Adam Müller
Adam Müller nació en Berlín en 1779.
Estudió Derecho en la Universidad de Göttingen. En su época juvenil era
partidario del liberalismo de Adam Smith. En 1805 se trasladó a Viena,
donde desarrolló su obra hasta su muerte, en 1829.
Su obra más conocida es Die Elemente der
Staatskunst (Berlín, 1809), de la que existe traducción española (1).
Las citas que entresacamos en este artículo proceden de ésta edición en
castellano. También merece destacar Deutsche Staatsanzeigen (1816-1819).
La ideología de Müller es una mezcla de
medievalismo, estatismo y romanticismo: defensa indiscriminada de todos
los valores e instituciones de la Edad Media; catolicismo sentimental;
culto al Estado de clara raíz pagana, y todo ello expresado en ese
estilo exaltado, lleno de imágenes y algo confuso de los románticos.
El Romanticismo significó una reacción
contra las concepciones materialistas y racionalistas del hombre y de la
vida; destacó lo que el mundo y la existencia tienen de misterioso e
incomprensible. Este estado de espíritu, es el que Müller (y también
Gentz y Haller) (2) traslada al campo de la economía.
La influencia de Müller ha sido tan
intensa como insospechada. Influyó en F. List y sobre la Escuela
Histórica; el nacionalismo económico tienen en él un punto de arranque.
Su influjo político se ha dejado sentir igualmente, en el
tradicionalismo, el nacionalismo y en el fascismo.
II. Adam Müller: clasicismo político, Estado y ciencia
Adam Müller destaca especialmente dentro
del panorama delimitado por la llamada Escuela Histórica Alemana de
Economía. Si algunos de sus planteamientos pueden considerarse hoy en
día anacrónicos, otras de sus intuiciones fueron la impronta epifánica
que ayudó a constituir la ciencia económica con el rigor y amplitud
interdisciplinar con que la conocemos en la actualidad.
En contraposición con la metodología de
la Economía Clásica representada por Adam Smith, Müller sostiene que el
hombre actúa por medio de una articulación de índole social donde se
realiza la posibilidad de sus anhelos, luego la perspectiva social no
puede ser ignorada para comprender a la propia economía, ya que ésta es
parte del orden primordial y no mera consecuencia de la búsqueda de la
riqueza. Todo orden social sería, entre otras cosas, económico, pero de
tal forma que la economía pura sería una mera abstracción (útil tan sólo
para un marco de trabajo de aplicación operativa o analítica) que
disgregaría aspectos, factores y elementos que de suyo siempre se
encuentran agrupados e integrados en un todo orgánico (3). Por ello, el
sentido genuino del Derecho, de las costumbres, de la concepción del
Estado perman ecerán ignorados si no llegamos a descubrir primero la
trabazón y las correlaciones específicas entre todas las creaciones del
civilizador de la humanidad, donde la economía es un aspecto más.
Pero el epicentro paradigmático y la
clave descifradora de la cultura humana, entendida como tendencia
natural y como re-creación artificiosa en su plenitud racional, se
encontraría, según A. Müller, en el Estado: “El Estado es la totalidad
de los asuntos humanos, su conexión en un todo vivo”. Esta realidad
superior del Estado no es una hipóstasis absorbente, ni una plenitud
transfiguradora al estilo del estatismo hegeliano, sino que todo valor
humano está permanentemente presente en la actuación del Estado; el
carácter humano procurará no apartarse en ningún punto esencial del
carácter civil. El Estado, para ser fecundo, debe ser sentido e
interpretado como fenómeno de vida humana, por consiguiente debemos
desechar los falaces límites, vanos, generados por las teorías políticas
ajenas al pálpito de la vida, porque turban la vista con la voraz p
arálisis de las meras abstracciones.
Así, el Estado se convierte en un ente
con vida y finalidad propia: “La constitución de un Estado es algo tan
grande, vario e insondable, que debe justamente extrañarnos el
apresuramiento y la ligereza con que se lleva a cabo su estudio en la
actualidad (…). Pero ¿es posible considerar al Estado como una máquina, y
sus miembros como un inerte juego de ruedas? ¿O como un edificio, y sus
partes constitutivas, tan delicadas y sensibles, como piedras frías que
el cincel tiene primero que labrar y la escuadra, luego, que ordenar?
