Soy uno de los mejores escritores de esta era

ABC comparte cena y recital de piano con el autor estadounidense, que acaba de publicar «Perfidia», primera novela del segundo «Cuarteto de los Ángeles»


«Puede llamarme “Dog”». Con esta frase James Ellroy (Los Ángeles, 1948) rompe el hielo, cortante y enmudecedor, propio del encuentro entre dos desconocidos. No es una cita a ciegas, pero como si lo fuera. El escritor estadounidense, de visita en Madrid para presentar «Perfidia» (Literatura Random House), accedió a cambiar las reglas propias de la promoción: en lugar de la charla protocolaria (de duración preestablecida), hizo un hueco en su agenda para acudir, junto a ABC, a un recital de piano en el Auditorio Nacional. Ellroy es un melómano de la clásica y en su panteón de ilustres Beethoven ocupa el lugar principal. «¿Sabe? En otra época ni usted ni yo iríamos adecuadamente vestidos para ir a un recital de música clásica». Lo dice nada más subir al taxi, ataviado con su ya característica camisa hawaiana. Reconoce llevar los mismos pantalones desde que aterrizó en Madrid hace 24 horas y comenta que ha intentado compensarlo con una gabardina, que da al atuendo un toque «noir» muy acorde con su obra. Su figura, grande y desgarbada, recuerda a la de Julio Cortázar, estableciendo un curioso paralelismo físico entre dos gigantes de la Literatura.
Camino del Auditorio, donde espera el pianista británico Stephen Hough (Heswall, 1961), Ellroy reconoce que prefiere Madrid a Barcelona. En esta «gira» española visitará, además de la capital y la Ciudad Condal (donde mantendrá un encuentro con Jo Nesbø), La Coruña, Santiago de Compostela y Bilbao; después llegará Francia y, por fin, vuelta a casa: Los Ángeles. Al autor de «La Dalia Negra» le agotan los «tours» promocionales, pero sabe que es parte del negocio editorial y, además, disfruta de los encuentros con sus lectores. «Beethoven es el mayor genio de toda la historia», asegura entusiasmado. «Está presente en todos nosotros, su grandeza es inmortal. ¡Y estaba sordo! Y era un bo-rra-cho (lo dice en español, remarcando cada sílaba)».
En el Auditorio, cuya estructura le recuerda a la arquitectura mussoliniana, el escritor se mueve con extrema curiosidad. El programa (Claude Debussy y Fryderyk Chopin) no le entusiasma, pero espera con cautela. «En América estamos poco familiarizados con la música clásica española. Sobre todo conocemos el “Concierto de Aranjuez”»,confiesa mientras tararea la composición de Joaquín Rodrigo. Un café (solo y muy negro, para combatir el jet lag) previo al concierto le sirve para ofrecer el mejor consejo a un joven escritor: «Hay que usar el primer adelanto para darse un capricho, algo que vayas a disfrutar». Fue lo que él hizo en 1981: le dieron 300 dólares al entregar el manuscrito de «Réquiem por Brown» y se compró un suéter verde de cachemir que costaba más de 600.
«Por eso no me gusta Debussy, no puedes imaginar su estructura», explica Ellroy al terminar el recital. Las dos baladas de Chopin, en cambio, le han dejado satisfecho; hasta el punto de atreverse a aplaudir, pausado y ceremonioso, pero agradecido. No obstante, el rítmico movimiento de sus manos en la segunda parte le había delatado. Salimos, mecidos aún por la acústica del Auditorio, a las calles de un Madrid prácticamente desierto (la cita se produjo el día en que se enfrentaron en la Champions el Atlético y el Real Madrid). «En España nunca tenéis prisa por comer; antes siempre queréis beber. Pero yo no bebo, así que...», se queja el escritor nada más entrar en un conocido restaurante del barrio de Salesas, donde transcurre la parte más convencional de la entrevista, entre plato y plato, acompañados de agua con gas.
¿Por qué decidió escribir «Perfidia»?
–Tuve una revelación: hace tres años me asaltó la imagen de un grupo de jóvenes americanos de ascendencia japonesa conducidos a un campo de internamiento. Entonces pensé que podía escribir el segundo «Cuarteto de Los Ángeles» y situar a los protagonistas del «Primer Cuarteto» poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Decidí que el libro se llamaría «Perfidia» y que transcurriría durante el ataque de Pearl Harbor.
–¿Y por qué lo tituló así?
–Adoro esa canción, que es de un autor mexicano [Ellroy no recuerda su nombre, pero la compuso Alberto Domínguez]. Es hermosa. En el libro hay perfidia por todos lados: los protagonistas traicionan su ideas, a sus amores... Cuando era pequeño, la gente no hablaba de sexo, todo se daba por sobreentendido, no había nada explícito… Salvo la guerra, el arte y cosas como esa canción. Así que, ¿qué mejor título?
