Vintila Horia.- Sobre el vacío intelectual
No cabe duda: estamos alcanzando no sólo el punto
más bajo de la vida política, y no sólo en España, sino también el
máximo de vacuidad intelectual. Piensen en la desaparición paulatina de
los grandes nombres de la literatura y del pensamiento y se darán cuenta
cómo tanto Heidegger como Gabriel Marcel, Thomas Mann o Céline,
han dejado bruscamente de tener herederos. El mundo parece vacío,
abandonado y estéril en medio de un caos cada día más espeso y más
convencedor. No hay ideas ni programas, libros ni gestas. Entre una
llamada democracia cansada de sí misma y un terrorismo de Estado
igualmente agotado, llegado a sus propios abismos de crueldad e
ineficacia, el hombre no tiene ni siquiera la fuerza de plantearse
preguntas. Vive buscando comida en los países del Este, como una
gigantesca manada de salvajes amedrentados, o buscando placeres
destructores en un Occidente cuya perspectiva de cloaca máxima llegó a
definir y describir Ezra Pound en sus Cantos pisanos. El
noveno círculo del infierno, el de los traidores, parece sintetizar lo
que está sucediendo en medio de un silencio glacial dominado por Dite,
el demonio máximo, tal como lo describe Dante en su obra
inquietantemente profética. Para mejor entender, y hasta para reconocer
el sitio donde nos encontramos, bastaría colocar ante la vista de
nuestro juicio palabras como intelectual, sacerdote y joven,
entre otras, para poner de relieve, a través de su trágica inversión de
contenido, lo que está sucediendo entre nosotros. El intelectual es
quien menos entiende (de intelligere), el sacerdote es quien
menos cree, y el joven es quien menos ama la vida y quien más está
dispuesto a quitarla a los demás.
Propondría para una mejor comprensión
de lo que acabo de decir una serie de tres ilustraciones demostrativas:
la cara de bobo de Jean-Paul Sartre en sus últimos años de vida, ejerciendo de maoísta mayor; la cara de payaso del llamado padre Ernesto Cardenal
y los cretinismos que soltó durante su estancia en Madrid; y los que
matan por la espalda, la figura del terrorista como negación absoluta
del concepto de juventud, como también la cara de los drogados, viajando
espasmódicamente hacia una muerte rápida y penosa que no es la de su
edad. El triple retrato es pavoroso. Y me abstengo de añadir un cuarto
perfil, que sería el del político contemporáneo, que tiene algo, algún
rasgo característico de los tres arriba mencionados, y es como una
antología de lo que no debe hacerse, expresado por rostros bajamente
representativos. Vivimos en un mundo invertido en el que, como en
ciertos países socialistas, los políticos empujan a sus propios pueblos
hacia el hambre y la desaparición, cumpliendo exactamente lo contrario
de lo que tendrían que hacer, dentro de su misión y deber. Que
intelectuales occidentales y curas católicos consideren a estos verdugos
destructores de la polis como modelos dignos de ser admirados e imitados, da cuenta de la ferocidad de la inversión.
Les cuento todo esto profundamente asustado por un artículo que Guillaume Faye publica en el último número de Eléments
(París, otoño de 1983) y que, bajo el título de “Le vide intelectuel”,
cuenta la lenta desaparición, durante estos últimos años, de los
movimientos intelectuales de izquierda en Francia y otros sitios. Ni los
nuevos filósofos, ni los políticos de izquierda, o de derecha,
encuentran salvación bajo la crítica sin piedad del escritor francés.
Tanto la derecha neo-liberal como la izquierda socializante son, para
él, camarillas que se reparten entre sí las superficies de Occidente.
Las superficies, sí, porque en las profundidades ni hay nada, ni han
llegado jamás a imperar dichas camarillas más o menos intelectuales.
Todo nos empuja hacia “la uniformización del planeta, ya que “... los
dos grandes modelos concurrentes, el marxismo y el liberal [sic],
no han engendrado sino prosaicos totalitarismos. A la izquierda, los
grandes modelos de referencia, la China, Cuba, Yugoslavia, el Vietnam,
la URSS han dejado de suscitar admiraciones. A la derecha, la mística
del desarrollo económico indefinido se ha hundido en una “crisis”
o, para los países del Tercer Mundo, en el neo-colonialismo y la
destrucción de las culturas.”
