Federico II Hohenstaufen, el rey sabio


Federico  II  de  Alemania,  de  la  dinasa  de  Hohenstaufen,  nieto  del  famoso emperador Federico Barbarroja (que murió ahogado en el verano de 1189 mientras se bañaba en el río Salef, durante la campaña de la Cruzada contra el Islam), probablemente haya sido el rey más culto y sabio que haya existido jamás. Constituye, sin duda, una de las figuras más interesantes de toda la historia universal. No en vano fue apellidado, no lo El sabio, sino también Stupor mundi, asombro del mundo.

Enrique VI, su padre, había muerto joven, en 1197, cuando él contaba solamente tres años de edad. Constancia, su madre, viendo que se desmoronaba el imperio, asumió la regencia del reino de poles y Sicilia, que le correspondía por herencia. Esta mujer no simpatizaba con los alemanes, y despidió a los consejeros de esta nacionalidad que había  llevado  su  esposo. Se  alió  con  el  papa  Inocencio  III,  hombre  enérgico  que consideraba al  papado  por  encima  de  reyes  y  emperadores.  Sin  embargo,  un  año después Constancia murió y el papa que como regente del reino y tutor del pequeño Federico.
Hasta que el príncipe llegó a la mayoría de edad, en 1208, Inocencio fue el verdadero soberano de Sicilia, e incluso de toda Italia, aunque hubo de luchar con los partidarios de Enrique VI para mantener su poder. Fue en esta época cuando el poder temporal del papado alcanzó el máximo apogeo y esplendor llegando a dominar toda Europa. Justo es reconocer el gran genio político de Inocencio III, superior al de cualquier monarca de su tiempo.
En el año 1212, hubo de desplegar toda su energía para conseguir proclamar rey de Alemania a su protegido Federico II, al que sin embargo había tenido que parar los pies, pues se había inmiscuido demasiado en los asuntos eclesiásticos. Un años antes de morir, Inocencio convocó uno de los más importantes concilios que se han celebrado, el IV Concilio de Letn, al que asistieron los patriarcas de Constantinopla y Jerusalén, más de 500 obispos y un mero aún mayor de abades mitrados. En él se promulgó la IV Cruzada.



El entusiasmo de los pueblos de Europa para ir a conquistar los Santos Lugares, había disminuido en gran manera. Y fue entonces cuando tuvo lugar un hecho curioso que fue denominado la Cruzada de los Niños. Al conjuro del famoso grito de los cruzados, “¡Dios lo quiere!, surgió la figura de un pastorcillo de Vendôme, que recorriendo pueblos y ciudades, consiguió reunir en torno suyo una multitud de niños. Sus padres no lograron retenerlos y las gentes les daban a su paso limosnas y bendiciones. Bastantes adultos se unieron a ellos y, cuando llegaron a Marsella, eran más de treinta mil.
En dicha ciudad dos comerciantes se ofrecieron a embarcarlos, para llevarlos a Tierra Santa, a bordo de siete navíos. Una vez embarcados, dos de los barcos fueron a parar a Cerdeña, y los otros cinco consiguieron llegar a Egipto. Una vez allí, los dos taimados comerciantes vendieron a los niños como esclavos. Cuando años más tarde Federico II organizó otra  cruzada,  estos  mercaderes  fueron  hechos  prisioneros, castigándoseles después con la horca, por orden directa del emperador.
Aún hubo otra cruzada de niños en Alemania, predicada por un niño de Colonia. Con unos veinte mil muchachos atrave los Alpes, entrando en Italia.. Pero al no conseguir embarcar pasaron grandes fatigas, muriendo muchos de ellos cuando retornaban a su país. Se dice que la famosa leyenda del encantador de ratas de Hamen, tiene su origen en estos acontecimientos.
Cuando Inocencio  III exhortaba a los cristianos para que imitaran el ejemplo de los niños, le sorprendió la muerte en 1216.
Volviendo a nuestro principal personaje, Federico II,  muchos historiadores le han considerado como un monarca moderno, dotado de una gran personalidad y sin parecido con ningún otro. Tras la muerte de su padre, permaneció en Sicilia, donde fue educado. Aunque perteneciente a la saga de los Hohenstaufen, fue sin embargo la influencia de la cultura  normando-árabe la  que  intervino  fundamentalmente en  la  formación  de  su personalidad. Tanto su madre, como el papa Inocencio III, hubieran deseado que Federico se desentendiera de Alemania y se dedicara a reinar solamente en Sicilia.
