La recreación histórica


El próximo 2 de febrero, por la tarde a las 19 horas, en la Llotja del Cànem, sede en Castellón de la Universitat Jaume I, conversaré con mi buen amigo Vicente Benet, compañero y profesor de la UJI, experto en cine (y en unas cuantas cosas más) sobre Novela histórica, cine y televisión. Este encuentro me ha movido a reflexionar sobre la relación siempre estrecha, a veces amigable, y, en ocasiones, convulsa, entre literatura, cine y televisión.
La recreación de hechos pasados históricos, de forma más o menos fidedigna ha existido desde tiempos muy lejanos. La Ilíada es una recreación histórica de una guerra, la de Ilión (es decir, Troya, de ahí el nombre del texto) escrita bastante tiempo después para rememorar aquellos sucesos, mezclando realidad con mitología, historia con religión. Hay también mucha recreación histórica en la Biblia, pero es a principios del siglo XIX cuando surge la novela histórica en su concepto más moderno y actual. Y todo porque un niño padeció polio, quedó cojo y débil y sus padres quisieron que se curara y para ello lo enviaron al norte de Escocia primero y luego al sur de Inglaterra, a Bath. El niño no se curó de su cojera, pero, acompañado siempre por su tía Jenny, quedó prendado de las historias que ésta le contaba sobre la antigua Escocia medieval y de ahí nacerá la pasión de sir Walter Scott por recuperar aquel pasado y recrearlo en novelas tan famosas como Ivanhoe o Waverley. A Scott muchos le han recriminado que en sus novelas, muy ricas en detalles históricos, perdían ritmo narrativo precisamente por un exceso de descripción. ¿Se han parado a pensar los que le achacan ese supuesto error que el lector medio del siglo XIX cuando se le hablaba de una armadura medieval o de una justa de la época no tenía imágenes en su mente sobre el asunto en cuestión más allá de lo que le contara el escritor? Scott escribía en unos momentos donde no había ni cine ni televisión, por eso sus novelas históricas son diferentes.
La novela histórica se centra con frecuencia en épocas particularmente espectaculares y era inevitable que Hollywood, desde sus primeros tiempos, se interesara por unas historias de tremendo potencial visual. De hecho existe una adaptación de Ben-hur muda de 1925 con espectaculares carreras de cuadrigas incluidas. Luego, por supuesto, está la adaptación de 1959 de William Wyler con Charlton Heston de protagonista y la famosa escena en el Circo Máximo de Jerusalén (circo del que, por otro lado, no se han encontrado pruebas arqueológicas). Otras traslaciones épicas son, además de la de la novela de Wallace mencionada anteriormente, las de la novela de Howard Fast, Espartaco, dirigida por Kubrick y protagonizada magistralmente por Kirk Douglas; o la película basada en la novela del premio nobel de literatura Henry Sienciewicz titulada Quo Vadis, con un inconmensurable Peter Ustinov como el Nerón más iluminado y peligroso del mundo.
El género histórico en el cine tuvo su época de gloria, pero luego pasó por tiempos de abandono. Existe una cierta resurrección, en particular en películas sobre le mundo antiguo, tras la exitosa Gladiator, a la que seguirían películas sin tanto empaque pero relativamente populares como Troya de Wolfgang Petersen o Alejandro de Oliver Stone.
Y tras el cine llegó al televisión. Aquí el antes y el después lo marca la adaptación que la BBC realizó a finales de los setenta del siglo pasado y que se estrenaría en la España de fines de la transición en los primeros 80 y que marcó toda una época: me estoy refiriendo a la inolvidable Yo, Claudio, basada en dos novelas escritas por un muy culto Robert Graves en su casa de Deià en Mallorca (la casa es un museo y se puede visitar, incluida la habitación donde Graves escribió las novelas).
Más recientemente, series como Roma de la HBO han devuelto el género histórico a primera línea en la televisión internacional. A esta serie le siguieron, por ejemplo, la adaptación de Los pilares de la tierra de Ken Follet. En el ámbito nacional, series como Isabel o El tiempo entre costuras, una de guion original y otra adaptando la exitosa y magnífica novela de María Dueñas, han demostrado que en España también se pueden hacer este tipo de recreaciones históricas de calidad con gran éxito de público y crítica.
Claro que toda adaptación cinematográfica o televisiva puede correr el riesgo de los errores históricos de cierto bulto. En Hollywood hay algunos memorables: por ejemplo, cuando aparece el gran faro de Alejandría a espaldas de Anthony Hopkins, que hace las veces de Tolomeo I de Egipto, el general de Alejandro que cuenta su historia en la películo de Oliver Stone: la idea es que el público vea una muy buena recreación de dicho faro y que la gente se ubique con rapidez en Alejandría. Hasta ahí todo bien, lástima que el faro lo ordenó construir Tolomeo II años después y, en consecuencia, no estaba en la época que recrea la película. También es famoso el intento de Wolfgang Petersen de que Aquiles (Brad Pitt en la película Troya) falleciera en el primer tercio del film, de acuerdo con la Ilíada. Los productores le dejaron claro a Petersen que ese Aquiles moriría cuando fuera, pero que Brad Pitt no moría hasta el final de una película, dijera lo que dijera ese tal Homero.
Pero el círculo se cierra. Primero vino la novela histórica y luego sus adaptaciones al cine y la televisión, pero ahora, en pleno siglo XXI, es irreal intentar escribir novela histórica sin tener presente que la mayoría de los lectores, si no todos, han visto centenares cuando no miles de películas y series de corte histórico muchas de ellas. Esto implica que el lector de hoy día espera mucha más acción que que ciertas descripciones que ya no han de ser tan extensas como las que hacía sir Walter Scott pues todos saben, más o menos, como es una armadura medieval o un legionario romano. En la medida de lo posible, es bueno que el escritor o la escritora recurran al ángulo inesperado: buscar formas nuevas de narrar lo que ya se ha contado muy bien por escrito y en imágenes, para así sorprender. Así, cuando tuve que contar carreras de cuádrigas en mi novela Circo Máximo decidí hacer algo que fuera completamente diferente. Era difícil superar o tan siquiera estar a la altura de las recreaciones de la película de Wyler, pero pensé: “¿quién sabe más de carreras de cuadrigas?” Y concluí que los que más saben son los grandes olvidados: los caballos. De este modo, en mi última novela aparece toda gran carrera de cuádrigas contada desde el punto de vista de un caballo. El cine me forzó a cambiar el ángulo narrativo, pero fue una experiencia emocionante de escribir y, según me han dicho, muy emotiva también para los lectores. El cine, pues, termina afectando también a la literatura.
Hay, finalmente, otra forma de recreación histórica en imágenes que está creciendo y que conviene no olvidar, pues puede dar aún mucho que hablar: los videojuegos como Imperium o Assassins van en esta línea de espectaculares recreaciones de épocas pasadas con un público inmenso. También tienen algunos errores de bulto, muchas veces fáciles de solucionar si consultaran, pero ésta es otra historia. H
*Profesor titular de la Universitat Jaume I y escritor