentón de ‘50 sombras de Grey’. Pero, ¿es necesario tratar al lector como un imbécil?

R. El que trata al lector como un imbécil es un imbécil. En definitiva, la relación que tenemos con los otros es puro espejo de la que tenemos con nosotros mismos. No puedes decir que amas a otra persona si no te amas a ti mismo. No puedes confiar en los demás, si no confías en ti mismo. Los escritores que frivolizan y que escriben para complacer están pervirtiendo el acto literario. Porque lo convierten en una estrategia. En la medida en que hay estrategia no hay comunicación profunda. Para que funcione el arte, como para que funcione el amor, la vida, tiene que haber gratuidad y libertad. Tú no escribes para algo, sino que escribes porque sí. Generará ese milagro del libro que une a dos espíritus, el lector y el autor.

P. ¿Qué tiene de malo la juventud para querer acabar con ella?

R. La novela trata de desmitificar la juventud porque siempre se exalta como la etapa por excelencia de la vida. Pero creo que la etapa por excelencia de la vida, al menos en mi experiencia, es la vida adulta, la madurez. No cometemos tantos errores como en la juventud. Cuando echamos la vista atrás, a los años juveniles, podemos tener tres actitudes: la nostalgia por lo que hemos vivido, el alivio porque ya lo hemos pasado y el agradecimiento por lo que se ha vivido.

P. ¿Cómo llega uno a madurar?

R. Uno llega a la madurez con el desencanto de tus ideales. Es una sociedad adolescente porque no sabemos decir “tú”. Sólo sabemos decir “yo”. Ese es el problema de este personaje, que descubre que su drama –no poder escribir- es insignificante, que ha vivido encerrado en un micromundo y esa asfixia le hace infeliz. La vida es mucho más grande que tu propio problemita.

"Kafka es el escritor espiritual por excelencia. Vive la literatura como religión"


P. ¿Por eso enfrenta a su protagonista a una crisis de identidad?

R. La experiencia básica de la identidad es salir del círculo de confort para enfrentarte a la búsqueda de la identidad. El tema de la novela es la épica del individuo, la formación de la identidad. Esto se hace a través de la búsqueda de la unidad, porque el problema fundamental es la fractura: estamos separados de nosotros mismos y del otro. Toda novela es un canto a la fractura que existe en nosotros y a la nostalgia de unidad. Sobre esto va este libro.

P. ¿Qué tipo de fractura?

R. La fractura del escritor que quiere escribir y no escribe, la del trabajador que quiere trabajar y no puede trabajar. Cuando experimentamos la imposibilidad y la fractura es cuando somos más fecundos. Es en el conflicto cuando generamos búsquedas nuevas para salir de las sombras y buscar la luz.

P. ¿La luz?

R. Es un tema que me interesa mucho, porque quiero que mis libros sean luminosos. Para hablar de la luz hay que hablar de las sombras. Para llegar a la vía iluminativa hay que atravesar la purgativa. Este libro habla de las sombras, de las dificultades y problemas que hay que atravesar en la vida. Biografía del silencio (Siruela) es más luminoso. El 99% de los escritores son escritores de la sombra.


P. ¿Por qué no hay “escritores de la luz”?

R. Ser compasivo es mucho más difícil y meritorio que ser implacable, porque el implacable tiene actitud de ataque. Y el compasivo tiene actitud de redención y salvar la vida. Hemos identificado la literatura con entrar en el corazón de las tinieblas o pasar una temporada en el infierno. Escribir de la luz sin hablar de las sombras es una cosa cursi. Drama y vida hermosa al tiempo. Hay bofetada, pero también hay caricia. Sin embargo, los escritores se dedican a dar bofetadas. Yo soy un escritor compasivo. Ahí me distancio de mis maestros Kundera y Kafka, que son despiadados. Muy pocos escritores son luminosos, que realmente alimentan el alma, que dan una esperanza con fundamento.

P. ¿Esa es una de las funciones de la literatura, dar esperanza?



R. No, alimentar el alma. La literatura no es algo mental. Amor, espiritualidad (religión) y arte son actividades cuya función es alimentar el espíritu. La del creador no es una actividad mental en exclusiva, es profundamente espiritual. No se escribe sólo con la cabeza, sino que se escribe con el ser, con sus entrañas, con lo que uno es. Yo no tengo una idea y la escribo, sino que escribo y me encuentro con las ideas. Es decir, que la mano es más inteligente que la cabeza. Es una actividad profundamente manual y corporal, y por eso es espiritual.

P. Parece contradictorio.

R. Lo contradictorio es la división que hemos hecho entre cuerpo y mente, entre erotismo y misticismo, entre los instintos y los ideales. La novela tiene que vérselas con esa fractura. Ese el problema del ser humano. Cómo hablar de la carne sin negar el espíritu. Sólo se puede ser espiritual siendo carnal.

"Los escritores se dedican a dar bofetadas. Yo soy un escritor compasivo"


P. ¿Dónde encontramos esa espiritualidad en escritores como Bukowski?

R. Son escritores profundamente descarnados. Son una exaltación de la sombra. También podríamos hablar del mito de la madre, que es la exaltación de la unidad, y del mito del padre, la exaltación de la fractura. Son dos vetas para encasillar a los escritores. Hay otros escritores que tratan de huir de estas como Umberto Eco, el escritor al que ya no le interesa los temas de fondo. No le interesa la cuestión que nos aflige como seres humanos. Yo soy más clásico, para mí la novela trabaja con material biográfico y la imaginación.

P. ¿Por qué hay tanto complejo con la autoficción?

R. La escritora que habla permanente de sí misma es Teresa de Ávila, desde Las fundaciones hasta El libro de la vida, todo es ella misma. Y sin embargo no hay literatura más universal: cuanto más personal eres, más universal puedes ser. Este es el secreto del arte, llegar a ser auténticamente personal y sincero. Esto es lo que es difícil de escribir. Lo difícil no es escribir, lo difícil es tener una vida interior.


P. ¿Lo encuentra en sus contemporáneos?

R. Mucha de la llamada literatura contemporánea tiene calidad técnica, pero no es auténticamente personal porque no hay vida interior. Porque no hay experiencia de éxodo, de salir de uno mismo, de ir a otro lugar no necesariamente geográfico. Desde luego, no hay experiencia de silencio. Identifico la vida interior con el silencio. La palabra que comunica, que entra en el otro, es aquella que nace de un silencio y aboca a otro.

P. ¿La novela es un homenaje a Kafka?

R. Kafka me interesa porque es, en mi opinión, el escritor espiritual por excelencia. Vive la literatura como religión, porque como escritor te ofreces en sacrificio e identificas la vida interior con la escritura. La vida interior es la fuente de la escritura.

P. ¿Es un escritor de la fractura o de la unidad?


R. Kafka es un escritor de la fractura pero con nostalgia de la unidad. Él se mete en la fractura de una manera infinitamente más interesante que Bukowski porque es demasiado evidente y directo y aleccionador, en el fondo es un moralista. Kafka deja un territorio de inspiración y perplejidad. El arte no puede dar lecciones. No poder domesticar la realidad es lo que le pasa al ser humano y es lo que tenemos que contar los escritores. 

Peio H. Riaño
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