William Shakespeare
(Stratford-upon-Avon, c. 26 de abril de 1564-ibíd., 23 de abril/ 3 de mayo de 1616) En torno a 1860, al tiempo que culminaba su obra Los miserables, Victor Hugo escribió desde el destierro: "Shakespeare no tiene el monumento que Inglaterra le debe". A esas alturas del siglo XIX, la obra del que hoy es considerado el autor dramático más grande de todos los tiempos era ignorada por la mayoría y despreciada por los exquisitos. Las palabras del patriarca francés cayeron como una maza sobre las conciencias patrióticas inglesas; decenas de monumentos a Shakespeare fueron erigidos inmediatamente.
En la actualidad, el volumen de sus obras completas es tan indispensable como la Biblia en los hogares anglosajones; Hamlet, Otelo o Macbeth
se han convertido en símbolos y su autor es un clásico sobre el que
corren ríos de tinta. A pesar de ello, William Shakespeare sigue siendo,
como hombre, una incógnita.
Grandes
lagunas, un ramillete de relatos apócrifos y algunos datos dispersos
conforman su biografía. Ni siquiera se sabe con exactitud la fecha de su
nacimiento. Esto daría pie en el siglo pasado a una extraña labor de
aparente erudición, protagonizada por los "antiestratfordianos",
tendente a difundir la maligna sospecha de que las obras de Shakespeare
no habían sido escritas por el personaje histórico del mismo nombre,
sino por otros a los que sirvió de pantalla. Francis Bacon, Edward de
Vere, Walter Raleigh, la reina Isabel I e incluso la misma esposa del
bardo, Anne Hathaway, fueron los candidatos propuestos por los
especuladores estudiosos a ese ficticio Shakespeare. Según otra teoría,
su amigo el dramaturgo Christopher Marlowe habría sido el verdadero
autor: no habría muerto a los veintinueve años, en una pelea de taberna
como se creía, sino que logró huir al extranjero y desde allí enviaba
sus escritos a Shakespeare.
Ciertos aficionados a la
criptografía creyeron encontrar, en sus obras, claves que revelaban el
nombre de los verdaderos autores. En consonancia con las carátulas
teatrales, Shakespeare fue dividido en el Seudo-Shakespeare y en
Shakespeare el Bribón. Bajo esta labor de mero entretenimiento alentaba
un curioso esnobismo: un hombre de cuna humilde y pocos estudios no
podía haber escrito obras de tal grandeza.
Casa natal
Afortunadamente,
con el transcurrir de los años, ningún crítico serio, menos dedicado a
injuriar que a discernir, más preocupado por el brillo ajeno que por el
propio, ha suscrito estas anécdotas ingeniosas. Pero de las muchas
refutaciones con que han sido invalidadas, ninguna tan concluyente,
aparte de los escasos pero incontrovertibles datos históricos, como el
testimonio de la obra misma; porque a través de su estilo y de su
talento inconfundibles podemos descubrir al hombre.
Los orígenes
En
el sexto año del reinado de Isabel I de Inglaterra, el 26 de abril de
1564, fue bautizado William Shakespeare en Stratford-upon-Avon, un
pueblecito del condado de Warwick que no sobrepasaba los dos mil
habitantes, orgullosos todos ellos de su iglesia, su escuela y su puente
sobre el río. Uno de éstos era John Shakespeare, comerciante en lana,
carnicero y arrendatario que llegó a ser concejal, tesorero y alcalde.
De su unión con Mary Arden, señorita de distinguida familia, nacieron
cinco hijos, el tercero de los cuales recibió el nombre de William. No
se tiene constancia del día de su nacimiento, pero tradicionalmente su
cumpleaños se festeja el 23 de abril, tal vez para encontrar algún
designio o fatalidad en la fecha, ya que la muerte le llegó, cincuenta y
dos años más tarde, en ese mismo día.
Así, pues, no
fue su cuna tan humilde como asegura la crítica adversa, ni sus estudios
tan escasos como se supone. A pesar de que Ben Johnson, comediógrafo y
amigo del dramaturgo, afirmase exageradamente que "sabía poco latín y
menos griego", lo cierto es que Shakespeare aprendió la lengua de
Virgilio en la escuela de Stratford, aunque fuera como alumno poco
entusiasta, extremos ambos que sus obras confirman. La madre provenía de
una vieja y acomodada familia católica, y es muy posible que el poeta,
junto con sus dos hermanos y una hermana, fuese educado en la fe de su
madre.
