“Después del gótico, lo más importante fue el descubrimiento en la
biblioteca del Exeter College de una gramática finlandesa. Fue como el
descubrimiento de una entera bodega llena del vino más asombroso, de una
especie y un sabor nunca degustados antes. Me intoxicó por completo; abandoné
el intento de inventar una lengua germánica “no registrada”, y mi “propia
lengua” –o series de lenguas inventadas- se volvió densamente finlandesa,
tanto en su estructura como en su fonética”
En muchos de los viajes que, gracias a Eru, he tenido la suerte de realizar
por todo el mundo siempre hay un momento en el que intento extraer de los
paisajes que el trayecto despliega ante mis ojos retazos de mi querida Tierra
Media. Especialmente en Europa, en mis andanzas por sus viejos países he
creído (o he querido creer) en más de una ocasión que el momento que vivía lo
hacía en un paraje que me resultaba familiar, al que ya había acudido
anteriormente porque su retrato ya me había sido descrito y estaba impreso en
mi memoria. Haciendo el Camino de Santiago, en muchas partes del interminable
páramo castellano, cuando mis cansados pies se encaminaban hacia cualquier
senda salvaje invadida por la fronda, me pareció estar hollando el Camino
Verde que llevaba hasta Annuminas; recorriendo los escarpados picos
asturianos, o cruzando los pirineos desde Garazi a Roncesvalles, salvando el
puerto de Ibañeta, imagine estar pasando por el furioso Caradhras; estando en
la Selva Negra bávara supuse estar entre los últimos árboles del anciano
Bosque Negro y vi los primeros tramos del Anduin, ahora llamado Danubio;
viajando por la maravillosa Irlanda estaba evocando en muchas ocasiones las
extensas praderas de Rohan, y en las Highlands escocesas veía como sería la
patria de Éothéod antes de que Eorl recibiese La Marca y migrase a todo su
pueblo allí. Incluso en la castigada Inglaterra, en los momentos que su
campiña doblegaba a los edificios casi eternos y se ofrecía virgen ante mis
ojos, pude ver alguna de las Cuadernas de La Comarca tal y como eran en la
época en que las habitaban los Hobbits. Sin embargo, en mi último viaje creo
que he pisado el solar que me ha producido más sensaciones de conexión con el
pasado mítico que el profesor Tolkien subcreó para nosotros.
Finlandia es un país del norte de Europa que ocupa la parte occidental del
istmo que conecta la península escandinava con el continente. Limita al norte
con Noruega, al noroeste con Suecia, su fachada occidental se abre al mar
báltico, el golfo de Finlandia baña sus costas meridionales mientras que toda
su frontera oriental la separa de Rusia. Antiguamente su territorio alcanzaba
hasta el océano ártico, ocupaba toda la region de Carelia y llegaba hasta casi
San Petersburgo, pero tras la Segunda Guerra Mundial, y a pesar de que salió
moralmente vencedora del conflicto, estas tierras fueron el precio que los
finlandeses tuvieron que pagar para garantizar su independencia (política e
ideológica) del coloso soviético. En sus casi 340.000 kms2 viven
algo más de cinco millones de habitantes, y estos disfrutan de 270.000
kms2 de bosques, 188.000 mil lagos y 179.000 islas. Me gustaría
poder hacer una descripción más precisa de sus habitantes, pero mi viaje me
llevó directamente a Nurmes, una preciosa ciudad en pleno corazón de Carelia
del Norte, por lo que mi paso por Helsinki se redujo a la espera en su
aeropuerto del autobús que habría de conducirme hacia el este. Es en el sur
del país donde se concentra el 80% de la población, y es el carácter de estas
gentes meridionales el que les ha dado esa fama de fríos que tienen los
fineses. Ya os digo, no lo pude comprobar a gran escala pero, sin embargo,
esperando el bus en el aeropuerto le pregunté a una chica por mi conexión,
ella me explicó amablemente los detalles de mi viaje, me preguntó de donde era
y cuando le dije que venía de España, se puso a hablar castellano como una
cotorra y contarme que su novio era vasco y que viajaba muchas veces a Bilbao:
askerrik asko neska polita! le dije cuando me subí al vehículo. En fin,
por lo menos esa chica fue muy amable así que de mi única experiencia con un
finlandés no pude extraer conclusión que me invitara a sospechar que
son corazones de hielo. Y he entrecomillado finlandés porque, como ya os dije,
me dirigía a Carelia y en verdad los carelios son unas gentes, como los
lapones, diferentes en muchos aspectos al resto de sus compatriotas.