Durante su formación, el joven príncipe aprendió los idiomas que se hablaban en Palermo, la capital: siciliano, lan, italiano, griego, árabe y francés. Se empa de las culturas clásica, oriental y cristiana, con unas grandes ansias de saber. Adquirió un carácter dominador, frío y calculador, con una gran seguridad en mismo. Aunque a veces parecía cruel, como su padre, otras mostraba su sinceridad, franqueza y honradez, como su abuelo Barbarroja.
A los catorce años de edad tenía ya los conocimientos de un hombre. No solo se dedicaba al estudio, sino que destacaba en toda clase de ejercicios físicos: esgrima, tiro al arco, equitación, caza... Su alegría y buen humor cautivaban a toda clase de gentes, aunque ello no obstaba para que en determinados casos y circunstancias, manifestara cierta dureza. Ya rey, convirtió su corte en un gran centro de cultura y arte..
Hubo de luchar con energía contra Otón IV que había sometido sus posesiones del norte  de  Italia  e  incluso  amenazaba  su  propia seguridad en  Sicilia.  Pero  entonces intervino el papa excomulgando a Otón y, diplomáticamente, en la propia Alemania, siendo ayudado en esto por el rey Felipe Augusto de Francia. Como consecuencia de ello  los  príncipes  electores  destituyeron a  Otón  en  el  año  1212,  eligiendo  rey de Alemania a Federico II, quien aceptó el nombramiento. Marc éste a  Alemania, donde fue acogido con afecto y entusiasmo.
Al contrario que Otón , se portó magnánimamente con sus súbditos, y, contando con el  apoyo del  papa  y de  Felipe Augusto, pronto se  hizo dueño de  toda Alemania. Solamente Inglaterra había apoyado a Otón, ya que la madre de éste era hermana de Juan Sin Tierra. Al ser vencido en la batalla de Bouvines,   Otón perdió todas sus posibilidades. Murió en 1218.
Durante unos años, Federico goberel país de su padre con firmeza y eficacia. Sin embargo, no le agradaba vivir allí; echaba de menos la alegría y la luminosidad de Sicilia, donde se había criado y educado. La fría y sombría Alemania le provocaba escalofríos. Tanto es a que lo residió en ella durante nueve años de su vida.
En el año 1220 Federico abandonó el país germano y, de paso para Sicilia, se detuvo en Roma para ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Él sabía que este título se lo debía a Alemania.
Llegado a Sicilia, Federico se dedicó a reorganizar la administración  de la isla y el sur de Italia, buscando nuevos recursos económicos  a través de impuestos, monopolios y concesiones. También trató de elevar el nivel cultural de sus súbditos, rodndose de sabios, eruditos y poetas. Palermo se convirtió en un gran centro cultural, en el que, tanto cristianos como musulmanes y judíos, trabajaron juntos.
Federico fundó en poles la primera universidad del Estado, ya que las demás eran instituciones  locales  o  a  cargo  de  la  Iglesia.  Se  creó  en  Palermo  una  escuela  de Medicina, con aportaciones de la ciencia griega y árabe. En realidad ya exisa desde mediados del siglo  IX, pero con Federico  II tuvo una gran reactivación. También funcionaba  una  escuela  de  Obstetricia.  Hasta  las  mujeres  podían  estudiar  en  las universidades y de hecho destacaron como profesoras y en el ejercicio de la medicina. Esta profesión lo podían ejercerla quienes se habían graduado oficialmente.
El  ilustre  emperador  era  un  apasionado  por  las  ciencias  de  la  Naturaleza  y  la zoología, especialmente. Poseía un parque zoológico, en el que había animales selváticos: elefantes, jirafas, leopardos, camellos y animales exóticos. Algunos de ellos fueron los primeros que se vieron en Europa.
