Los clásicos sólo son aburridos si nos los explican fósiles

La literatura castellana en su Siglo de Oro anunció ya todos los temas de hoy. Desde la corrupción al integrismo islámico, desde el sexo a la política. Y no sólo en el Lazarillo de Tormes… 


El  Lazarillo de Tormes es un símbolo nacional, desde luego, algo que no sólo todo español que haya hecho el Bachillerato supuestamente ha leído, sino que probablemente se ha reído o al menos sonreído con él. Algo más que singular para una novela heterodoxa, realista, diferente, que inauguró un nuevo género aún vivo (espero) y, aún más notable, sin autor de nombre conocido. Polémica esta multisecular, en la que se ha sugerido desde don Alfonso de Valdés  hasta don  Diego Hurtado de Mendoza, bajo cuyo nombre se publicó hasta el siglo XIX. Y si el Lazarillo ha sido y es polémico, multifacético y divertido, qué diremos de sus imitaciones, de sus emulaciones… y de sus segundas partes, porque no se contentó con tener sólo una.



La "Segunda parte del Lazarillo de Tormes" digamos verdadera y oficiosa es la de Amberes de 1555; y sin embargo a menudo fue más exitosa al menos entre la crítica fue la publicada en el siglo XVII por Juan de Luna, que trataba de seguir el estilo de la primera parte y de evitar las peculiaridades de la de 1555. Cuya edición crítica tenemos finalmente aquí entre las manos, demostrando ante todo que no se trata de una "pieza menor" en ninguno de los sentidos.

Aquí tenemos por fin pues, y es un trabajo de titanes, una edición crítica del texto, del significado y de la autoría del segundo Lazarillo. En un círculo vicioso de siglos, ha sido hasta ahora menospreciado; por menospreciado, peor estudiado y editado; por tanto menos conocido; y en consecuencia, volviendo al principio, tenido en menos. Lo que Alfredo Rodríguez López-Vázquez acomete aquí es, en su introducción, una ruptura de todos los lugares comunes que lastraban la obra; en el texto, buscar la raíz y la verdad; y en la autoría, afrontar sin prejuicios las distintas opciones. Muchos de nuestros clásicos han necesitado e incluso aún necesitan un cuidado similar, de La Celestina en adelante. Comercialmente, eso sí, convendría a Cátedra lanzar otra Segunda parte, ateniéndose al texto aquí fijado pero evitando asustar al lector, en especial al joven, con el trabajo filológico.


Sobre la autoría del Lazarillo, y no sólo de la primera parte, se han dicho muchas cosas. Un buen resumen, tradicional, pero a la vez ameno y bien hecho, lo encontramos en palabras del mexicano Julio Torri… "se tiene ahora por obra anónima, después de que Morel-Fatjo impugnó las atribuciones a don Diego Hurtado de Mendoza (hoy no parece improbable) y al jerónimo fray Juan de Ortega. Con algún fundamento se ha pensado no ha mucho en el poeta toledano Sebastián de Orozco. Indudablemente que algunos episodios proceden de cuentos tradicionales, así como también es tradicional el lazarillo astuto y hambriento que guía a un ciego".


Decía Torri que "la prosa es descuidada", coloquial, y "el estilo es sobrio y algo seco, lo que no deja de tener efectos cómicos en la narración". Un nuevo género, el satírico, atractivo, atrayente, y susceptible, cómo no, de ser imitado o continuado. Anticlerical, pero no anticristiano. Eso sí, en cuanto a la segunda parte Julio Torri y muchos otros han considerado menor esta verdadera segunda parte del Lazarillo, y dicho cosas como que "sólo merece mencionarse la deJuan de Luna, maestro en París de lengua castellana". No diremos tanto; aparte de un Himalaya de erudición crítica, esta edición de Alfredo Rodríguez López-Vázquez en Cátedra lo mejor que nos aporta es un acceso fácil a una segunda parte breve, simpática, amena, fácil de leer casi siempre fácil de entender gracias a la explicación, y de una calidad que gustará al lector de hoy. ¿Apostamos?



Una explicación diferente de "lo de siempre"

Debo adelantar, de entrada, que soy de los muchos a los que Lázaro Carreter enamoró y bien explicado entusiasmó. Pero es verdad, cada uno tiende a ser fiel al manual que lo iluminó, y con el paso de las décadas se enseña con nuevos textos mientras que los antiguos desaparecen o se convierten en fósiles, sin que eso suponga que los viejos manuales valgan menos. Es verdad, según avance la investigación habrá que cambiar datos y detalles; y según cambien las generaciones habrá que explicarles lo mismo de otro modo. De todos modos, lo que a uno le gusta y le abre puertas seguirá teniendo su lugar.

Julio Torri, profesor e investigador en su México natal durante más de medio siglo XX, ofreció en las aulas, en sus libros y en este manual su propia visión, diferente, personal, amena, de la literatura española de principio a fin. Es obviamente una historia de la literatura española, pero al que la compare con otras de su tiempo verá que el estilo, los ejemplos y el modo de contar las cosas es diferente y a su modo atrevido y ameno sin concesiones en el contenido.


Como en todo manual, uno estará más o menos de acuerdo con los detalles del relato; pero el Fondo de Cultura Económica ha acertado sin duda alguna al volver a proponer en el siglo XI el texto de Torri. Por un lado, como un buen manual de su tiempo, es una historia completa y no mutilada ni manipulada de la literatura. Por otro, demuestra que es posible tener y exhibir opiniones propias atrevidas, hacerlo de un modo entretenido, original, simpático, que gustará al lector sin ser odiado por el estudiante. Y finalmente, que no por enseñar menos es uno mejor docente, como lamentablemente parece a veces hoy. El trabajo del joven Andrés del Arenal ha sido eficaz y preciso en esta reedición, cuyo primer beneficiario habrá sido sin duda él y que puede llevar a todo nuestro gran público, o al público que quiera mejor dicho, una lectura de calidad de nuestra literatura.
Pascual Tamburri Bariain