Inger Christensen construyó en 'Alfabeto' un orden matemático

Logró un hito de la poesía

Tendría gracia investigar el sistema por el cual los Premios Nobel consiguen errar tantas veces el tiro y dejar fuera obras cumbre de la literatura. Desde la fundación del galardón hay tantos ejemplos que no cabe aquí enumerarlos, pero sin duda alguna el de Inger Christensen es uno especialmente flagrante. Desde la publicación en 1969 de Det (Eso), un poema de 200 páginas sobre el origen del lenguaje y del mundo, que en un pequeño país como Dinamarca salió con una primera tirada de 15.000 ejemplares, Christensen fue la más leída y venerada poeta de los países nórdicos. Sus ensayos, su novela experimental Azorno, sus colaboraciones con músicos contemporáneos y su poesía la situaron —por la envergadura de su pensamiento y la audacia de su lenguaje— en la primera línea de la vanguardia intelectual europea. Sus posteriores libros, el poema largo Carta en abril, una especie de preludio para Alfabeto, o su obra maestra, el ciclo de sonetos El valle de las mariposas, fueron traducidos a más de treinta lenguas.


Por tanto, que ahora se haya traducido al castellano por primera vez un libro de poesía de esta menuda mujer de mente maravillosa, que rehuía la fama y el culto a su persona, constituye un verdadero hito. Alfabeto es uno de los libros fundamentales de la poesía del siglo XX. Se propone nada menos que responder a la “principal ilegibilidad del mundo” mediante el orden interior de un sistema regulado, en este caso tomado de las matemáticas. La estructura de Alfabeto sigue, aparte del orden de las letras, la secuencia numérica del matemático renacentista Fibonacci que representa uno de los principios formales de la naturaleza: los versos de cada estrofa son la suma de las dos estrofas precedentes: 1,2,3,5,8, etcétera. Para Christensen, el lenguaje es directa emanación de la naturaleza, y como un tierno tallo que rápidamente va creciendo y ramificándose, los primeros versos de Alfabeto parecen brotar directamente del sonido de las palabras, de las relaciones aparentemente casuales entre palabras empezadas con la misma letra. Con asombro ante la belleza del lenguaje, ante la existencia de las cosas se acomete un inventario del mundo: “Los albaricoqueros existen, los albaricoqueros existen”, reza el primer verso.

El otoño existe; el regusto y la reflexión
existen; y el lugar retirado existe; los ángeles,
las viudas y el alce existen; las particularidades
existen, el recuerdo, la luz del recuerdo;
y el resplandor crepuscular existe, el roble y el olmo
existen, y el enebro, la semejanza, la soledad
existen; y el éider y la araña existen,
y el vinagre existe, y la posteridad, la posteridad


CECILIA DREYMÜLLER

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