Otto Weininger: Al margen de los días


Otto Weininger fue tal vez el último misógino de Occidente. De su libro Sexo y carácter (1902) copio y pego lo que sigue.

Algunos se preguntarán que a cuento de qué. Pues todo empezó con la cuestión de poetas/poetisas. Esto me llevó a preguntarme por lo masculino y lo femenino. Consulté la biblioteca de la universidad y había una lista larguísima de bibliografía al respecto. He empezado con el libro más antiguo y probablemente más escandoloso. Lo que no sé es hasta dónde podré llegar en la maraña bibliográfica.

Advierto que el texto puede herir la sensibilidad de los lectores. Sin distinción de sexo.

Ahí va (las cursivas, en el original):

«El hecho de que la sexualidad sea para el hombre tan sólo un apéndice, y no constituya todo el objeto de su vida, le permite separarla psicológicamente del resto de sus actividades, y con esto su concienciación. Así, el hombre puede enfrentarse con su sexualidad y separarla de las otras exigencias de su vida. En la mujer, la sexualidad no se puede separar de la esfera no sexual ni por una limitación cronológica en su aparición ni por su órgano anatómico. En consecuencia, el hombre conoce su sexualidad, la mujer, en cambio, no es consciente de ella, y de buena fe puede ponerla en duda, porque la mujer no es otra cosa que sexualidad, porque es la sexualidad misma. La mujer por ser sólo sexual no nota su sexualidad, pues para hacer cualquier observación es necesaria la dualidad, cosa que es posible para el hombre, tanto desde el punto de vista psicológico como desde el anatómico, ya que él no es únicamente sexual. Por esto posee la capacidad de hallarse en relación autónoma con la sexualidad: puede, si así quiere, ponerle límites o dejarla en amplia libertad, es decir, negarla o aceptarla, ser un Don Juan o ser un asceta. Groseramente expresado, el hombre tiene un pene, pero la vagina tiene una mujer.»

Y aún más:

«El hombre es forma, la mujer, materia […] Las mujeres son la materia que adquiere cualquier forma. Algunas investigaciones parecen demostrar que las muchachas recuerdan mejor que los muchachos las lecciones aprendidas, y esto sólo se explica teniendo en cuenta la inanidad, la nulidad de las mujeres, que pueden ser impregnadas por cualquier tema, mientras el hombre sólo retiene lo que le interesa y olvida todo lo demás. Lo que se ha denominado ductilidad de la mujer, su extraordinaria facilidad para dejarse influir y sugestionar por los juicios ajenos, su total transformación por el hombre, se debe atribuir ante todo a que es pura materia carente de forma original. La mujer no es nada y por esto, sólo por esto, puede llegar a ser todo, mientras el hombre únicamente puede ser lo que es. De una mujer se puede hacer lo que se quiera, en el hombre a lo sumo se puede ayudar a que sea lo que quiere ser. […] La mujer podrá parecer una cosa u otra, pero siempre es lo mismo: nada. De la mujer no se puede decir que no tiene tal o cual cualidad, pues su cualidad característica es la de no tener ninguna. He aquí la gran complejidad y el gran enigma de la mujer, en esto estriba su superioridad y la imposibilidad de ser comprendida por el hombre, que siempre busca en ella un núcleo sólido.»

Weininger publicó su libro a los veintidós años. Poco tiempo después, en octubre de 1903, se suicidó disparándose un tiro en el corazón, en la misma casa donde muriera Ludwig van Beethoven...

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