La literatura ciencia-ficción es un género narrativo que toma como punto de arranque la multiplicidad y complejidad de otros mundos que nos señalan los descubrimientos científicos. Puede caer y cae, en la puerilidad, en alimento de ínfima calidad, aprovechado por el cine, la televisión y la novelística comercial, de escaso valor artístico. Pero, también, esos mundos extraordinarios que nos ofrece la ciencia despiertan la imaginación de escritores de talento. Borges, el erudito, nos informa —en prólogo de Bradbury— que ya en el siglo II de nuestra era “Luciano de Samosata compuso una Historia verídica, que encierra, entre otras maravillas, una descripción de las selenitas… que hilan y cardan los metales y el vidrio, se quitan y ponen los ojos…”.
Más adelante, “…a principios del siglo XVI, Ludovico Ariosto imaginó que un paladín descubre en la Luna todo lo que se pierde en la Tierra, las lágrimas y suspiros de los amantes, el tiempo malgastado en el juego, los proyectos inútiles y los no saciados anhelos…”. Avanzando más en el tiempo, surge, en el siglo XVIII, Kepler, quien “redactó un Somnium Astronomicum, que finge ser la transcripción de un libro leído en un sueño, cuyas páginas prolijamente revelan la conformación y hábitos de las serpientes de la Luna…”.
Hace, además, Borges, otras alusiones a historias de la misma índole, pero concluye que él piensa que el Somnium Astronomicum, de Kepler, es la precursora del nuevo género narrativo ciencia-ficción, porque para Luciano y para Ariosto, un viaje a la Luna era símbolo de lo imposible, en cambio para Kepler ya ello era una posibilidad como para nosotros. Este género surge en Norteamérica bajo el nombre de science-fiction o scientifiction.
Julio Verne, en el siglo antepasado, nos habla de viajes imposibles para su época; pero quien establece los temas en el nuevo género es H. G. Wells, el cual escribe, a fines del siglo antepasado y principios del pasado, narraciones sobre viajes en el tiempo, visiones del futuro (Cuando el durmiente despierta), exploración de otros planetas (Los primeros hombres en la luna), invasión de la Tierra por los extraterrestres (La guerra de los mundos), universos paralelos (Mr. Barnstaple con los hombres-dioses).
Borges nos confiesa: “Hacia 1909 leí, con fascinada angustia, en el crepúsculo de una casa grande que ya no existe, Los primeros hombres en la luna, de Wells. Por virtud de estas Crónicas —las de Bradbury: Crónicas marcianas—, de concepción y ejecución muy diversa, me ha sido dado revivir, en los últimos días del otoño de 1954, aquellos deleitables terrores”.
Notemos las palabras empleadas por Borges al referirse a la impresión que le causa “la literatura ciencia-ficción”: “Fascinada angustia”, “deleitables horrores”. No se trata, pues, tan solo del encanto de una ficción científica que toca únicamente el cerebro, incapaz de adquirir calor humano, íntimas emociones que abarcan todo nuestro ser. Del cerebro pasa a nuestro corazón, a nuestros nervios, y nos deja en el filo de la angustia y del horror, aunque estos sentimientos sean —en virtud del arte del narrador— fascinantes o deleitables. Además, no es la primera vez que un género literario nos hace gozar con el espanto y el dolor.
Así el vértigo, el asombro, la angustia, el terror ante lo insólito posible, es lo que se propone “la literatura de ciencia-ficción”. Entramos, entonces, en una nueva magia, “la magia paracientífica”, que se puede llamar también “lo real maravilloso científico”. Magia que tiene su base en la polivalencia y complejidad del Universo, dentro del cual la Tierra es uno de los tantos planetas existentes. De este modo, además de nuestro mundo, hay otros mundos y otros seres simultáneos, análogos o sobrepuestos al nuestro.
Pero aquí ya no se trata de un mundo real sometido a la intrusión de poderes sobrenaturales —como en “la literatura fantástica” y en “lo real maravilloso”—, sino de un mundo visible que pertenece a una serie de muchos otros, que abarcan infinitos tiempos y espacios, confluyendo en una sola identidad fantástica.
Bradbury, norteamericano; Borges, argentino, manejan con especial arte este nuevo género que, viniendo de ellos, provoca sensaciones abismales como el vértigo y el asombro.
Margarita Carrera