Pero su pasión principal lo constituía la cetrería. Sobre ella realizó una gran obra titulada: El arte de cazar con la ayuda de pájaros, que contribuyó en gran manera al progreso de las ciencias naturales. En la obra reflejaba sus observaciones sobre la vida de las aves, estudiando su morfología, anatoa, sus costumbres y distribución geográfica; asimismo sus migraciones y formas de vuelo. Dedicó a la cetrería una parte de la obra, indicando las aves que se usaban para ello, en especial los halcones, de los que poseía especies de varios países. Señalaba que las aves que vivían en las regiones frías del norte eran más bellas, fuertes y pidas que las del sur.
Federico basaba todas sus aportaciones en la experiencia. Dudaba de los conocimientos de  Aristóteles sobre la  Naturaleza,  que,  según  él,  lo  conocía  de oídas.
Esta  obra  tan  importante fue  ilustrada con  centenares  de  dibujos policromados, realizados la  mayoría por el  mismo emperador., pues también era  un gran artista. Además de las aves, realizó observaciones detalladas sobre muchas especies animales.
Tal era la pasión de este hombre por el saber en todas sus formas que hasta mandó estudiar el fondo de los mares y el interior de la Tierra. Ni las leyes de la Naturaleza se salvaron de sus investigaciones.
Pero no hay que olvidar que Federico, aparte de sabio, también era un emperador con grandes responsabilidades políticas. El papa Inocencio III había promovido una nueva cruzada a Tierra Santa, la VI, solicitando medios financieros a conventos, obispos y cardenales. Él mismo prometió entregar para la causa la décima parte de sus rentas. Pero este ponfice murió sin ver realizados sus proyectos, los cuales fueron continuados por su sucesor, Honorio III.
Pero las promesas de financiación no se cumplieron, ni tampoco se pudo contar con jefes militares competentes. La mayoría de los que se alistaron eran enfermos, ancianos, clérigos, bandoleros y gran parte de la hez de la sociedad. Los expedicionarios consiguieron llegar a Egipto, pero no pudieron pasar de allí; muchos fueron hechos prisioneros o murieron.
El papa pidió ayuda al emperador, quien se la prometió aquel mismo año de 1219. Pero la empresa se fue retrasando y a pesar de la continua insistencia del papa, Federico no decidió embarcar hasta el año 1227, en Brindisi. Pero allí mismo sus tropas fueron diezmadas por la peste, de la que enfermó el propio emperador. Hubo de retrasar el embarque, deteniéndose en Otranto. Enterándose de ello el nuevo papa, Gregorio IX, le excomulgó, haciendo caso omiso de las explicaciones de Federico.
Al fin, en la primavera de 1228, volvió a ponerse en marcha la cruzada, partiendo hacia Siria.
Aprovechando la ausencia y la lejanía del emperador, el papa promovió disturbios en contra de la autoridad de Federico II, tanto en Italia como en Alemania. Se reacti la antigua Liga Lombarda, dirigida por la ciudad de Milán, teniendo al papa como principal aliado. No obstante, algunas ciudades, entre ellas Cremona, permanecieron fieles al emperador.
Las noticias de que Federico había obtenido victorias en Siria, neutralizaron en gran manera los manejos de Gregorio IX, aunque con sus tropas y la ayuda de los lombardos, invadió Sicilia. Extendiendo la falsa noticia de la muerte del emperador en Tierra Santa, logró apoderarse de gran parte del reino, sin necesidad de lucha.
Mientras tanto, Federico II había desembarcado en San Juan de Acre, donde los musulmanes se espantaron creyendo que el emperador llegaba con un ejército muy numeroso. En realidad solo disponía de unos diez mil soldados, entre caballeros e infantes. Apenas desembarcados, tanto los monjes, como los templarios y hasta el mismo patriarca de Jerusalén, incitaron a los  cruzados en  contra del  excomulgado emperador. Éste se vio obligado a aliarse con el sultán de Egipto, que era uno de los hijos de Saladino y estaba enemistado con su sobrino el sultán de Damasco.
Federico, debido a su don de gentes, su gran cultura, y al conocimiento del idioma y costumbres árabes, despertó la  simpaa del  sultán de  Egipto, consiguiendo que le cediera las ciudades de Jerusalén, Belén, Nazaret y Sidón, además de otras plazas y castillos.
La Ciudad Santa fue a liberada y Federico fue coronado rey de Jerusalén. Curiosamente, un  monarca  excomulgado había  conseguido lo  que  ningún otro  rey cristiano había logrado desde que Saladino tomó la ciudad. Y lo había conseguido a pesar de la Iglesia.