Si tratamos de describir la primera sensación que el espectáculo de la
sociedad civil nos produce, tendremos que recurrir forzosamente a los
dominios del arte” (4)
Para Müller, debemos sobrepasar estos
límites del acumulado escombro utópico antes de mostrar los límites
verdaderos: “Aquellos que, lejos de impedir el movimiento del Estado, lo
estimulan”. Paradójicamente, la utopía política cercenaría
posibilidades magníficas de progreso, abortándolas, e indicaría
horizontes de ilusión colectiva que serían un puro escenario de
representación donde la mueca y la máscara sustituirían al gesto y al
rostro de lo que cristaliza en la realidad reflejando el sol fecundo y
no bañándose en las brumas del sueño de la noche (utopismo que puede ser
presuntuoso racionalismo conceptualista en sus formas de Liberalismo o
Socialismo). Un Estado verdadero es consciente de sus auténticos
límites, que guían al político práctico y al legislador “en cuanto
tienen que resolver el asun to más nimio o decidir el caso jurídico más
insignificante”. Cuando la teorización, desvertebrada, no se ancla en
los hechos, en las vivencias y en las experiencias, necesariamente
considerará los límites del Estado erróneamente, distorsionándolos y
dándoles una consistencia fija; arrebatándoles la vida y el crecimiento
y, por consiguiente, perturbando la acción del político.
La Ciencia Política alcanza su conciencia
máxima en el Estado, y éste en aquella: “Ciencia y Estado serán lo que
tienen que ser cuando formen una unidad, como el alma y el cuerpo, que
son una cosa en la misma vida, y sólo el concepto es quien los disgrega
mortalmente” (5).
Y no sólo la Ciencia Política, sino todas
las ramas del vigoroso árbol del saber deben entroncarse con el impulso
de la savia vivificante que emana de la experiencia de la vida social.
Patria y Estado son sentimientos y razonamientos grávidos de
conocimiento y de saber integrados: “Esto es lo que hizo grande la
ciencia de los antiguos, y tan menguada, tan confusa, tan muerta la de
los alemanes de hoy”.
A. Müller afirmará que las
manifestaciones aurorales de las ciencias naturales en Francia y
Alemania habían tenido, con Lavoisier y Schelling, un impulso especial
debido precisamente a que supieron sintonizar selectivamente con lo
mejor del espíritu conformador de sus pueblos. Müller, adelantándose
prodigiosamente a la sociobiología de E. O. Wilson, afirmará que es la
“historia natural del Estado” la que nos puede ofrecer otras
perspectivas esclarecedoras que fecunden y abonen otros campos de
estudio propios de las ciencias naturales. De esta forma, la ciencia se
hubiese mantenido muy cerca “del corazón y de los hombres aún en sus
especulaciones más profundas, y hubiese conservado su equilibrio y su
vivacidad”.
III. El organicismo económico
El pensador alemán considerará que el
concepto de dinero de Adam Smith representa un gran paso frente a las
ideas predominantes en torno al mismo en su época. Pero, por otra parte,
el sistema del economista británico no podrá eludir la maldición que
pesa sobre todos los sistemas de su época. Müller reprochará a Smith su
tratamiento del factor trabajo como un concepto y no como una idea, con
lo cual se perdía, con graves consecuencias, la flexibilidad y la
necesaria capilaridad entre la vida real y los esquemas del pensamiento.
Según el organicismo de Müller, la economía clásica británica debió
ampliar el contenido de su visión del trabajo: “Hasta que toda la vida
nacional le hubiera aparecido como un único gran trabajo”. El trabajo
individual estaría por lo tanto en permanente relación con el “Trabajo
Nacional”, y cada uno sería causa recíproca del otro. El planteamiento
de economía orgánica que hace Müller implica un Estado orgánico que
constituye y encauza la fuerza social que necesariamente se expresa en
círculos concéntricos bien trabados por su propio impulso natural. Por
ello, Müller somete a crítica y eleva a rango de ideas lo que eran meros
conceptos esclerotizados en la tradición económica inglesa, tales como:
riqueza, dinero, trabajo, producción,…
El “sentido reverencial del dinero” de
nuestro Ramiro de Maeztu parece tener uno de sus máximos precedentes en
el pensamiento de Müller, que ve en el “contrabalanceo” entre el dinero y
la letra de cambio, el papel moneda, el valor y el crédito; entre el
dinero efectivo y el simbólico, junto con las consecuencias comerciales
redistributivas y ampliadoras de la eficacia económica que traen
consigo, un hermanamiento entre los hechos económicos reales y los
hechos espirituales ideales. En el dinero confluirían el interés
individual con las necesidades del todo nacional. El dinero,
paradójicamente, humanizaría la vida colectiva frente a las tesis
rousseaunianas de corrupción de la sociedad, y al mismo Estado, ya que
al ser el dinero símbolo “verdadero y vivo”, posibilitaría la más
precisa expresión de las conexiones ideales de todos los principios, qu e
es uno de los significados, según este economista romántico, de la idea
misma de Dios (6).
