La obra nació en el 2002. Ahora su escritor presenta una nueva versión.
Las novelas del escritor español Javier Sierra tienen en común la necesidad de arrojar luz sobre algún gran misterio.
Cuando escribió El ángel perdido (2011), partió de preguntarse de dónde venimos. Y se dedicó a investigar el mito del diluvio, presente en varias culturas.
“Casi todas las culturas dicen que emergimos de una catástrofe climática que acabó con una civilización anterior, hoy ignorada –cuenta Sierra–, y me metí hasta tal punto que organicé una expedición al monte Ararat (Turquía), donde se cree que el arca de Noé reposa bajo un glaciar, a 4.600 metros de altura. No la encontré. ¡Lástima!”.
Para escribir La pirámide inmortal, novela que publicó en el 2002 y reescribió para lanzarla de nuevo en el 2014, también tuvo un misterio como motivo: la noche que pasó Napoleón Bonaparte en la pirámide de Guiza, a la que le atribuye el comienzo de la grandeza del emperador francés.
¿Qué lo llevó a ahondar en la mitología egipcia?
Siento fascinación por los misterios de esa cultura desde que tengo uso de razón. Pero supongo que la lectura de Dioses, tumbas y sabios, de C. W. Ceram, en la que se narraba el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, me impactó. Años después, trabajando como reportero, viajé a Egipto y conocí a los principales egiptólogos del mundo. Todos me contaron historias maravillosas, llenas de misterio. Eso terminó enamorándome.
¿Qué investigación histórica hubo detrás de la novela?
Antes de escribir la primera versión de La pirámide inmortal me sumergí tan a fondo en la documentación de la ‘noche perdida’ que pasó Bonaparte en el interior de la gran pirámide, que no dudé en hacer lo imposible por imitarlo y sentir lo que él vivió en aquella velada de agosto de 1799. Fue mi noche de horror y en el vientre del monumento lo que me convenció de que tenía una historia que contar, en la que el protagonista no es Bonaparte, sino nuestro miedo a la muerte.
¿Por qué quedó inconforme con la versión del 2002?
La inconformidad vino porque en mi mente seguí madurando lo que me ocurrió en las siete horas que pasé encerrado en la cámara del rey de la gran pirámide. Tardé en comprender que aquello fue una experiencia de ‘casi muerte’ y que superar esas horas de aislamiento, terror y soledad fue como vencer el miedo a mi propia disolución. Tengo la impresión de que mi proceso de comprensión de aquella experiencia no ha terminado.
¿Qué tan diferente es la novela ahora?
Ha cambiado en dos aspectos esenciales: por un lado, he reconstruido mejor la psicología de personajes otrora poco destacados, como Nadia ben Rashid, la amante de Bonaparte en mi trama. Suprimí partes que ralentizaban la acción y densificaban el discurso. Por otro lado, al comprender que ya hitos egipcios como el de Isis y Osiris dejaban claro que solo existe una energía capaz de vencer a la muerte, incorporé ese elemento. Porque lo único que es capaz de vencer a la muerte es el amor, hace que la memoria de los que se van de nuestro mundo físico no desaparezca jamás.
¿Qué tan libre se sintió en esa reescritura?
Fue una ‘libertad condicionada’. Sabía que quería reescribir, no construir desde cero. La peripecia piramidal de Bonaparte seguía siendo punto de partida, y no deseaba renunciar a ello. Pero no oculto que respetar esos cauces abordados hace más de una década fue un proceso casi doloroso. Mi mente me pedía romper moldes. Pero esa fuerza la reservaré para la próxima y nueva novela.
La novela plantea que Napoleón es un elegido para superar la prueba de la pirámide. ¿Cree que algún otro personaje histórico pudo haber dado la talla para vivir ese reto?
No creo que nadie haya merecido pasar por esa experiencia en estos últimos doscientos años.
¿Cómo fue esa noche suya en la pirámide? ¿Qué encontró?
La culpa fue del propio Bonaparte. Cuando él emergió de la pirámide en la madrugada del 13 de agosto de 1799, estaba tan trastornado que apenas balbuceó que nadie iba a creer lo que le había pasado. Y como jamás lo explicó, no me dejó otra opción que la de imitarlo. Es curioso, tras mi estancia en ese lugar, a oscuras, aislado, con la sensación de haber sido enterrado en vida, puedo contar que lo más impactante lo experimenté al salir: fue como salir del útero de mi madre y volver a nacer. Atravesé una salida angosta, que requería de todo mi esfuerzo, y emergí a la luz con la indescriptible impresión de estar ¡vivo!, de haber vencido a la muerte...
¿Qué otro misterio lo lleva ahora a escribir?
Sólo puedo compartirle la pregunta que ahora me desvela: ¿de dónde viene eso que llamamos “inspiración”? Se sorprenderá cuando le cuente las respuestas que hay. Pero deme tiempo.
LILIANA MARTÍNEZ POLO