Su amigo el sultán le regaló un gran planetario, que hacía girar el sol, la luna y los planetas,  según  las  supuestas  leyes  de  la  armonía  universal.  Federico  se  mostró satisfecho y orgulloso con este obsequio. Al mostrar su conocimiento y admiración por la cultura y civilización árabes, consiguió la simpaa de los musulmanes, a los que consintió su culto en la mezquita de Jerusalén.
En el verano de 1229, Federico regre y desembarcó en Brindisi. El papa y sus aliados se asustaron y se refugiaron  en los Estados Pontificios. Sin embargo, Federico no quiso aprovechar la ocasión de apoderarse fácilmente de los dominios del papa y con su habitual diplomacia indujo al ponfice a firmar un armisticio. Al emperador le interesaba  que  se  levantara  su  excomunión.  Para  ello  hubo  de  hacer  algunas concesiones, entre ellas eximir de impuestos a los clérigos de Sicilia.
Establecida la paz,  Federico  se dedicó entre otras cosas a recopilar todas las leyes sicilianas, fundiéndolas en un Código, que realizó en 1231 con el nombre de Constituciones para el reino de Sicilia”, basado en gran parte en las antiguas leyes normandas y en decretos imperiales recientes. Se añadieron algunas leyes nuevas.
Esta  legislación  sirvió  después  de  modelo  a  otros  países  europeos.  Las  leyes protegían a los pobres, a las viudas y a los huérfanos, limitando las prerrogativas de los ricos. Abolió la esclavitud en su reino y promovió la instrucción para todos. Desarrolló la agricultura, transformando desiertos en hermosos jardines.
Conseguida la reorganización del reino de Sicilia y Nápoles, Federico se dirigió hacia las ciudades lombardas y Alemania. Llevaba consigo tesoros de oro, plata y joyas, e iba acompañado de un séquito impresionante, en el que había sarracenos y eopes, que vigilaban los tesoros del emperador. También llevaba multitud de mulas, camellos, monos y leopardos.
Al llegar a Alemania, su hijo Enrique, que antes se había unido a los príncipes rebeldes y a los lombardos, quiso postrarse ante él. Pero Federico no quiso recibirlo y lo mandó encarcelar, privándole del derecho de sucesión. Más tarde, en el año 1242, se suici en la cárcel.
Quela paz restablecida en Alemania, pero no en Lombardía, que no lo luchaba contra el emperador, sino que sus ciudades estaban enzarzadas unas contra otras. Los gibelinos” eran partidarios del emperador, y los gúelfos sus rivales.
En  1237, el  emperador derrotó al  ejército  de  la  Liga  Lombarda,  que  tuvo  que disolverse. Sin embargo, Milán, Bolonia y otras cuantas ciudades, siguieron la lucha, que solo acabaría cuando cayó el poder imperial alemán y finalizó la dinasa Hohenstaufen.
Respecto a la lucha entre el papa y el emperador, también continuó con encono. Aquel lanzaba contra Federico todo tipo de insultos e improperios, llamándole “bestia salvaje”. Éste a su vez consideraba al papa “un espíritu maléfico” y “perturbador de la paz del mundo”. Sin querer hacer la paz con el emperador, Gregorio IX murió en 1241. Hasta casi dos años después no hubo un nuevo papa, Inocencio IV, de origen genovés y hombre poseedor de una gran cultura. Hubo al principio síntomas de entendimiento. Federico envió un embajador al papa para felicitarle por su nombramiento. Esperaba que el nuevo pontífice le levantara la excomunión que pesaba sobre él. Pero Inocencio se creyó obligado a seguir la línea de su predecesor y exigió como primera medida que el emperador abandonara los Estados Pontificios, a lo que éste se mostró reacio.
 El papa, que a sus cualidades no añadía la valentía, huyó disfrazado, yendo a parar a Lyon,  donde  propagó  el  rumor  de  que  el  emperador  había  tratado  de  asesinarle. Convocó una reunión de prelados, en la que, con el apoyo de toda la asamblea, reafirmó la excomunión sobre Federico y sus descendientes, declarándoles privados del imperio y sus otros reinos.