Sin
embargo, no debió de permanecer mucho tiempo en las aulas, pues cuando
contaba trece años la fortuna de su padre se esfumó y el joven hubo de
ser colocado como dependiente de carnicería. A los quince años, según se
afirma, era ya un diestro matarife que degollaba las terneras con
pompa, esto es, pronunciando fúnebres y floreados discursos. Se lo pinta
también deambulando indolente por las riberas del Avon, emborronando
versos, entregado al estudio de nimiedades botánicas o rivalizando con
los más duros bebedores y sesteando después al pie de las arboledas de
Arden.
A los dieciocho años hubo de casarse con Anne
Hathaway, una aldeana nueve años mayor que él cuyo embarazo estaba muy
adelantado. Cinco meses después de la boda tuvo de ella una hija, Susan,
y luego los gemelos Judith y Hamnet. Pero Shakespeare no iba a resultar
un marido ideal ni ella estaba tan sobrada de prendas como para
retenerlo a su lado por mucho tiempo. Los intereses del poeta lo
conducían por otros derroteros antes que camino del hogar. Seguía
escribiendo versos, asistía hipnotizado a las representaciones que las
compañías de cómicos de la legua ofrecían en la Sala de Gremios de
Stratford y no se perdía las mascaradas, fuegos artificiales, cabalgatas
y funciones teatrales con que se celebraban las visitas de la reina al
castillo de Kenilworth, morada de uno de sus favoritos.
Según la leyenda, en 1586 fue sorprendido in fraganti
cazando furtivamente. Nicholas Rowe, su primer biógrafo, escribe: "Por
desgracia demasiado frecuente en los jóvenes, Shakespeare se dio a malas
compañías, y algunos que robaban ciervos lo indujeron más de una vez a
robarlos en un parque perteneciente a sir Thomas Lucy, de Charlecote,
cerca de Stratford. En consecuencia, este caballero procesó a
Shakespeare, quien, para vengarse, escribió una sátira contra él. Este
acaso primer ensayo de su musa resultó tan agresivo que el caballero
redobló su persecución, en tales términos que obligó a Shakespeare a
dejar sus negocios y su familia y a refugiarse en Londres". Pero es más
plausible que el virus del teatro lo impulsara a unirse a alguna
farándula de cómicos nómadas de paso por Stratford, abandonando hijos y
esposa y trocándolos por la a la vez sombría y espléndida capital del
reino.
Shakespeare en la ciudad del teatro
A
partir de ese momento hay una laguna en la vida de Shakespeare, un
período al que los biógrafos llaman "los años oscuros". No reaparece
ante nuestros ojos hasta 1593, cuando es ya un famoso dramaturgo y uno
de los personajes más populares de Londres. Entretanto se le atribuyen
los siguientes empleos: pasante de abogado, maestro de escuela, soldado
de fortuna, tutor de noble familia e incluso guardián de caballos a la
puerta de los teatros. Pasarían varios meses hasta que pudiera ingresar
en ellos y meterse entre bastidores, primero como traspunte o criado del
apuntador, luego como comparsa, más tarde como actor reconocido y, por
fin, como autor de gran y merecido prestigio.
Prohibidos
por un ayuntamiento puritano que los consideraba semillero de vicios,
los teatros se habían instalado al otro lado del Támesis, fuera de la
jurisdicción de la ciudad y de la molestia de sus alguaciles. La
Cortina, El Globo, El Cisne o Blackfriars no eran muy distintos de los
corrales hispanos donde se representaba a Lope de Vega. La escenografía
resultaba en extremo sencilla: dos espadas cruzadas al fondo del
proscenio significaban una batalla; un actor inmóvil empolvado con yeso
era un muro, y, si separaba los dedos, el muro tenía grietas; un hombre
cargado de leña, llevando una linterna y seguido por un perro, era la
luna.
El vestuario se improvisaba en un rincón de la
escena semioculto por cortinas hechas jirones, a través de las que el
público veía a los actores pintándose las mejillas con ladrillo en polvo
o tiznándose el bigote con corcho carbonizado. Mientras los actores
gesticulaban y declamaban, los hidalgos y los oficiales, acomodados a su
mismo nivel sobre la plataforma, les desconcertaban con sus risas, sus
gritos y sus juegos de cartas, prestos a lucir su ingenio improvisando
réplicas y a echar a perder la representación si la obra no les
complacía. En torno al patio, las galerías acogían a las damas de
alcurnia y los caballeros. Y en el fondo de "la cazuela", envueltos en
sombras, sentados en el suelo entre jarras de cerveza y humo de pipas,
se veía a "los hediondos", el maloliente pueblo.
