Las humanidades, más disciplinas que ciencias, giran entorno al hombre y su destino; por ello, en menor o mayor grado, en todas reside un sustrato ético con sus dos ramas: lo moral y lo didáctico. Refiriéndose al hombre como fin en sí mismo, se estudia lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. En todo caso, un dirigismo sectario o no sectario de lo que se espera de él en el sentido teleológico, que lo ataja y constriñe a una responsabilidad frente a su mundo. Es rara la disciplina humanística que no busque su “imperativo categórico”, a la manera kantiana. Parte así, de una postura eminentemente filosófica: el hombre reflexiona sobre sí mismo y sobre los demás, sobre la existencia, la vida, la muerte, Dios, la nada, el destino, el tiempo, el espacio.
En sus inicios la filosofía es un mero pensar por pensar, indagar sobre el misterio que circunda la vida; termina siendo (a pesar del convencimiento de su primera instancia), una respuesta, radical o flexible, a lo que el humano es o no es, debe ser o no ser, hacer o no hacer. Todo deber implica una ética, un valor de conciencia, no de ciencia.
Dentro de las humanidades cabe destacar o rescatar la literatura. Presenta doble filo: es disciplina dentro de lo humanístico (más que ciencia, como la quieren enfocar críticos severos). Pero, es arte, tekné, palabra que encierra arte y técnica en un solo rigor. Lo abarcará todo, lo humano y lo divino, lo científico y lo no científico, lo filosófico, lo psicológico, lo lingüístico, que le da su esencia por la palabra que la habita. Es la más atrevida de las disciplinas humanísticas por ser la más libre en cuanto descansa en el arte, que con todo y reunir en sí lo estético y lo ético, redunda en la belleza.
Podríamos aseverar que el criterio que priva en las disciplinas humanísticas radica en su preocupación por el hombre en sí mismo, sobre una base ética. ¿Será otro criterio que priva dentro de las ciencias puras: Matemáticas, Astronomía, Geología y Biología, por nombrar algunas de las muchas que hoy existen? Al no ser disciplinas de índole espiritual sino ciencias, ¿relegarán a las humanidades la preocupación por el hombre y su destino?
¿No les corresponderá una postura ética más allá de su quehacer científico en donde, aparentemente, no existen valores de conciencia sino solo de ciencia?
¿Existe la ciencia por la ciencia? Y si es así, ¿hasta qué punto? Ciertos aconteceres del pasado nos inducen a una posible relación entre la ciencia pura y el contenido de conciencia dominante que, de un modo u otro, rige a la civilización: lo ético.
Vayamos a un campo científico, aparentemente intacto de valores de conciencia, como la Matemática o la Físico-matemática. Parece imposible que estas ciencias tan puras puedan estar ligadas, en alguna forma, a lo ético. Pero ahí está el caso de Einstein, quien con su “teoría de la relatividad” ha contribuido, sin quererlo, a la fabricación de la bomba atómica. Su malestar es tal que le dirige cartas a Freud para desentrañar los enigmas de la conciencia humana.
Otra ciencia pura es la Astronomía, sin embargo, ¡qué ciencia para sacudir al hombre de su narcisismo! Copérnico demuestra que no es la Tierra habitada por el humano, el centro principal alrededor del cual gira el Sol, sino viceversa. Esta revelación científica provoca, en el cristianismo dominante, un desastre psíquico, entre cuyas víctimas se encuentra Galileo; de manera más trágica, Giordano Bruno. Se ha penetrado en los misterios del Universo en un ámbito religioso que soslaya, por miedo, una verdad poco soportable, pues socava los cimientos, ciertamente narcisistas, en los que descansa parte de su fe.
La Geología es la ciencia que trata el origen y la constitución de la tierra. Uno de los componentes de esta es el petróleo, base de la economía mundial. Hay verdugos y víctimas. Riqueza y miseria; todo lo cual redunda en el campo ético La Biología es la ciencia de los seres vivos, de su desarrollo y condiciones de vida. Darwin con su “teoría de la evolución de las especies”. La religión con su precaria moral, trata de obstaculizar el progreso de la ciencia. Nuevamente se enfrenta una ética profunda, frente a una moral limitada y temerosa.
La Psicología profunda descubre el pavoroso y rutilante mundo instintivo del humano.
Margarita Carrera