El emperador, ante estos hechos, quedó dolorosamente sorprendido. Seguidamente, la lucha entre gibelinos y güelfos se exacerbó y Federico sufrió el acoso de la conspiración  que  antiguos  amigos  y  partidarios  suyos  lanzaron  contra  él,  con  la intención de asesinarle, tanto a él como a su hijo preferido, Enzio, que acompañaba a su padre en las batallas. Sin embargo, en 1246, la conspiración fue descubierta   y sus miembros perseguidos, yendo a refugiarse en un castillo del sur de Italia. Mediante asedio, poco tiempo después los traidores cayeron en las manos del emperador, que les castigó duramente.
Tres años más tarde el emperador esca a la muerte después de que su propio médico (al que antes había librado de la prisión) intentó envenenarle, substituyendo un medicamento por un brebaje tóxico. Pero antes de ingerirlo, el monarca fue advertido, por lo que cuando el galeno le entregó el brebaje, le dijo que bebiera él primero. El médico hizo como que tropezaba y vertió parte del quido. De lo que quedó, el rey orde que se lo dieran a un condenado a muerte, quien, al poco de ingerirlo, cayó fulminado.
Ante todos estos hechos, Federico se sumió en la desesperación, viendo que casi todos sus amigos le traicionaban, por lo que a partir de entonces no se fió de nadie. Mientras, en Alemania, gobernaba en su nombre su hijo Conrado.
El papa Inocencio IV apoyó a un pretendiente al trono, llamado Enrique de Turingia. Pero aunque venció a Conrado en una batalla, murió unos meses después.
En 1249, el emperador sufrió un gran descalabro a manos de las tropas lombardas, e incluso su hijo Enzio fue hecho prisionero junto con parte de sus tropas. No obstante, pese a tragos tan amargos, Federico logró sobreponerse. Hasta pareció rejuvenecer y pensó en casarse por cuarta vez. Sus anteriores esposas habían muerto jóvenes.
Coincidiendo con esta mejora en el ánimo del emperador, cambió el cariz de la guerra. Consiguió que se pasaran a su bando varias ciudades lombardas. Pero cuando en 1250 se preparaba para emprender una nueva campaña militar contra otras ciudades lombardas, enfermó inesperadamente y murió, cuando contaba 56 años de edad. Fue enterrado en la catedral de Palermo, junto a Roger II, Enrique VI y su esposa Constanza de Aragón.
Al conocer la muerte del emperador, el papa Inocencio IV, desde su destierro de Lyon, pronunció, al parecer, las siguientes palabras: Que el cielo estalle en alegría y la tierra se regocije.
Pero...¿Qué había  sido  del  hijo  preferido de  Federico  II,  después  de  ser  hecho prisionero? El joven príncipe Enzio, a quien los súbditos de su padre apodaron “el joven halcón, poseía una gran apostura y belleza, con unos largos cabellos rubios que en forma de trenzas le caían sobre los hombros. Permaneció encarcelado bastantes años y pasaba el tiempo componiendo romanzas en las que expresaba sus ansias de vida y libertad. Al principio eran alegres, pero a medida que pasaban los años sus canciones fueron volviéndose más melancólicas.
Sin embargo, el bello príncipe no se hallaba completamente solo en la prisión. Soan visitarle hermosas mujeres que le ofrecían su amor. Se dice que de ellas tuvo dos hijas a lo largo de su cautiverio. Alcanzó los 50 años de edad y cuando llevaba ya 20 años en prisión, un día intentó escapar. Se cree que sobornó a un transportista que accedió a sacarle, escondido en el interior de un tonel vacío. Sus amigos le esperaban con los caballos preparados. Pero al ver pasar la carreta, una mujer obser las trenzas rubias que sobresaan del tonel. Sabía que en toda Bolonia nadie poseía tales cabellos rubios y sospec que eran los  de  Enzio. Dio a  gritos la  voz de  alarma  y el  príncipe fue capturado y vuelto a encerrar con mayores medidas de seguridad. En cuanto al transportista, fue ejecutado, cortándosele la cabeza. Y dos años más tarde el príncipe murió sin haber podido recuperar la libertad.

EPÍLOGO

Finalizado el relato de la vida y circunstancias del personaje protagonista de esta historia, sería interesante conocer qué pa después con los sucesores de la estirpe Hohenstaufen.