Según Guillaume Faye el período “... realmente fecundo del siglo XX habrá sido el ante-guerra [sic], cualquiera que sean la ideología o la sensibilidad enfocadas. La primera mitad del siglo habrá [sic]
sido la de la invención de las ciencias, de las técnicas, de los
conceptos y de las formas socio-políticas de una modernidad triunfante.
La segunda parte del siglo no es más que tecnológica y publicitaria.” En
este marco letal, el “hombre como idea ha muerto”. Tanto el marxismo
oriental, como lo que Faye llama “el reagano-papismo” occidental,
o la revolución conservadora americana, que es su idea fija, el nombre
peyorativo de la internacional de derecha, han acabado con todas las
ilusiones y todos los proyectos, tan entusiasmantes y tan juveniles, de
la primera mitad del siglo. La Segunda Guerra Mundial, según parece,
habrá [sic] sido la causa del desastre, pero Faye no la
cita entre sus fuentes del mal. El autor francés alude a una infinidad
de efectos –y estoy completamente de acuerdo con él bajo este aspecto-
pero no llega nunca a explicarnos las causas del desastre mundial. Sí,
resulta evidente que estamos atravesando un interregno, pero
quien ha provocado esta incertidumbre universalizada no los lo dice
nadie o, entonces, caemos en la trampa de siempre: el freudismo es de
inspiración cristiana, los ídolos monoteístas se han apoderado de
nosotros, tanto el totalitarismo de izquierda como el de derecha son
consecuencias de las prácticas milenarias del monoteísmo
judeo-cristiano, tesis que la nueva derecha no deja de cultivar desde
sus comienzos y que –es preciso reconocerlo- no han gozado de una
aceptación ni siquiera minoritaria, ni en Francia ni en Italia o
Portugal, países donde, según parece, el movimiento GRECE ha encontrado
grupúsculos más o menos adherentes [sic].
Bien, si la causa no aparece por ningún lado y nadie se atreve a
nombrarla, el mal desarrollo y el fin lamentable desde el punto de vista
jurídico y político de la Segunda Guerra Mundial, con el proceso de
Nuremberg, tan original e injustificable en sus enfoques (condenar al
vencido), con media Europa cedida a los jueces, con la traición de los
intelectuales y la caída de los pueblos en las tinieblas del
materialismo dialéctico, si estas causas, digo, nadie quiere
escudriñarlas, volvamos a los efectos y a las soluciones. Según Guillaume Faye
habría investigadores neo-jungianos y grupos musicales de barrio
dispuestos a acabar con los antiguos ídolos monoteístas. No veo muy bien
cómo es posible arrastrar a Jung hacia este tipo de barro
municipal, y los versos de los nuevos músicos tampoco me parecen
disponibles para un futuro paraíso politeísta, ya que rezan así:
El superboom se ha terminado,
adiós California,
ciao Virgen María,
estoy cansado de vuestras dulces melodías.
¡Oh, suerte, acude para jugarnos una bella tragedia!
La “bella tragedia” no está lejos y lo que se está buscando es un
posible retorno al punto cero, soñado por los dadaístas. Sin embargo,
ignorantes de las matemáticas, estos nuevos nihilistas que tan
bellamente se expresan en su bla-bla-bla sobornado-anarcoide [sic],
no saben que desde el punto cero ya no es posible subir y ni siquiera
bajar, porque nadie estaría allí para emprender algo. Con cero y desde
cero ninguna operación es posible.
Reconozco
la debilidad que tengo para con la nueva derecha. Muchos de sus enfoques
son míos (y ¡hasta qué punto a veces!). Su crítica de lo visible es
entrañablemente lúcida y exacta. Nada, en efecto, vale la pena defender y
creo que nuestros autores preferidos son muchos y forman, en común,
nuestro pan cotidiano. Pero el politeísmo aparece siempre, en las
revistas de GRECE[,] como un leit-motiv ideológico, destinado a
formar masas de fieles y élites de clarividentes, y que, feliz o
desgraciadamente, no significan nada. Su vacío es tan grande como el del
existencialismo sartriano que no es existencialismo, o como el
monolitismo freudiano que no es cristiano. Empujar en este sentido es
conseguir el mismo rumbo que siguen las corrientes criticadas por Eléments. Es ahondar en el caos a través de un agujero negro, que yo llamaría astronómico si no fuera tan pequeño y que, sin duda alguna, no es la solución.
Juan Dacio (Vintila Horia)
en El Alcázar, noviembre de 1983