Al crepúsculo, Clydia, recostada entre flores,
dirigiendo al oriente sus ojos soñadores,
mira las consteladas diáfanas geometrías
que en el azul nocturno clavan sus pedrerías.
Melanto, con el índice apuntando hacia el cielo,
las descifra y las nombra con misterioso anhelo:
Andrómeda, Pegaso, la insigne Casiopea,
Virgo,Dragón y el Cisne, Lira que centellea,
y el Carro, enorme y fúlgido, que, esquivo de los mares,
sus ruedas solitarias en el éter enciende.
Majestad de los dioses con la sombra desciende,
dotando en calma augusta las cosas familiares.
A otro lado del golfo, lejanos luminares
titilan: Se desliza un bajel fugitivo;
se hace débil del remo el golpe compulsivo...
Y los enamorados, cuya alma el firmamento
embriaga, de la noche con el suave portento,
sus párpados entornan, y con dulce emoción,
ven brillar más estrellas dentro del corazón.
dirigiendo al oriente sus ojos soñadores,
mira las consteladas diáfanas geometrías
que en el azul nocturno clavan sus pedrerías.
Melanto, con el índice apuntando hacia el cielo,
las descifra y las nombra con misterioso anhelo:
Andrómeda, Pegaso, la insigne Casiopea,
Virgo,Dragón y el Cisne, Lira que centellea,
y el Carro, enorme y fúlgido, que, esquivo de los mares,
sus ruedas solitarias en el éter enciende.
Majestad de los dioses con la sombra desciende,
dotando en calma augusta las cosas familiares.
A otro lado del golfo, lejanos luminares
titilan: Se desliza un bajel fugitivo;
se hace débil del remo el golpe compulsivo...
Y los enamorados, cuya alma el firmamento
embriaga, de la noche con el suave portento,
sus párpados entornan, y con dulce emoción,
ven brillar más estrellas dentro del corazón.
Albert Victor Samain