En
todo caso, se trataba de un público con más imaginación que el actual o,
al menos, buen conocedor de las convenciones teatrales impuestas por la
penuria o por la ley. Inspirándose en el severo primitivismo del
Deuteronomio, los legisladores puritanos prohibían la presencia de
mujeres en la escena. Las Julietas, Desdémonas y Ofelias de Shakespeare
fueron encarnadas por jovencitos bien parecidos de voz atiplada,
ascendidos a Hamlets, Macbeths y Otelos en cuanto les despuntaba la
barba y les cambiaba la voz. Tal era el teatro en que Shakespeare empezó
su carrera dramática.
La fecundidad
Hacia
1589, Shakespeare comenzó a escribir. Lo hacía en hojas sueltas, como
la mayoría de los poetas de entonces. Los actores aprendían y ensayaban
sus papeles a toda prisa y leyendo en el original, del que no se sacaban
copias por falta de tiempo; de ahí que ya no existan los manuscritos.
Como cada tarde se ofrecía una obra diferente, el repertorio había de
ser muy variado. Si la obra fracasaba ya no se volvía a escenificar. Si
gustaba era repuesta a intervalos de dos o tres días. Una obra de mucho
éxito, como todas las de Shakespeare, podía representarse unas diez o
doce veces en un mes. Algunos actores eran capaces de improvisar a
partir de un somero argumento los diálogos de la obra conforme se iba
desarrollando la acción. Shakespeare nunca los necesitó.
Acuciado
por este ritmo vertiginoso y espoleado por su genio, Shakespeare empezó
a producir dos obras por año. En su primera etapa, Shakespeare siguió
la línea de estos dramas isabelinos de capa y espada. De estos años
(entre 1589 y 1592) son las obras con las que inaugura su crónica
nacional, sus dramas históricos: las tres primeras partes de Enrique VI y la historia de quien lo asesinó, Ricardo III. La comedia de los errores, basada en un tema de Plauto, marca su faceta burlesca, y Tito Andrónico, tragedia bárbara inspirada en Séneca, su primera obra de tema romano.
Durante
la peste de Londres de 1592 (que los puritanos aprovecharon para
mantener cerrados los teatros hasta 1594), Shakespeare se retiró a
Stratford y desarrolló sus dotes poéticas. En 1593 publicó Venus y Adonis y en 1594 La violación de Lucrecia,
dos poemas largos, dedicados a su joven protector, Henry Wriothesley,
conde de Southampton, a quien se suele asociar con uno de los
protagonistas de los afamados sonetos. Según figura en los documentos,
en 1594 ya era miembro destacado de la mejor compañía de la época, la
Lord Chamberlain's Company of Players (Compañía de Actores de lord
Chamberlain), nombre tomado de su protector, y había escrito La fierecilla domada, Los dos hidalgos de Verona, dos comedias de inspiración italiana y una tercera, Trabajos de amor perdidos, ambientada en una Navarra imaginaria.
Shakespeare
empezó de actor en la compañía y aunque siguió haciéndolo hasta 1603,
nunca llegó a interpretar papeles principales. Sin embargo, la
experiencia debió serle útil. Como Molière, Brecht o Bulgákov,
Shakespeare fue un verdadero hombre de teatro: lo conocía desde dentro,
participaba en los ensayos, presenciaba los espectáculos y concebía sus
personajes pensando en actores concretos. Paralelamente a su éxito
teatral, mejoró su economía. Llegó a ser uno de los accionistas de su
teatro, pudo ayudar económicamente a su padre e incluso en 1596 le
compró un título nobiliario, cuyo escudo aparece en el monumento al
poeta construido poco después de su muerte en la iglesia de Stratford.
Entre 1594 y 1597 escribió Romeo y Julieta y El sueño de una noche de verano, dos obras de amor y de juventud, y los dramas históricos Ricardo II, El rey Juan y El mercader de Venecia.
