Todos los días el fin del mundo, de Amilibia (ed. Stella Maris, 2015) es un provocador y demoledor relato sobre los efectos de la crisis y el papel de los medios de comunicación, la crónica de un peculiar personaje, un comisario que decide hacerle frente al sistema y que se encontrará con un muro que se alza inmisericorde ante su afán por despertar del letargo a la sociedad española.
Jesús María Amilibia (Bilbao, 1943) es periodista y escritor. Ha escrito más de una decena de novelas y varios libros de humor y periodísticos. No pertenece a ningún partido ni a ninguna tribu: prefiere equivocarse solo. Tiene siempre más preguntas que respuestas. Dudar es su fe. No le gustan las masas, los políticos, el capitalismo salvaje y beber con mala conciencia por el colesterol. Le gusta el vino, fumar, el cine, los animales, los árboles y los escritores que escriben contra sí mismos, es decir, que no les importa mostrar sus miserias y sus derrotas.
En este libro, Amilibia nos envía un disparo directo a las conciencias, una bofetada para hacernos despertar. Es cierto que la trama gira en torno al suicidio, un tema polémico y duro, más aún en estos días, pero el genial final de la novela da un giro radical a todo lo expuesto anteriormente y deja sin argumentos a los que puedan señalar que el libro es una incitación al suicidio.
El autor nos invita a un juego literario en el que retrata la destrucción de un hombre por la avalancha de malas noticias, desgracias y contratiempos producidos por la crisis. Y lo hace a través del diario de un comisario de policía, Harold García, un héroe que, por un disparo en la cabeza, lleva cuatro años trabajando en el Servicio de Análisis de Noticias. Cada día, su mente tiene que soportar la avalancha de noticias negativas, con casos de corrupción como los Pujol, Bárcelas o Urdángarin, los recortes, el terrorismo, los desahucios, los suicidios, las preferentes, el paro, las protestas, la manipulación informativa, etc. Una oleada de malas noticias que tritura su mente de forma implacable.
En las anotaciones diarias del policía vamos descubriendo información sobre su pasado, su familia, su pareja, la amistad con su ex mujer y detalles sobre su peculiar trabajo. Esta información se va alternando con las reflexiones sobre las diferentes noticias que cada día van dibujando un desolador cuadro provocado por una crisis que no solo le afectará en su ánimo sino que también le convertirá en víctima directa por uno de los casos que es portada en los periódicos.
Poco a poco la indignación va creciendo en el protagonista, tanto por los abusos de la casta como por la resignación y estado de aborregamiento de una sociedad que se deja hacer, hasta el punto de que constantemente exprese su deseo de hacerse noruego, aunque reconocerá que es demasiado español para ser noruego. De esta manera va dibujando un cuadro desolador sobre nuestro país, un país raro, contradictorio, no solo en el presente sino en toda su historia. Y Harold ha decidido despertar las conciencias de forma drástica, brutal y lanzar un mensaje al mundo que tendrá consecuencias imprevisibles.
Todos los días el fin del mundo es un grito desgarrador a través de un personaje que se siente engañado y estafado, sin esperanza; un reto a cambiar el sistema, a aportar soluciones, a pesar de todos los interesados que se aprovechan del “caos perfectamente diseñado al que llaman crisis”. Y lo hace de forma polémica, transitando por terrenos resbaladizos, aunque refleja una triste realidad, que hay que denunciar, como hace el autor desde la reveladora introducción hasta el genial final, a la altura del cuadro desolador dibujado a lo largo de toda la trama.
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