–Suele ser definido como un escritor de novela negra pero yo le considero más un escritor de novela histórica.
–Eso es lo que soy, tiene razón. La novela negra es el gueto, donde vive la gente de segunda clase. Yo soy uno de los grandes escritores de esta era. La «Trilogía», el «Cuarteto» y esta novela son romances históricos. Son románticos igual que el Chopin que hemos escuchado lo es: trata de amor, sexo, locura.
–Ha habido un momento, durante el concierto, en que ha dicho que estaba siendo irreverente y me ha dado la sensación de que intentaba justificarse.
–Hoy a la gente le da miedo ofender, hablar de racismo, de homosexualidad, por si le acusan de ser racista, homófobo. Y no dicen la verdad. La gente miente constantemente.
–Me ha sorprendido la seguridad con la que ha dicho que es uno de los mejores escritores de esta era. ¿Cómo puede estar tan seguro de eso?
–Con todo el respeto, hay un cierto tipo de hombre americano, que llega a una edad, y soy el último de esos hombres que va a ver en su vida. Tengo 67 años y quiero incendiar toda América y mandar todo a la mierda, y siempre he sido así. Casi todo el tiempo, me encierro en una habitación y lo único que hago es trabajar. Me invaden pensamientos, me da miedo morir y puedo ver lo que hay más allá de la vida. Estoy jodidamente sano, pero… ¡Oh, mierda, me doy cuenta de que esto no va a durar siempre! Los libros que escribo son esfuerzos sobrehumanos de concentración, construcción y pasión. En mi carrera arriesgué. Creo que mi seguridad viene del sentido que tengo de mi propio trabajo y el hecho de que comencé a escribir bastante tarde, cuando tenía 30 años.
–¿Y por qué comenzó a escribir?
–Llevaba sobrio año y medio y era lo que quería, costara lo que costara. Quería tener novia, el reconocimiento y todo eso; pero, por encima de todo, lo que quería era escribir libros.
–¿Le gustaron las adaptaciones cinematográficas de sus novelas?
–Creo que «L.A. Confidential» es una buena película, pero no tan buena como mucha gente cree. A Brian Helgeland, que escribió el guión, no le gustó nada. Es una versión bastante suave de mi libro. Sólo es el 15% de la historia; temían ser acusados de racistas, ofender a la gente.
–Le cito: «Me obsesiona la perfección»
–Así es. Así es como veo mi trabajo. Quiero que mis palabras sean perfectas, que la construcción sea perfecta, que sea profundamente emotivo, estilísticamente riguroso, y genial. No podría hacer otra cosa. «Perfidia» es mi libro más arriesgado, estilísticamente es severo; es mi última versión de la perfección.
–¿Qué siente al terminar una novela?
–Cuando terminé «La Dalia Negra» fue una catarsis. Se lo dediqué a mi madre y lloré durante varias horas. Cuando terminé «Perfidia» me sentí aliviado. Es como estar enamorado por primera vez, como escuchar un adagio de Beethoven. Después me aparto de la escritura, llamo a mi editor, entrego el manuscrito y vuelvo a empezar.
–Y vuelve a la vida. Porque los artistas a veces se involucran tanto en su trabajo que se olvidan de su vida.
–Yo no estoy tan loco. He visto a gente que le ha pasado, pero yo no soy así. Todo lo que hago, lo de no tener internet, ni teléfono, me ayuda a concentrarme.
–Antes ha mencionado a su madre. ¿Sería escritor si ella no hubiera muerto?
–Mañana [el 15 de abril] cumpliría 100 años y es interesante pensar que, de todos los lugares en los que yo podría estar, estoy aquí, en España. Pero… no lo sé. No hay forma de averiguarlo.
–¿Le afectan las críticas?
–No, ya ni siquiera leo las reseñas. Dejé de hacerlo hace tiempo. Mis libros aportan esa masculinidad retroactiva americana, que hay gente que considera horrible y reduccionista, otros consideran muy atractiva, y sobre la que los críticos no suelen hablar. Pero está bien, no pasa nada, porque no estoy aquí para escribir libros para todo el mundo.
–¿Y qué me dice del reconocimiento?
–Bueno, quiero que me paguen, conocer a mis lectores, ser reconocido por la crítica y premiado. Pero, por encima de todo eso, quiero vivir una historia, quiero contar una historia.
Al terminar y pese al ofrecimiento del maître, no hay brindis con champán (hace años que el escritor no prueba el alcohol ni las drogas). Ya en el hotel, James Ellroy estrecha la mano de la periodista con firmeza, como cuando se desprende de un personaje. Pero esa ya es otra historia.