Uno de los mayores peligros para el tráfico rodado en Finlandia son los alces:
todas las carreteras del sur del país están rodeadas con una cerca para evitar
que estos enormes ciervos gigantes (son más altos que un caballo)
crucen por ellas; pero en el este del país, más salvaje, con mucha menos
población y con una localidad cada cien kilómetros como mínimo, esto no
ocurre, y lo único que te avisa del peligro son unas señales de tráfico que te
recuerdan que en los próximos “x” kilómetros hay posibilidades de que
atraviesen la calzada. Yo no vi ninguno cruzando las estradas ¡gracias a Eru!
pero el detalle ayudo a darme cuenta enseguida que me dirigía a una tierra muy
especial, un país donde animales que en el resto de Europa son leyenda, aquí
campan a sus anchas en cantidades bastante considerables: osos, lobos,
castores, renos, linces, los mencionados alces y muchos otros que ahora no
recuerdo.
Como dije, Carelia es una tierra muy particular, pero antes de entrar en
detalles sobre esta espléndida región os contaré un poco sobre la
proto-historia de Finlandia y del origen de estas fascinantes gentes.
El pueblo finlandés (y sus minorías nacionales) tiene una particularidad que
lo relaciona con el vasco, el húngaro y el estonio: los cuatro poseen un
idioma que, a diferencia del resto de pueblos de Europa, no es indoeuropeo.
Dada la difícil resolución del problema indoeuropeo (las muchas e
intrincadas teorías que se han formulado desde hace dos siglos para explicar
el posible origen de ese supuesto pueblo y su supuesta unidad en una lengua
ancestral no han sido capaces de revelar la verdad), el desvelar el origen de
estos otros pueblos, aún más oscuros y cuya tradición literaria es escasa
habiendo sido toda su cultura trasmitida durante milenios a través de los
versos cantados de sus bardos, es una tarea aún más ardua en la que incluso
los más expertos no han llegado a ponerse del todo de acuerdo. El caso de
Finlandia no es una excepción, sin embargo, las líneas más aceptadas de su
posible origen se pueden contar más o menos así: finés, suomi, es el
antiguo nombre escandinavo para saami, siendo éste el término que usaban los
naturales del país para referirse a ellos mismos. Su historia ha sido
transmitida por tradición oral y relatos sobre la población de las regiones
escandinavas están registrados desde por lo menos el siglo XVIII. Encontramos
un ejemplo en un texto del misionero sueco Pehr Högström, quien escribió en
1746 que:
`Saamis y suecos eran un solo pueblo constituido al principio por dos
hermanos, pero una violenta tormenta se desató y uno de los hermanos tuvo
miedo y se escondió bajo una mesa; sus descendientes fueron los suecos y Dios
hizo que la mesa se convirtiera en una casa, pero el otro hermano que no tenía
miedo y no quiso huir fue el antecesor de los saami, quienes todavía viven
bajo el cielo abierto.`
Explicaciones legendarias aparte, otro misionero, esta vez el noruego Knud
Leem, señaló en 1767 que los saami afirmaban ser los originales habitantes de
escandinavia, y que fueron expulsados hacia el norte y el este por otro pueblo
llegado milenios más tarde.
Los topónimos que contienen la partícula finn así como tradiciones
saami se hallan esparcidos no sólo por escandinavia central sino también
meridional, lo cual parece ser un claro indicio para deducir que los saami
fueron la población original de estas frías regiones del norte de Europa.
También existen relatos que indican cómo los primeros pueblos germánicos que
llegaron a la península se encontraron con un pueblo salvaje del bosque, a
quienes llamaron trollen, con diferente lengua, costumbres y religión
quienes habitaban todo el país. En la literatura nórdica entre los años
1100-1350 d. C. hay muchos paralelismos entre finners, enanos y
gigantes.
Fuentes que se remontan al año 550 d. C. ofrecen más datos sobre los finners
(saami) en escandinavia central y septentrional, no obstante, la única
tradición escrita acerca de la inmigración original a escandinavia la
encontramos en la crónica islandesa de Snorre Sturlasson, Edda escrita
en el siglo XIII donde se dice que cuando los Asar (los progenitores de
los dioses nórdicos) llegaron al país del norte había otros allí antes que
ellos. Estudios arqueológicos datan la presencia de habitantes en el área en
torno al 11.000 a.C. y los propios descendientes de los saami, a quien
actualmente llamamos lapones, se reivindican en nuestros días como los
auténticos nativos de escandinavia. Unos dos mil quinientos años más tarde,
hacia el 8.500 a.C., es cuando empiezan a llegar en diversas oleadas unas
gentes que podrían proceder de Siberia, o de la región del alto Volga y los
Urales y que se establecieron en un primer momento en la zona sureste del
istmo que une escandinavia y Rusia, entre el mar blanco y los lagos Onega y
Ladoga. Estas gentes empezaron a desplazarse hacia el norte y hacia el oeste y
evidentemente tuvieron que encontrarse con los nativos saami. No se sabe
cuales fueron las interrelaciones de ambos pueblos pero lo que queda claro en
la actualidad es que tanto la lengua saami como la suomi (finlandés) están
estrechamente emparentadas, lo que ha llevado a pensar que, bien por
asimilación cultural, comercial o militar, estos pueblos no indoeuropeos se
mezclaron con los saami, -excepto con una minoría que emigró hacia sus
actuales territorios del norte-, de los que o tomaron o prestaron su idioma y
que fueron el germen del pueblo finlandés. Es posible que para el año 5300
a.c, sino antes, la lengua proto-finesa estuviera plenamente definida y
difundida por buena parte de escandinavia.