En
1598 la compañía de Chamberlain se instaló en el nuevo teatro The Globe
(El Globo), cuyo nombre se uniría al de Shakespeare para siempre. Ésta
parece que fue la etapa más feliz del escritor, la época de las comedias
Mucho ruido y pocas nueces, Como gustéis, Las alegres comadres de Windsor (que según la leyenda fue escrita en quince días por encargo urgente de la reina), Noche de Reyes y Bien está lo que bien acaba, escritas todas entre 1598 y 1603. De estos años son también (como anticipando su próxima etapa) Julio César, Troilo y Crésida y su obra más famosa y perdurable, Hamlet.
A
la muerte de Isabel l en 1603, Jacobo I, hijo de María Estuardo y rey
de Escocia desde 1567, se convirtió también en rey de Inglaterra y la
compañía de Chamberlain pasó bajo su protección con el nombre de King's
Men (Hombres del Rey). A pesar del cambio de nombre y de protector, el
teatro mantuvo su carácter público: hicieron representaciones para todo
el mundo, incluso para la corte.
Ante tal éxito, la
compañía inauguró una pequeña sala cubierta en 1608, la Blackfriars, con
una entrada más elevada y para un público más selecto. Financieramente,
la compañía funcionaba como una sociedad anónima de la que Shakespeare
fue uno de sus más importantes accionistas. Debido a la buena
administración, su posición económica se afirmó aun mas: compró varias
propiedades en Londres y en Stratford, hizo distintas inversiones, entre
ellas algunas agrícolas, y en 1605 compró una participación de los
diezmos de la parroquia de Stratford, gracias a lo cual (y no a su
gloria literaria) sería enterrado en el presbiterio de la iglesia.
El último acto
Shakespeare
tuvo siempre obras en escena, pero nunca aburrió. Entre 1600 y 1610 no
dejó de estar en el candelero con sus príncipes impelidos a acometer lo
imposible, sus monarcas de ampuloso discurso, sus cortesanos vengativos y
lúgubres, sus tipos cuerdos que se fingen locos y sus tipos locos que
pretenden llegar a lo más negro de su locura, sus hadas y geniecillos
vivaces, sus bufones, sus monstruos, sus usureros y sus perfectos
estúpidos. Esta pléyade de criaturas capaces de abarrotar cielo e
infierno le llenaron la bolsa.
A fines de siglo ya
era bastante rico y compró o hizo edificar una casa en Stratford, que
llamó New-Place. En 1597 había muerto su hijo, dejando como única y
escueta señal de su paso por la tierra una línea en el registro
mortuorio de la parroquia de su pueblo. Susan y Judith se casaron, la
primera con un médico y la segunda con un comerciante. Susan tenía
talento; Judith no sabía leer ni escribir y firmaba con una cruz. En
1611, cuando Shakespeare se encontraba en la cúspide de su fama, se
despidió de la escena con La tempestad
y, cansado y quizás enfermo, se retiró a su casa de New-Place dispuesto
a entregarse en cuerpo y alma a su jardín y resignado a ver junto a él
cada mañana el adusto rostro de su mujer. En el jardín plantó la primera
morera cultivada en Stratford. Murió el 23 de abril de 1616 a los
cincuenta y dos años, en una fecha que quedó marcada en negro en la
historia de la literatura universal por la luctuosa coincidencia con la
muerte de Cervantes.
Los misterios de Shakespeare
Es
cierto que la juventud del poeta ofrece los pasajes más desconocidos
para el biógrafo. Sin embargo, los verdaderos misterios de su vida
pertenecen a aquellos años en que su carrera puede ser reconstruida con
bastante fidelidad. El más conocido de estos enigmas está relacionado
con sus Sonetos,
publicados en 1609, pero escritos, en su mayor parte, unos diez o
quince años antes. Uno de los protagonistas de los 154 sonetos es un
apuesto joven a quien el poeta admira mucho, y el otro es la famosa dark lady, "dama morena", que le fue infiel con el anterior.
Muchos
intentaron encontrar en estos poemas claves de la vida interior de
Shakespeare, pruebas de su presunta homosexualidad, afirmando que el
joven galán de los sonetos o, tal vez, la "dama morena" no era otro que
el conde de Southampton, mecenas del debutante autor, a quien le había
dedicado sus dos primeras obras poéticas. No se sabe con certeza quién
era el objeto de la adoración secreta del poeta. Sus únicas referencias
personales comprensibles y claras son menudencias: que sufría de
insomnio, que le gustaba la música, que reprobaba las mejillas pintadas y
el uso de las pelucas.
