En Las redes invisibles y a través de diez cuentos en el estilo clásico de las short stories de ciencia ficción, Sebastián Robles hace resonar las voces tragicómicas que irrumpen en las pantallas.
Escribir en Internet y escribir sobre Internet son cuestiones distintas acerca de las cuales se destacan dos modelos. El primero se define en una escritura de baja intensidad estética y estilo on demand, y apunta a una audiencia definida y más bien festiva, cuyo goce pasa menos por la lectura que por el resguardo de la integración comunitaria de Facebook. El segundo modelo se define en la actualización tecnológica del inventario de objetos cotidianos que dan forma al realismo o al naturalismo (una Madame Bovary que buscara sus novelas en Amazon para leerlas después en su Kindle). El trabajo de Sebastián Robles (Buenos Aires, 1979) en Las redes invisibles (Momofuku, 2014), en cambio, es el de quien ve más que un asunto de interés generacional y más que una nueva escenografía.
Los diez cuentos en el estilo clásico de las short stories de ciencia ficción pueden sintetizarse en una pregunta: ¿cómo imaginar el mundo y el lenguaje –cómo imaginar la literatura– después de internet? Las redes invisibles se inclina hacia por qué las personas habitan hoy las redes sociales tan confortable o desesperadamente –¿quién no se pregunta, por ejemplo, por ese extraño placer de quienes escriben sus miserias privadas en Facebook a la espera de un "Me gusta"?– antes que por cómo lo hacen.
Con "Animalia", la peligrosa evolución de una red para mascotas, y "Tod", diseñada para personas a punto de morir, Robles –cuyo oído para el habla analógica puede explorarse en la novela Los años felices (2011)– traza también una etnografía tragicómica de voces reconocibles en cualquier pantalla. "Algunas frases de Derrick se volvieron célebre: 'Hay cosas tan terribles que ni la mente las puede imaginar' era una de ellas. Otra que se replicaba con admiración o escarnio en foros de todo tipo era: 'Lo importante no son las personas, sino las convicciones. Las mías son firmes, digan lo que quieran'".
Con homenajes a H. P. Lovecraft y Jorge Luis Borges, Las redes invisibles también ironiza el ethos dominante de la victimización como forma de supremacía moral en Internet –con perros que usan el hashtag #NuncaMás para denunciar el dominio humano– e incluso el perfume totalitario debajo de esa delicada piel de narcisismo que aglutina a quienes, como en "Mamushka", necesitan recluirse en un mundo sin voces que incomoden sus convicciones. "'A todos los usuarios de Mamushka', es la respuesta de DarthVader, 'existen seres cínicos, irónicos, despiadados, que se hunden en su locura y generan un mundo propio. Necesitan destruir porque no toleran que otros vivamos en armonía. No les demos cabida. Aquí, en Mamushka, no existe lugar para ellos'".
Por: Nicolás Mavrakis