Nicolás Gogol
( 31 de marzo de 1809, Velyki Sorochyntsi, [Imperio Ruso, actual Ucrania] + 4 de marzo de 1852, Moscú, Rusia ) Nacido en el seno de pequeños terratenientes,
mostró desde muy joven una acusada vocación literaria: editó a su
consta el poema Hans Küchelgarten (1829), que pasó inadvertido
para los lectores y la crítica. Este primer fracaso literario le inclinó
a seguir la carrera burocrática. Pero en 1831, tras la publicación de
sus relatos recopilados en Las veladas de Dikanka, dejó de ser
funcionario ministerial para aceptar una cátedra de historia en el
Instituto pedagógico de San Petersburgo. Un año después, tras la
aparición de la segunda parte de Las veladas, su nombre literario ya volaba en lenguas de la fama: Zhukovski y Pushkin se
habían hecho eco de estos cuentos del joven Gógol, cuentos basados en
leyendas tradicionales de su Ucrania natal. En ellos, un entorno natural
envuelve las peripecias de unos personajes sencillos, regidos por la
serenidad de su armónica existencia.
En 1835 vieron la luz otras dos colecciones de relatos, Mirgorod y Arabescos. En la primera de ellas (compuesta por cuatro narraciones) aparece la historia de Taras Bulba, uno de los personajes más célebres de Gógol. Ahora, el tono de sus relatos ha cambiado por completo: lejos de la serenidad que envolvía a sus anteriores personajes, los de Mirgorod están llenos de conflictos sociales. En Arabescos -varios ensayos críticos y tres cuentos: La perspectiva Nevski, El diario de un loco y El retrato-, se recoge la turbulenta vida de los ciudadanos petersburgueses, rodeados siempre por la corrupción, la infelicidad y la alienación. La ciudad atormenta a sus pobladores: los trabajadores sufren la presión hostil de la alta burocracia, poderosa maquinaria cuyos imparables engranajes trituran una y mil veces todo lo que cae bajo su férreo control. No es de extrañar que la locura o la muerte sea, en medio de esta hostilidad ambiental, la única escapatoria. En una ampliación posterior, Arabescos incluirá también La nariz y La calesa (publicados en 1836 en la revista El Contemporáneo), y El capote, aparecido por vez primera en 1842.
El capote es un relato extraordinario, tan sobresaliente en la literatura rusa del siglo XIX, que el mismo Dostoievsky aseguró que "todos hemos salido del capote de Gógol".
Su protagonista, Akaki Akákievich Bashmachkin, es un mediocre
funcionario cuya precaria situación económica le obliga a pasar
privaciones para poder adquirir un capote nuevo. Cuando al fin lo
consigue, es víctima de un ladrón que se lo arrebata. Bashmachkin muere
de frío, no sin antes haber experimentado la vejación de ser ignorado
por quienes no hacen nada por recuperar su capote. Su fantasma vaga por
las calles de San Petersburgo, robando los capotes de sus inmisericordes
convecinos.
Teatro
Aficionado al teatro desde sus prematuras frustraciones literarias, dejó inconclusa una primera comedia (Vladimir de Tercer grado) que luego aprovechó para descomponer en cuadros independientes (La mañana de un hombre de negocios, El proceso, La habitación de los criados y Fragmento). También comenzó a escribir Los novios, que luego reelaboró en El matrimonio y publicó en 1842. Aquel mismo año vio también la luz Los jugadores.
Pero su primer estreno, acaecido en 1836, lo constituyó El inspector
(1836), pieza que, como el resto del teatro de Gógol, retoma la tesis
de sus mejores relatos: la aberrante vida urbana, dominada por la
corrupción del funcionariado y los intereses de los poderosos, es lo que
pervierte al ser humano. El hombre se ve obligado a suplantar una
vivencia que no le pertenece, pero siempre como víctima de esa sociedad
hostil en la que naufraga su existencia. Lo que ocurre en el teatro de
Gógol, frente a su prosa, es que este mensaje se presenta a través de
artificios humorísticos, con ánimo de corregir las injusticias de la
vida a través de la sátira. Por desgracia, pocos espectadores supieron
captar esta finalidad censora en la dramaturgia de Gógol: el estreno del
El inspector defraudó las expectativas del propio escritor,
quien creyó ser consciente de haber sido tomado por un mero autor de
teatro festivo.
A raíz de este "fracaso" en los dominios de Talía, Gógol sufrió
una crisis que le impulsó a marcharse al extranjero. Establecido durante
un largo período en Roma, se dispuso a escribir la novela que habría de
suponer su consagración definitiva, Las almas muertas (1842). Concebida, en un principio, como un largo poema que, a la manera de la Commedia dantesca,
habría de estructurarse en tres partes coincidentes con el infierno, el
purgatorio y el paraíso, a la postre quedó reducida sólo a la primera
de ellas y a varios fragmentos de la segunda (que se han conservado
después de que el propio Gógol quisiera destruirlos). La novela
constituye un extenso y minucioso fresco del paisaje, los pobladores y
las costumbres de su Rusia natal, representada aquí como un territorio
infernal donde todo parece haber sido calculado para degradar al ser
humano, impidiéndole a toda costa el desarrollo de las virtudes que
posee. Pero, más allá de la prosaica realidad de una nación y una época
determinadas, Las almas muertas representa toda la mezquindad de
la condición humana, sea cual sea el tiempo y el lugar en que se encarne
(de hecho, no aparece en todo el texto ni un solo topónimo concreto que
permita ubicar en la geografía rusa los hechos narrados).
Novela
Paradójicamente,
el éxito cosechado con esta novela contribuyó a inclinar el precipicio
por el que ya se iba despeñado la frágil salud física y psíquica de su
autor; el cual, atormentado por la necesidad de ofrecer en sus mensajes
literarios una prédica redentora, renegó de sus escritos anteriores y
recopiló su pensamiento religioso, filosófico y literario en Fragmentos selectos de la correspondencia con sus amigos
(1846). Esta obra fue mal recibida por quienes habían aclamado su
producción anterior, decepcionados por la involución de un autor que
había caído en un paroxismo religioso próximo a la demencia. En efecto,
Gógol, cada vez más involucrado en un cristianismo ortodoxo,
reaccionario y filozarista, emprendió un viaje a Tierra Santa del que
regresó sumido en una crisis mística que, rayana en la locura, puso fin a
sus quebrantos físicos y a sus zozobras espirituales.
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