En Alemania, a Federico II le sucedió su hijo Conrado IV. El reino de Sicilia y Nápoles pa a manos de su hermanastro Manfredo (hijo de Federico y de una bella dama italiana), que entonces contaba 18 años de edad. A pesar de su juventud, mostró energía  e  inteligencia,  sofocando  un  intento  de  sublevación  y  siendo  después magnánimo   con los culpables. Se quebraron a las esperanzas del papa de que se realizara una levantamiento contra los sucesores de Federico II, en el sur de Italia.
En 1252, Conrado IV  marc a Sicilia para hacerse cargo del gobierno del reino. El papa Inocencio IV siguió sin admitir reconciliación alguna e incitó a las ciudades lombardas contra el nuevo emperador. Murió éste inesperadamente en Sicilia contando entonces 26 años de edad. Su hijo y heredero, Conradino, tenía tan solo dos años. El papa  quiso  aprovechar  la  ocasión  para  apoderarse  de  Sicilia,  pero  también  murió durante el empeño.
Manfredo, años después, fue proclamado rey de Sicilia y Nápoles e, imitando a su padre, se dedicó a proteger y cultivar   la cultura en su corte, a como a mejorar la econoa y el funcionamiento de la administración.
El segundo sucesor del papa Inocencio IV, fue Urbano IV, que siguió con la política de su antecesor en contra de los Hohenstaufen. Eligió como rival de ellos al conde Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia. Éste, a finales de 1265, fue coronado como rey de Sicilia y Nápoles, y a los pocos meses se dirigió a conquistarlo, cosa que consiguió derrotando cerca de Benevento a Manfredo, que murió en la batalla. Su mujer y sus hijos acabaron en prisión, muriendo todos, uno tras otro, a lo largo de 40 años..
Carlos, tomada Nápoles, se apoderó luego de Sicilia sin resistencia alguna. Era nieto del autoritario Felipe  Augusto y le imitó instalando un gimen dictatorial y cruel. Su ambición le hizo enemistarse con el papa, que le recriminaba su crueldad, y alimentaba la aspiración de dominar toda Italia y más tarde conquistar Constantinopla y hacerse con la corona imperial de Oriente.
En 1267, Conradino, que contaba ya 15 años de edad, partió desde Alemania al frente de un ejército, lo que esperaban con impaciencia los gibelinos de Italia. Llegó a Roma y allí fue coronado emperador. En el sur de Italia las gentes se iban levantando contra el usurpador francés.
Apenas pi tierra  napolitana, Conradino sufrió una  tremenda derrota. Él  había conseguido escapar, embarcándose con algunos de sus seguidores y dirigiéndose hacia Sicilia, Pero otro navío les persiguió, alcanzándoles y apresándoles. En 1268, Conradino fue decapitado en la plaza mayor de Nápoles, La muerte del joven y último Hohenstaufen, causó una gran consternación entre las gentes. Su trágica muerte inspiró a muchos poetas y dramaturgos. La tradición dice que Conradino arrojó un anillo que recogió el médico Juan de Prócida, como símbolo de herencia y venganza. Ëste marcmás tarde hacia el reino catalano-aragonés, instigando a la esposa del rey Pedro III, Constanza, que era hija de Manfredo.
Con la muerte de Conradino se aca la dinasa de los Hohenstaufen y el Sacro Imperio Romano Germánico dejó de existir al sur de los Alpes. En cuanto a Carlos de Anjou, años después le llegó su hora. Había instalado en Sicilia un gimen de abusos y terror. Hasta tal punto llegó la indignación popular, que la situación explotó el lunes de Pascua de 1282, que lle al acontecimiento que la Historia conoce como Las vísperas Sicilianas. La población se rebeló violentamente, realizando una gran masacre entre los ocupadores franceses, sin respetar mujeres ni niños.
Enterado de estos hechos Carlos de Anjou, que se encontraba en Nápoles preparando una expedición contra Bizancio, se dirigió con sus tropas hacia Sicilia. Los habitantes de la isla pidieron ayuda a Pedro III de Aragón, quien llegó allí en el verano del año citado, derrotando a los franceses; aunque la guerra duró aún unos años.
Carlos de Anjou murió en  1285, al igual que Pedro III y el propio rey de Francia, Felipe III el Atrevido. Sicilia que totalmente liberada de los franceses por el tratado de Caltabellota, en el año 1302.

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Ubaldo Gómez Martín