A partir del año 3200 a.C. es cuando las migraciones iniciales de gentes
indoeuropeas llegaron al báltico y escandinavia, influyendo la cultura de las
primeras, supuestamente pueblos de extracción eslava o proto-eslava, en toda
la zona sur de Finlandia, e invadiendo las segundas, tribus de la rama
germánica o proto-germánica, la península escandinava, desplazando por
consiguiente a los saami hacia el norte y a los suomi hacia el este. Así pues,
la región quedó repartida entre los pueblos germánicos de las penínsulas
escandinava y de jutlandia (ancestros de los futuros vikingos), los saami
(lapones) que ocuparon toda la costa norte incluyendo la península de Kola,
actual Rusia, los eslavos al sur del golfo de Finlandia y de los lagos Ladoga
y Onega, y los suomi que ocuparon las tierras rodeadas por estos territorios,
es decir: Finlandia.
Desde la nebulosa temporal del origen de estas gentes, los versos y leyendas
sobre la creación del mundo y sus criaturas han sido cantados por sus bardos y
chamanes durante milenios, trasmitidos en riquísima tradición oral de
generación en generación, acompañando a los finlandeses durante su historia,
-fuera bajo dominio sueco, fuera bajo dominio ruso-, recordándoles su
identidad como nación, con lengua y bagaje cultural propios que no debían ser
olvidados. Y es verdad que la identidad finlandesa estuvo a punto de
desaparecer durante el dominio sueco, diluida en su cultura y lengua
germánicas, pero afortunadamente la labor de Elias Lönnrot (curiosamente,
finlandés de etnia sueca), el cual recopiló durante cuatro años miles de
poemas de la antiquísima tradición finlandesa, supuso un esfuerzo definitivo
para impedir su extinción. Tras su labor copiladora, -en la que jugaron un
papel muy importante los bardos carelios Arhippa Perttunen y Ontrei Malinen-,
Lönnrot, les dio una forma más moderna, estandarizando los diferentes
dialectos, reduciendo personajes, estructurando el argumento y añadiendo
algunos toques personales, para finalmente publicar en 1835 el Kalevala,
considerada desde entonces la epopeya nacional finlandesa.
Esa región original en la que se establecieron estos pueblos venidos del este,
germen de la futura nación finlandesa es Carelia -en finlandés Karjala,
pronunciado cáriala-, territorio que ocupa unos 200.000
kms2, repartidos en la actualidad entre Rusia (175.000
kms2 ) y Finlandia ( 25.000 kms2). Carelia es, pues, la
cuna espiritual de la nación finlandesa, y la inmensa mayoría del folklore
recopilado por Lönnrot para componer el Kalevala proviene de allí,
concretamente de la región central, comprendida entre el triángulo compuesto
por la ciudad de Kajaani al oeste (en territorio finlandés), la de Loukhi al
norte, y el lago Ladoga al sur (ambas en territorio ruso). Para los
finlandeses fue una tragedia nacional la pérdida de estos territorios,
especialmente porque, a su vez, la mayor parte de los poemas que inspiraron el
Kalevala fueron copilados en la zona de Carelia actualmente bajo soberanía
rusa. Sus habitantes son, si se me permite la expresión, “los andaluces” de
Finlandia en el sentido que son las gentes más abiertas, extrovertidas y
cálidas de todo el país. Pero que nadie se lleve a engaño: esto no quiere
decir que sean la alegría de la fiesta. Para nosotros, latinos, siguen siendo
gentes reservadas y algo “sosos”, pero como casi todos los pueblos
septentrionales te abren el corazón sin reservas cuando ven que eres merecedor
de su simpatía y confianza. Por lo demás, como el resto de los escandinavos,
los habitantes de la región, a pesar de su distancia inicial, son gentes muy
educadas y respetuosas con el forastero. Tranquilas en su cotidianeidad, son
un pueblo que vive de manera rutinaria durante el frío invierno finlandés,
pero que se desparrama por su hermosa naturaleza en cuanto llega el verano
celebrando multitud de festivales, mercadillos, competiciones deportivas y
demás actividades estivales al aire libre.
Y ha sido en esta región, nadando y remando en el lago Pielinen, recogiendo
bayas salvajes y moras silvestres de entre frondosos matorrales como un Hobbit
zampabollos, paseando por densos bosques de pinos, abedules, fresnos y hayas,
subiendo por las colinas de Koli, con sus impresionantes paisajes lacustres
cortados por las copas de árboles milenarios, disfrutando de una cena típica
en una granja campestre digna de maese Cebadilla Mantecona, donde he vuelto a
experimentar las sensaciones que os describía al principio de este texto: de
nuevo pisaba la Tierra Media.