Bob Dylan
El extravagante Premio Nobel de Literatura otorgado al cantautor estadounidense supone una afrenta para los literatos de todo el mundo y abre inquietantes posibilidades
En el año 2014 publiqué una novela titulada 'Alabanza' que se situaba en un futuro inmediato (2019) donde la literatura había perdido toda relevancia social. El punto de inflexión hacia el abismo lo suponía en mi ficción la entrega del premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, que en el libro tenía lugar en el año 2013.
Escribía yo entonces: “Ni siquiera el pesimismo de Sebastian había interpretado acertadamente el aviso que aquella extravagancia suponía para la literatura. A fin de cuentas, muchos escritores llevaban décadas ponderando los méritos literarios de Bob Dylan y, cuando obtuvo el premio, lo celebraron extasiados. La fenomenal polémica que se desarrolló en los medios de comunicación duró semanas y, al cabo, se dio por buena la tesis de que todo era literatura (la música, el cine, los cómics; hasta los videojuegos) por lo que la Academia Alfred Nobel había hecho bien en certificar esa verdad horizontal acerca de un arte que parecía anticuado pero que solo sufría la tiranía de un soporte”.
Y añadía, en mi delirio ficcional: “Desde Suecia, sin embargo —y ante el pasmo de muchos de los que defendieron la osadía de premiar a un músico—, se animaron en los años siguientes a seguir certificando dicha verdad: ganó Pedro Almodóvar, ganó el equipo de guionistas de 'The Wire', ganó un monologuista chino disidente... La línea lógica del palmarés se había desnaturalizado de tal modo que en aquel año de 2019 nada sería tan raro como que el premio Nobel de Literatura lo ganara un escritor”.
Y aquí estamos, en 2016 y con Bob Dylan como premio Nobel de Literatura.
El fin de la literatura
Seguramente ya hay muchos escritores de todo el mundo celebrando la pizpireta elección del jurado sueco. Creo saber qué tipo de escritor es el que ha unido su voz al coro de las felicitaciones: un escritor que no lee.
Aunque no lo crean, hay decenas de escritores (normalmente autodenominados posmodernos) que no leen nada en absoluto, pues su voracidad cultural queda saciada de largo con el visionado de películas y videoclips, y la asistencia a exposiciones. Sion Sono, Marina Abramovich y otros artistas de este jaez, no solo llenan sus horas de ocio cultural, sino que inspiran los libros que ellos mismos escriben, y que casualmente quieren que los demás leamos.
Sin embargo, lo escritores que leemos, y la gente que lee, todos esos ciudadanos que pasan horas delante de algo tan aburrido como un libro —un humilde noviazgo de tinta y papel—, y no digamos de algo tan arduo como un libro de Laszo Krasznahorkai o Philip Roth, y que reciben un enorme placer pasando páginas y descubriendo las profundidades de sentido de la palabra escrita, quieren que esas personas, que, a su vez, han entregado años de su vida a escribir 'Melancolía de la resistencia' o 'La mancha humana', tengan un puñetero reconocimiento. Y ese reconocimiento no era otro que el Premio Nobel de Literatura.
Lo repito sin ambages: todo aquel que se alegre del Nobel de Literatura a Bob Dylan no lee —a buen seguro— ni una novela al mes. Es más: el Premio Nobel a Dylan les sirve para dar por muerta la literatura tal y como la conocemos (tal y como nosotros la amamos), y proponer la imbecilidad autoexculpatoria de que, oye, todo es literatura, mi iPhone es literatura, no hay que ser tan integrista.
¡Los tiempos están cambiando!
Son esos mismos —los que no leen—, los que asisten con indiferencia pro-capitalista al cierre de las librerías, a la desaparición de las editoriales, a la supresión de revistas y suplementos literarios, al pirateo de novedades editoriales... ¡Los tiempos están cambiando!, cantan —premoritoriamente— con Bob Dylan; ¡qué le vamos a hacer!
El Premio Nobel de Literatura es el único momento del año en el que se da alguna importancia mundial a los libros. Es, como quien dice, el cumpleaños de la escritura y de la lectura. Darle dicho galardón a un músico (que tiene tantos méritos para recibirlo —o sea, muchos en su especialidad artística— como Pedro Almodóvar o los guionistas de 'The Wire'), es como si tu madre el día de tu cumpleaños decide hacerle una fiesta a tu mejor amigo, que ya es casi de la familia. ¿No tiene tu mejor amigo su propia familia, su propio cumpleaños, sus premios Grammy? ¿Cuándo le van a dar un premio Grammy a Philip Roth o un Emmy a Lazslo Krasznahorkai?
La academia sueca, patéticamente, ha querido premiarse a sí misma, darse un baño de modernidad al torcer de esta manera la lógica de su galardón —que, aunque ahora nos parezca increíble, se llama Premio Nobel de Literatura—. Obviamente, su marca aparecerá este año en millones de espacios públicos (blogs, redes sociales, periódicos, revistas musicales, canales de televisión...) donde no habría aparecido de haber premiado a un escritor húngaro o a un ancianito estadounidense. Estupendo.
Pero, luego, ¿qué?