Otra
de las incógnitas es que sus años de más éxito social, económico y
profesional, entre 1603 y 1612, coinciden con la época de sus grandes
tragedias, sus obras más amargas y desilusionadas, como Otelo, El rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra, Coriolano y Timón de Atenas. Incluso la última comedia de estos años, Medida por medida, es más sombría que muchos de sus dramas. Además, sus últimas cuatro obras, Pericles, Cimbelino, El cuento de invierno y La tempestad,
su maravillosa despedida del teatro y del mundo, muestran una curiosa
incursión de elementos novelescos y pastoriles en su teatro, sin duda
bajo la Influencia de la nueva generación de dramaturgos como Francis
Beaumont o John Fletcher. Hay otras dos obras, Enrique VIII y Los dos nobles parientes,
ambas de 1612-1613, cuya autoría parcial suelen atribuírsele, ya que
según todos los indicios fueron escritas en colaboración con el joven
Fletcher, con las que el número de sus piezas teatrales sumarían 38.
Pero La tempestad es considerada universalmente como su última obra.
Sea
como fuere, lo cierto es que alrededor de 1613, es decir a los cuarenta
y ocho años de edad, en pleno poder de sus facultades mentales y en el
cenit de su carrera, Shakespeare rompió abruptamente con el teatro y se
retiró a su ciudad natal como podría hacerlo un pequeño burgués que
después de una vida de trabajo quisiera gozar de sus bienes en la
quietud campestre. Sus últimos años transcurrieron como los de un
respetado hidalgo rural: participaba en la vida social de Stratford,
administraba sus propiedades y compartía sus días con sus familiares y
vecinos.
Sus obras siguieron en cartelera hasta
después de su muerte, y debió conservar algún contacto, aunque sólo
amistoso, con el teatro. Incluso se dijo, según una leyenda registrada
casi medio siglo después, que murió a consecuencia de un banquete
celebrado en compañía de su colega Ben Jonson. Contradice a esta
historia el hecho de que un mes antes de su muerte dictara su testamento
rubricándolo con una firma temblorosa que permite imaginar que ya se
encontraba enfermo.
El testamento, extenso y
minucioso, está relacionado con el último misterio de la vida de
Shakespeare, aunque sea sólo menor y de orden anecdótico: después de
nombrar como heredero principal al marido de su hija mayor, Susan, y de
legar valiosos objetos de oro y de plata a su otra hija, Judith, dejó a
su mujer su «segunda mejor cama». Nadie ha podido descifrar el
significado verdadero de tan extraño legado, que, a su vez, dice mucho
del cariz del matrimonio del poeta.
La posteridad se
ha ocupado de Shakespeare más que de cualquier otro autor, y no sólo en
el sentido positivo. Muchos querían negarle la autoría de su obra
atribuyéndosela a espíritus más elevados, preferiblemente de origen
ilustre. A Voltaire y a Tolstói, por ejemplo, les irritaba no la persona
del poeta (o su origen plebeyo), sino su obra, que es lo contrario a
todo orden clásico, regla artística o realismo formal. Es la misma
libertad: verbal, dramática, emocional. Se expresa con veloces imágenes,
en una misma obra salta años, países y mares, cambia azarosamente los
hilos de la trama y alterna el tono cómico con el trágico. Su obra es la
perenne inquietud y su perspectiva, el infinito. Hace caso omiso de los
cánones de la composición porque obedece a unas leyes más importantes y
atávicas que las de la unidad de tiempo o de lugar. Nadie logró
inmortalizar a tantos personajes como ese dramaturgo que prácticamente
no llegó a inventar ni una sola historia propia.
En
una de esas metáforas asombrosamente plásticas que tanto abundan en su
obra, Shakespeare define la gloria como «un circulo en el agua / que
nunca cesa de agrandarse / hasta llegar a ser tan ancho / que se disipa
en la nada...». Pero la suya no fue así. No tendió a desvanecerse, ni
siquiera a languidecer: después del relativo desinterés por su obra en
los tiempos de moral puritana y de gusto neoclásico, a partir del
prerromanticismo se le volvió a descubrir de modo universal. Desde
entonces todas las épocas y estilos tienen su propio Shakespeare,
corroborando la predicción de su amigo y rival, Ben Jonson: «Él no era
de una época sino para todos los tiempos».