La teoría organicista de la economía de
Müller critica tanto la hipótesis de la teoría mercantilista acerca de
lo productivo, como los planteamientos de las escuelas fisiócratas o
Smithiana, ya que todos estos “sistemas conceptualistas” padecen el
grave estigma de considerar la economía como un mero proceso
mecanicista. La identificación que Smith hace entre productividad
real-material y productividad económica, le parecerá a Müller un error
que malograría el desarrollo de posteriores razonamientos en el avance
del conocimiento científico. Este reproche se explicitará así: “Las
necesidades espirituales, aunque intervienen directa, viva e
ineludiblemente en la producción que él (Smith) trata de abarcar, queda
al margen de la economía, y el importante comercio espiritual queda
fuera de la teoría de la riqueza de las naciones”.
La Ciencia Económica no podría, para el
organicismo romántico alemán, basarse en la mera producción de cosas,
sobre el simple valor de cambio. Es preciso descubrir la energía
espiritual del hombre, que en el orden cívico y en la libre iniciativa
articula la posibilidad óptima convertida en realidad, donde lo social y
lo personal apaciguan su distancia a la par que se autoafirman en esa
interrelación. Vuelta a la savia primigenia (espíritu de unidad no
homogeneizadora) y decidida reacción diversificadora, donde la propia
libertad se expande en sus ramajes fecundos dando sombra a todo el
cuerpo social, que es su propia base y su propio sustento.
El valor económico no se podrá
fundamentar exclusivamente en el mercado, ya que la utilidad privada y
social, en ocasiones, transciende al mecanismo del mercado, aunque sea
un magnífico procedimiento de asignación de recursos y servicios.
Un capítulo de especial interés en la
obra de Müller es el que hace referencia a sus ideas en torno al
“capital espiritual”, donde la concepción clásica de riqueza se ve
desbordada por su tesis en torno a los “bienes inmateriales recibidos
del pasado”: las tradiciones de la sociedad, la realidad nacional, el
lenguaje, el carácter del pueblo y diferentes aspectos no materiales de
la cultura.
Riqueza, por cierto, hoy en día, en grave
peligro de liquidación y decadencia, declinación penosa en nuestra
España, esperemos que episódica y momentánea debilitación de nuestra
conciencia nacional, porque, como decía E. D’Ors: “España no puede
morir”. Pero si no concebimos que nuestra riqueza económica está en
nuestro ser nacional y que incluye y presupone nuestra lengua, nuestro
afán colectivo de mejora y nuestra cultura, hoy más que nunca
necesitados de defensa, no podremos potenciar nuestra riqueza, porque
nos resultará ya ajena e impersonal. Y esa riqueza volatilizada es la
que alimenta al sistema mundialista, desangrando a los pueblos y a las
naciones.
Notas
1. MÜLLER, ADAM, Elementos de política, Ed. Baxa, Madrid, 1935
2. Para un estudio más extenso se puede
consultar SPANN, OTHMAR: Die Hauptheorien der Volkwirtschaftslehre
(Heidelberg, 1949; existe versión española: Historia de las doctrinas
económicas, Madrid, 1934), capítulo VIII sobre Adam Müller.
3. Planteamiento también defendido por
los resultados de la Nueva Ciencia Económica, fruto de la aplicación de
métodos interdisciplinares. Tal es el caso de las conclusiones de Gary
S. Becker, premio Nobel de Economía en 1992. Las ideas de Becker están
expuestas, entre otros textos, en: BECKER, GARY S., The economic
approach to human behaviour, University of Chicago Press, Chicago, 1976.
4. MÜLLER, A.: Elementos de política, Madrid, 1935, pp. 5 y 6.
5. La incomprensión de la naturaleza del
Estado es, según Müller, uno de los grandes defectos de Adam Smith: “El
famoso libro de Adam Smith…, su doctrina de la libertad de comercio y de
la industria no tienen bastante en cuenta la personalidad cerrada de
los Estados, su carácter distinto y su ineludible actitud bélica entre
sí” (op. cit. pág. 15). Por ello, Müller se opone al librecambio;
defiende la protección de la industria nacional e incluso la prohibición
de cierto comercio exterior, cuando tales medidas sirvan para dar
carácter nacional a la riqueza de su pueblo.
6. Por otro lado, Müller combate la
vigencia única del derecho romano de propiedad, según el cual las cosas
pertenecen a una persona de manera absoluta y están completamente a su
servicio. Hace el elogio de las vinculaciones familiares y de los bienes
colectivos. Al lado de la propiedad privada, de tipo romano, debería
existir la propiedad corporativa y la familiar.
por Luis Fernando Torres
por Luis Fernando Torres
Revista Hespérides, primavera 1995, pp. 123-130