La cita era en un lugar secreto hasta el día antes. Finalmente, la sede del Instituto Francés en Barcelona acogió la rueda de prensa de presentación en España de Sumisión (Anagrama), la nueva novela de Michel Houellebecq.
Un torbellino de periodistas y fotógrafos vigilados muy de cerca por fuerzas de seguridad francesas y catalanas tenía el martes en su epicentro a Michel Houellebecq, el notario de la muerte de los viejos valores de la ilustración francesa, pero también el escritor que se ha atrevido a tensar e incluso a retorcer los límites de la incorrección política. Objetivo, presentar ante la prensa barcelonesa Sumisión / Submissió) (Anagrama), la novela que apareció en Francia exactamente el mismo día del atentado a 'Charlie Hebd', cuando la revista precisamente dedicaba su portada al escritor. Y aunque el autor es ya un viejo amigo de las polémicas -sus declaraciones contra el islam le llevaron al banquillo cuando apareció 'Plataforma'- esta vez la gran mosca cojonera de la literatura francesa parece haberse ensañado con el ADN del viejo republicanismo francés al mostrar como posible, en un futuro no muy lejano, en el 2022, que una formación política islamista, en principio moderada, pueda llegar al Elíseo, con el apoyo de los socialistas y la derecha.
Las consecuencias que se derivan de esa 'aventi' política son más de tipo social que económico. La liquidación de la vieja y sacrosanta escuela laica francesa, la práctica retirada de las mujeres de la vida pública y laboral -Houellebecq sostiene que como a él le aburre trabajar a las mujeres también les debe de ocurrir lo mismo-, la implantación de la poligamia... Esa concatenación planteada dentro de los cauces democráticos se convierte al fin en el motor de una nueva pujanza económica subvencionada por los magnates árabes del petróleo. ¿Quién dijo miedo?
La fábula ha enfurecido a media Francia, en especial a la izquierda tradicional que le acusa de abonar la islamofobia para ganancia de Marine Le Pen y ha dividido a los viejos y no tan viejos mandarines de la cultura. A favor, Emmanuel Carrère y Alain Finkielkraut. En contra, el Nobel Jean-Marie Le Clezio. Paralelamente, cómo no, también le ha hecho vender, y mucho, porque no ha habido día desde su aparición en enero que los medios de comunicación y las tertulias no hablaran del libro o lo utilizaran como material para encendidas tertulias.
Flaco, piel amarilla nicotínica, mirada esquiva, pero quizá, para no faltar a la verdad, un poco menos macilento y desarrapado de lo que nos tiene acostumbrados, Houellebecq posó ante las cámaras con gesto de agotador aburrimiento. Dicen que la mínima mejora en el aspecto del autor puede deberse a que recientemente se pasea con una novia veinteañera y letraherida, lo que ya supone todo un cambio en el mito solitario y asocial que ha sabido forjarse.
No es una sátira
Houellebecq muestra sus cartas: «Este es un libro ambiguo, está hecho para colocar al lector fuera de su zona de confort, en la contracubierta de la novela en Francia se habla de pesadilla. Yo quería crear una realidad alternativa en la que no se sepa bien dónde se encuentra el lector». Tampoco le gusta la consideración de sátira que algunos han querido ver en el texto. «Creo que más bien se trata de un libro de política-ficción, para ser una sátira tendría que ser más divertido y algo más cándido».
El origen del libro nace de la constatación de Houellebecq de un regreso a la religión en su país, «algo que los medios de comunicación no están recogiendo». De ahí que a su héroe, un profesor de la Sorbona experto en el escritor J. K. Huysmans -el apostol del decadentismo que acabó convirtiéndose al catolicismo- fracasa buscando la fe cristiana y finalmente las ventajas que se derivan del ascenso de la Fraternidad Musulmana le hacen sopesar muy seriamente una conversión al islam. «Como autor no me he portado demasiado bien con él, he hecho que su novia le deje, hematado a sus padres, le he quitado su trabajo, he destruido su vida social. Finalmente, le hacen una propuesta tentadora. A cambio, solo tiene que renunciar a su libertad de conciencia».
Y sí, Houellebecq puede ser ambiguo, así lo reconoce, a la hora de mirar de frente los miedos de Occidente, pero no se puede decir que no se haya estudiado a fondo una religión que considera agresiva en sus estrategias, frente al languideciente catolicismo. «Sí he leido el 'Corán' por honestidad, otra cosa es que haya musulmanes que no lo han hecho. Y aunque el libro no dice nada de cómo se debe vivir en un estado laico -algo impensable cuando se escribió-, sí habla de la manera en la que se debe convivir con judíos y cristianos. El Estado Islámico ha hecho su propia interpretación aberrante e interesada. Y eso es lo peligroso». También tuvo un recuerdo para su madre, una mujer que le abandonó cuando era niño y, tras reconocerse en un feroz retrato en 'Las partículas elementales', escribió un libro desolador desacreditando a su retoño. Además ella también abrazó la fe islámica. ¿Estaría ahí la clave escondida de este libro? «Bueno, en realidad, ella practicó el 'zapping' espiritual y acabó como cristiana ordodoxa», dijo el autor con un amago de sonrisa.
El profeta Houellebecq redactó también el acta de defunción del modelo republicano patriótico francés que según su opinión se rompió definitivamente en 1917 y después no levantó cabeza ni con la segunda guerra mundial, ni con la guerra de Argelia. «Los franceses son colaboracionistas por naturaleza. Lo siento, pero es así», dijo mientras algunos franceses presentes en la sala reían nerviosamente.
Monótono en su tono de voz, con largos silencios y alguna que otra calada a su cigarrillo electrónico, Houellebecq oscureció aun más durante un momento el tono ceniciento de su discurso para decir que los policías que lo escoltaban «eran simpáticos». Pero en su voz no había simpatía, y quizá sí un poco de miedo.