«No quedan luces... no leo» es el último verso de un poema en el que Miguel Hernández escribe que lee durante todo el día, hasta que la noche ya no le deja ver. La poesía, a veces olvidada, tiene un fuerte poder de conexión con los primeros lectores.
Algunos libreros dicen que el gusto por leer comienza en la cuna, cuando se escuchan las nanas. Puede tener sentido, porque al niño que es mecido en la cuna, ea ea ea, ea ea ea, lo que le duerme es la musicalidad del lenguaje, su cadencia, su entonación, la repetición. Tan sutil es nuestro primer contacto con las palabras y tan sutiles son los primeros placeres. También se dice que la poesía es un género «difícil» y que hay que inculcarlo desde muy pronto. Pero, en las mesas de novedades de literatura infantil y juvenil, se le arrincona con frecuencia.
La poesía es género a veces injustamente olvidado, porque cualquiera que haya tenido la experiencia de leerle a un niño una poesía habrá comprobado con sorpresa que conecta con los versos con una facilidad asombrosa. Se ríe incluso cuando no comprende del todo. En El cuento de nunca acabar, un libro que nada tiene que ver con la poesía infantil, pero que considero esencial, Carmen Martín Gaite escribe que los niños hay que leerles sin prisas, olvidando todos los quehaceres que vengan después, creando la ilusión de que el tiempo se ha detenido y que, ahora sí, podemos adentrarnos en el mundo que se abre con el libro. Es un buen consejo, también para leer poesía.
Hay muchos títulos de poesía escrita específicamente para niños, o seleccionada para ellos, pero querría rescatar para estas páginas unos pocos buenos ejemplos, ya que es tan difícil seleccionar entre la cantidad ingente y ruidosa de libros que llegan a las librerías. Por ejemplo, Abezoo (SM), que ya se parece a un clásico con el que varias generaciones han aprendido a leer. Carlos Reviejo escribe un poema sobre un animal con cada letra del abecedario (incluidas las viejas y entrañables ch y ll). La «j» es la jirafa, y a la jirafa le duelen las muelas en el poema:
«Tuvo la jirafa
un dolor de muelas
y vino a curarla, con una escalera,
el viejo dentista
que hay en la pradera.
Peldaño a peldaño,
fue hasta la cabeza.
– Abra usted la boca
todo lo que pueda.
Y con mucho arte
y un licor de hierbas,
curó a la jirafa
su dolor de muelas.»
«Quiero un bote de silencio»
Otro título es Violín o también Zapato (Kalandraka), de Antonio Rubio(que fue maestro durante cuarenta años) y Óscar Villán, que son unos libros muy pequeños de tapas duras y dibujos simplísimos, donde se repiten unas pocas palabras. Simplemente. Ni siquiera hay una historia, nada, pero se respeta aquella cadencia del lenguaje, y se conecta con el aprendizaje: indentificación de texto e imágenes, lectura visual: «Zapato / zapato / zapato marrón / zapato / zapato / zapato y tacón».
También para los más pequeños, hay un libro simple que puede pasar inadvertido, pero que desprende una placidez sencilla y tiene ternura en el texto y en las imágenes, un aspecto que no es tan frecuente en la literatura infantil actual. Se trata de Al corro de las palabras(Anaya), de Antonia Rodenas, que juega con imágenes cotidianas, y con las estaciones del año.
Además de estos libros de poesía concebidos para el público infantil, hay también buenas recopilaciones de poemas de autores conocidos.
Es hermosísimo El silbo del dale(Edelvives) de Miguel Hernández.
La poesía es silenciosa y pide silencio a su alrededor:
«No puedo olvidar
que no tengo alas,
que no tengo mar,
vereda ni nada
con que irte a besar
Que como el sol sea mi verso
más grande y dulce cuanto más viejo».
Las alas, el mar, la vereda, ya le han sacado al lector de su casa
Otra buena recopilación de poemas de este y el otro lado del atlántico, como 44 poemas para leer con niños (Litera Libros), con selección de
Mar Benegas (autora también de una poesía divertida en A lo bestia). García Lorca, Juan Bonilla, Gabriela Mistral Espronceda y sus cien cañones por banda... O Pedro Mañas:
«"¡Lo vendo todo, lo vendo!"
grita un hombre en el mercado.
“¡Vendo tuercas y tornillos,
cerraduras y candados,
bombón helado y barquillos,
alcohol, tiritas y yodo,
camisas y calzoncillos!
¡De todo, vendo de todo!”
Se le acerca una clienta:
“Quiero un bote de silencio,
medio litro de tormenta,
cuatro cajas de buen tiempo
y un kilo de isla desierta.
Quiero espuma de la playa,
dos botellas de laguna,
un racimo de palabras
y una rodaja de luna”.
El hombre del puesto se enfada:
“¡No vendo nada de eso!”.
Y ella se marcha diciendo:
“Entonces no vende nada…”.»
Para terminar, como un último apunte, un libro maravilloso, el Libro de Nanas (Mediavaca), ilustrado por Noemí Villamuza con una imaginación que se desborda y trazos de lapiz gris para ilustrar unos poemas que deben escucharse... desde la cuna.
PALOMA TORRES @ABC_CULTURAL