Thomas Carlyle: Sartor Resartus
Considerado "el profeta de la era victoriana", Thomas Carlyle dejó una sola obra de ficción: Sartor Resartus.
Un libro en el que el historiador británico crea un juego literario
para reflexionar sobre el vestido. Un autor que escribe sobre un libro
inexistente.
Thomas Carlyle (1795-1882) forma, junto con el ensayista John Ruskin, el
poeta Mathew Arnold y el novelista Charles Dickens, el cuarteto
representativo del Romanticismo Idealista en las Letras Inglesas. Los
dos primeros pertenecen a un acervo puritano que les lleva a convertirse
en añorantes de tiempos anteriores (Carlyle vuelve sus ojos a la
tradición germánica, como se evidencia en Sartor Resartus, y
Ruskin hacia el medievalismo) y los otros dos mantienen una actitud más
abierta, a la que no ha de ser ajena su dedicación a la creación
literaria. Los cuatro fueron admirados y reconocidos por la sociedad
victoriana, pero Carlyle puede considerarse el campeón de la voluntad,
del "querer es poder", muy propio de un espíritu calvinista como el
suyo.
Sartor Resartus (el sastre remendado) es un libro
inclasificable, caótico, apoyado en la filosofía del idealismo alemán,
soberbia y complicadamente escrito que en ocasiones abruma; en otras,
cansa, y en conjunto, divierte y fascina a partes iguales.
Carlyle emplea un artificio que luego será muy utilizado: el del
libro escrito sobre otro inexistente. En este caso se trata de un libro
titulado Die Kleider ihr Werden und Wirken (el vestido, su
origen e influencia) del que es autor Diógenes Teufelsdröck (Hijodediós
Estiércoldeldiablo), Doctor en Derecho Civil y Canónico, y editado por
Stillschweigen un Co. (Guardasilencio y compañía), Weissnichtwo, 1833
(Nosesabedónde, 1833). Con la transcripción de su ficha editorial, sólo
pretendo dejar ya en claro cuál es el tono.
El libro está dividido en tres partes. La primera trata de las
dificultades del editor para hacer llegar el mensaje del libro a sus
contemporáneos ingleses, dificultades que provienen del escaso
entusiasmo receptivo que espera encontrar en ellos, pero también -y aquí
entra la vena de humor que no abandonará nunca- de las dificultades de
comprensión del propio libro; cito un ejemplo que, a su vez, lo es
también del estilo de Carlyle: "Ardientes pensamientos brotan en forma
de Palabras ardientes, como otras tantas Minervas surgidas entre llamas y
esplendores de la cabeza de Júpiter; una dicción rica e idiomática,
alusiones pintorescas, una orgullosa afectación poética o extraños
juegos de palabras, todas las gracias y terrores de una Imaginación
indomeñable unida al más lúcido de los Intelectos se alternan en
hermosas vicisitudes. ¡Lástima que los interrumpan con tanta frecuencia
otros tantos pasajes aburridos y soporíferos, circunloquios,
repeticiones e incluso toques de pura jerigonza senil!". En realidad es
un juego consistente en denigrar elogiando y elogiar denigrando, lo que
convierte al libro en una fascinante y desenfadada locura. El editor se
dedica a desentrañar el libro para el lector, en glosarlo y citarlo y el
resultado es un texto, leído hoy, posmoderno.
La parte segunda es la biografía del profesor Teufelsdröck,
espléndida utilización de lo grotesco (tan caro a la literatura alemana,
por cierto) y la tercera contiene el pensamiento de la magna obra
glosada: una Filosofía del Vestido. Si el vestido es un artificio que
manifiesta un modo de ser social, el lenguaje es el vestido del
pensamiento ("todo lo emblemático es propiamente vestido, tejido a mano
con el Pensamiento"), el cuerpo lo es del alma y el mismo cosmos es un
tejido del Tiempo. Bajo el aspecto de una formidable broma, Carlyle hace
un repaso a la sociedad en que vive y a todo ese utilitarismo que
destilan los nuevos tiempos, y que se viene encima de la mano del
naciente industrialismo, en demérito de los grandes ideales de épocas
precedentes. La broma es hilarante unas veces, feroz otras, construída
con un ingenio y un estilo singulares. La idea de la "filosofía
indumentaria" viene de otro gran humorista, Jonatahn Swift, pero quien
está detrás de la escritura de Carlyle es Laurence Sterne, sin duda
alguna; de ahí nace mi sugerencia de que su lectura actual es
posmoderna.
En cuanto al estilo, al que debe un parte importante de su valor
dentro de la literatura inglesa, es verdaderamente único; desde el uso
de mayúsculas, cursivas, signos de puntuación, omisiones tendentes a
realzar la sugerencia de la frase, germanismos hasta los comparativos o
superlativos inesperados, los neologismos, ritmo tan peculiar y
accidentado... en fin, es una verdadera exhibición que, aunque a veces
parezca caer en el amaneramiento, supone una libertad de lenguaje tan
alegre y retorcida como el propio texto. Era bien difícil traducir todo
esto y es necesario mencionar el esfuerzo (y el resultado) excelente de
Miguel Temprano García para poner al alcance del lector español a este
gran clásico del romanticismo inglés.